Recursos para Parroquias - Calderón

catechetical-sunday-2015-poster-english-spanish-animatedEnviados Por Cristo A Anunciar El Evangelio

por Rev. Juan Luis Calderón

Permítame esta comparación: ser católico es como ser un enchufe. Un enchufe tiene dos patas. Si una de las patas se rompe, la electricidad no pasa y el enchufe es inútil, puesto que no ayuda a poner en funcionamiento la máquina. El enchufe "católico" tiene por tanto dos patas: una que nos conecta con Dios y una que nos conecta con la Iglesia. Si una de las dos patas se rompe, la "electricidad" de la Gracia no pasa y nos quedamos espiritualmente apagados.

Me gusta usar este ejemplo tan gráfico para expresar que nuestra pertenencia a la Iglesia no es algo circunstancial, sino fundamental, básico, esencial. Fundamento sobre el que se edifica nuestro ser creyente; base que sostiene nuestra fe; esencia que nos identifica. Creer en Dios y ser miembro de la Iglesia son el ADN del cristiano. Esta pertenencia significa derechos y deberes, pero según el espíritu de Jesucristo, no es una simple cuestión jurídica. Todo se basa en la comunión: "Sean santos, porque yo el Señor, soy santo" (Lv 19:2; 1Pe 1:16). Es más que saber y obedecer. Consiste en que la fe me une a Dios y me une a la comunidad. No es simplemente que creemos lo mismo, sino que compartimos la fe. Se me otorga la responsabilidad de ser fiel al llamado de Dios y a la profesión de fe que confieso en cada Eucaristía dominical, pero también reconozco mi responsabilidad solidaria para con mis hermanos, que ya son parte de mí, que me sostienen y a los que apoyo. No solo somos colegas o miembros del mismo grupo; somos hermanos, familia, comunión, unidad, uno.

Eso me lleva a considerar quién soy yo y quiénes son los demás. San Pablo lo dice así: "Por la autoridad que me ha sido dada, exhorto a todos y a cada uno de ustedes a que no se sobrevaloren su función en la Iglesia, sino a que cada uno se estime en lo justo según los dones que Dios le haya concedido. Nuestro cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros y cada uno de ellos tiene una función diferente. Pues en la misma forma, todos nosotros, aun siendo muchos, formamos un solo cuerpo unidos a Cristo, y todos y cada uno somos miembros los unos de los otros" (Romanos 12:3-5). Esta es posiblemente la metáfora más impactante, más radical, más profunda de toda la Sagrada Escritura. Y la que mejor expresa nuestra condición de cristianos. Solo existimos, solo tenemos sentido, solo "somos" completamente, si estamos dentro de la comunión Dios-Iglesia. La Iglesia es depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada;no para tenerla escondida, sino para comunicarla.

Este llamado de Dios a la unidad en la caridad da razón de ser a la Iglesia como comunidad. "La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa" (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 14).

Uno de los ministerios más importantes, a los que más esfuerzos dedicamos en nuestras parroquias, es la Catequesis. Y se basa en esta idea de la comunión. "Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la participación en la fe, se reúnen pues en el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la vez evangelizadora. La orden dada a los Doce: "Vayan y prediquen el Evangelio a toda creatura"(Mc 16:15), vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de la tinieblas a su luz admirable" (1Pe 2:9)" (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 13). La Iglesia, antes que evangelizadora, es fruto del Evangelio y comienza por evangelizarse a sí misma. Solamente así,se crea la verdadera comunidad de creyentes, donde se vive la esperanza y el amor fraterno. Porque si la Iglesia quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio, siempre tiene necesidad de ser evangelizada.

En primer lugar transmitimos conocimientos, enseñamos quién es Dios nuestro Padre el Creador, Jesucristo el Redentor y el Espíritu Santo el Santificador, junto con todas las demás verdades de nuestra fe católica. Lo hacemos para formar e informar a las nuevas generaciones de creyentes. Y además lo hacemos para incrementar la comunión entre ellos con Dios y con nosotros, como único modo de formar "un solo cuerpo" en esta vida y en la venidera. Así se lo dice san Pablo a los Tesalonicenses: "Debemos dar gracias a Dios en todo momento, como es justo, por lo mucho que van prosperando ustedes en la fe y porque el amor que cada uno tiene a los otros es cada vez mayor" (2 Tes 1:3). La comunión se genera y regenera desde el conocimiento de Dios y viviendo el espíritu del Evangelio en el Espíritu. Donde todo se resume y concentra es en la celebración de la Eucaristía, convocados y reunidos, palabra y pan, escuela y familia. Cristo se hace pan. "El pan no es sólo para mirarlo; es para comerlo. Y para que podamos comer/comulgar el Pan de la Eucaristía, Cristo se hace pan partido, repartido y compartido. Del mismo modo la Iglesia alimentada con ese Pan, se extiende por el mundo y da sin límites lo que tiene y lo que es. Partirnos sin dudar, porque al morir damos fruto. Repartirnos para que les llegue a todos el amor de Dios en Jesucristo. Compartirnos para hacer de todos uno, para ser comunidad y familia de Dios en la tierra. Humanidad nueva". (Juan Luis Calderón, Un Nuevo Comienzo, Liguori 2012, 52).

El proyecto cristiano engloba a toda la creación a lo largo de toda la Historia. No basta con mantener la santidad de los miembros de la Iglesia. Todos deben conocer la verdad del amor de Dios, la redención en Jesucristo y el don del Espíritu Santo. Más aún todos tienen derecho a conocer la Buena Nueva. "Enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva, les explica el mensaje del que ella misma es depositaria, les da el mandato que ella misma ha recibido y les envía a predicar. A predicar no a sí mismos o sus ideas personales, sino un Evangelio del que ni ellos ni ella son dueños y propietarios absolutos para disponer de él a su gusto, sino ministros para transmitirlo con suma fidelidad" (Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 15).

Por eso tampoco se trata simplemente de atraer nuevos miembros a la Iglesia como si de proselitismo se tratara. La vocación recibida del Señor no es para hacer más grande el número de los miembros, ni ser la institución religiosa más grande o influyente. "La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás.Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros" (Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium, 10).

Lo que debemos hacer es comunicar a todos el Evangelio de Jesucristo para que todos tengan la oportunidad de ser lo que Dios quiso que fuéramos al crearnos. "Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora" (Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium, 8).

El mandato de Jesucristo: "Vayan y prediquen el Evangelio a toda creatura" (Mc 16:15) nos urge, nos mueve, nos pone en constante tensión como Iglesia, cuerpo de Cristo, habitada por el Espíritu. Es la misma urgencia y solicitud que Dios mostró al enviarnos su mensaje de amor y salvación a lo largo de la Historia, derrochando imaginación y amor para que todos, en toda circunstancia y en todo tiempo supieran de El y Su amor. "En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres, por boca de los profetas. Ahora, en estos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo" (Hb 1:1-2). A su imagen y semejanza también nosotros como Iglesia salimos a decirles a todos, porque todos necesitan saber. "Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: ¡Dadles vosotros de comer! (Mc 6,37)" (Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium, 49).


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Las citas de la Sagrada Escritura han sido tomadas de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Utilizadas con permiso. Todos los derechos reservados.