Mary Prentis


14 de agosto de 2015

Tengo 24 años y sé lo difícil que es contar con la bendición de tener tres abuelos vivos. Tengo dulces recuerdos de noches especiales en su casa, de emocionantes días en Florida en su bote, y de su apoyo y asistencia en diversas funciones y fiestas de la escuela. Mis abuelos me han curado rodillas raspadas, han calmado mis ansiedades adolescentes sobre el futuro y siguen escuchándome para ayudar en las siempre cambiantes búsquedas de la década de los 20. Jamás sentí que mis abuelos fueran una carga ni que perdía el tiempo al pasarlo con ellos. ¿Por qué? Por el amor incondicional.

Sin embargo, cada vez más escuchamos sobre intentos equivocados de “amar” a los ancianos ayudándolos a matarse con el suicidio asistido por médicos. Aunque se promociona como una manera de aliviar el sufrimiento, es un enfoque que carece de amor hacia nuestro familiar y amigo. Como familia humana, tenemos la responsabilidad de ver el bien que nos da cada persona, de amar al prójimo y mostrar respeto por los demás. Eso incluye, ante todo, respetar la vida de los demás.

Mi mayor miedo sobre la legislación del suicidio asistido por médicos es la manera en que muchos defensores de este movimiento hablan al respecto. Consideran que muchas personas acuden al suicidio asistido por médicos porque no desean ser una “carga” ni una molestia, y piensan que eso es perfectamente aceptable.

Ya es suficientemente malo que el suicidio asistido por médicos sea legal ahora en algunos estados para los pacientes que se considera que tienen una enfermedad terminal. Pero el impacto de ese tipo de mensaje es aún más importante. La gente mayor es extremadamente vulnerable al mensaje de quienes se oponen a una cultura de la vida. En el ajetreado mundo de hoy, los mayores pueden ver cómo la tecnología y la sociedad se expanden a gran velocidad, y pueden sentirse fuera de lugar o abandonados. Qué tragedia es para quienes han dedicado generosamente su tiempo a sus familias pensar que su familia o, lo que es peor, toda la sociedad los considera una molestia y una carga. Ese mensaje puede fácilmente afectar su actitud hacia su valor personal y tener consecuencias mortales, un proceso que algunos psicólogos que trabajan con ancianos llaman “suicidio por aquiescencia”.

Resulta sumamente trágico sentirse una carga para los demás. Los ancianos son nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Nos ofrecen valiosos conocimientos con sus muchas experiencias de vida. Hay diversas maneras de mostrarles cuánto los valoramos. Pasar tiempo con ellos es una manera simple de demostrarles nuestro amor y respeto. Hay múltiples oportunidades: una visita a un asilo para jugar Bingo, llevarles comida un sábado por la tarde a quienes no pueden salir de su hogar, conversar y ofrecer ayuda en el supermercado. Nuestra decisión sobre cómo interactuamos con los demás realmente cuenta y puede convencer a los demás de su dignidad y valor. Ser pacientes y comprensivos al tratar a nuestros abuelos de edad avanzada, o conocidos y vecinos, les demuestra que son todo lo contrario a una “carga” para la sociedad. Son individuos dignos de nuestro amor, respeto y ayuda.

Algunos sostienen que el suicidio asistido es la decisión compasiva pero no estoy de acuerdo. La verdadera compasión es “sufrir con” y apoyar a quienes lo necesitan. Esto se logra afirmando el valor de cada persona como individuo. Como dijo San Juan Pablo II en su encíclica Evangelium vitae, ese es “el camino del amor y de la verdadera piedad” que cada ser humano merece.


Mary Prentis es asistente de personal para el Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Para más información sobre las actividades pro vida de los obispos, visita www.usccb.org/prolife o síganos en Facebook en www.facebook.org/peopleoflife.

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