Material didáctico - Diaz

Catechetical Sunday, Prayer: The Faith PrayedUna historia breve de la oración cristiana

por Dr. Janet Diaz

Introducción

A través de la oración, tenemos la habilidad de comunicarnos con Dios. Cuando oramos, bien sea en forma pública como en la Misa o en la oración personal, entramos en una relación viviente con nuestro Señor. Dios siempre nos invita a una relación con él. Cuando una persona responde a la invitación de Dios, entra en la oración (CIC 2567).

En este artículo, se presenta una historia breve de nuestra oración, no tanto de la oración personal sino de nuestra oración como pueblo cristiano. Estudiaremos las raíces de la oración durante los 2,000 años de la cristiandad. Empezaremos con el Antiguo Testamento, viendo algunos fundamentos de la oración en nuestros antecedentes judíos. Seguiremos examinando las costumbres en relación a la oración que existían en los primeros años de la cristiandad, y veremos cómo esas prácticas se utilizan todavía en la oración pública de la Iglesia Católica.

Raíces de la oración cristiana en las Sagradas Escrituras

La oración en el Antiguo Testamento

Los patriarcas
Nuestro "padre en fe", Abrahán, era sumamente obediente a Dios. San Pablo propone a Abrahán como el modelo para todos nosotros porque creyó en el plan de Dios y siguió las instrucciones de Dios siempre: "Creyó Abrahán en Dios y le fue contado como justicia" (Rm 4:3b). Por ejemplo, cuando Dios le prometió a Abrahán que su "premio será muy grande", Abrahán indicó que no entendía cómo esto era posible, dado que Abrahán no tenía hijos en ese momento. Pero Dios no sólo le prometió que tendría un descendiente, sino que le prometió que sus descendientes serían numerosos (cf. Gn 15:1-5). Por más inconcebible que fuese esa promesa, las Escrituras nos aseguran que Abrahán creyó en Dios: "Y creyó él en Yahvé, el cual se le contó como justicia" (Gn 15:6).

Nuestra costumbre de alabar a Dios en el altar tiene sus raíces en las acciones de los patriarcas, cuyas costumbres fueron como un tipo de preparación para los sacramentos. Varias veces en el Antiguo Testamento, Abrahán construyó altares en honor a Yahvé. Por ejemplo, cuando Abrahán y su familia llegaron a Canaán, la tierra a la cual Yahvé le ordenó ir, él fabricó un altar: "Llegaron a Canaán… Allí edificó un altar a Yahvé e invocó su nombre" (cf. Gn 12:5-8). Jacob, uno de los descendientes directos de Abrahán, también utilizó gestos, para alabar a Dios, que nos recuerdan de los sacramentos. En una ocasión en que Jacob se dio cuenta de que estaba en la presencia de Dios, el libro de Génesis nos dice: "Jacob se levantó de madrugada y, tomando la piedra que se había puesto por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella" (Gn 28:18).

Moisés: Subiendo la montaña
Al igual que Abrahán, Moisés entraba en conversación plena con Dios, disfrutando de una relación íntima con él. Cuando Moisés, líder de los israelitas, recibía las instrucciones de Dios, las Sagradas Escrituras nos dicen que subía la montaña o entraba en una tienda para hablar con Dios. Por ejemplo, para recibir la promesa de la alianza entre Dios y el pueblo de Israel, Moisés subió la montaña: "Moisés subió al monte de Dios y Yahvé lo llamó desde el monte…" (Ex 19:3). En la Misa, nosotros, como Moisés, estamos "subiendo la montaña", entrando en la oración que une la tierra y el cielo. 

Los salmos
El Libro de los Salmos en el Antiguo Testamento contiene 150 oraciones para diversas ocasiones y representa un verdadero tesoro para la oración. Muchos salmos son cantos de alabanza a Dios. Algunos salmos dan gracias a Dios. Otros salmos expresan algo como un grito de desesperación que pide ayuda a Dios. Otros se utilizaron para pedir la protección de Dios antes de entrar en batallas o guerras.

Los salmos forman la base de lo que llamamos la Liturgia de las Horas. Esta oración se reza a ciertas horas del día y constituye una parte de la oración formal de la Iglesia Católica. También rezamos un salmo en cada Misa: el salmo responsorial.

La oración en el Nuevo Testamento

La oración de Jesús
Cualquier oración formal que practicaban los judíos en los años en que Jesús vivió en la tierra se basaba en el Antiguo Testamento, porque el Nuevo Testamento todavía no existía. En el Nuevo Testamento, tenemos una multitud de ejemplos de Jesús orando.

Al principio del evangelio de Lucas, Jesús anunció su identidad en la sinagoga de Nazaret. En vez de decir, "Soy el Mesías, el elegido de Dios", rezó un pasaje del libro de Isaías para ejemplificar su identidad y su misión en el mundo: 

El Espíritu del Señor está sobre mí,
Porque me ha ungido para anunciar a los pobres
La Buena Nueva,
Me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos,
Y vista a los ciegos,
Para dar la libertad a los oprimidos,
Y proclamar un año de gracia del Señor.
                     Lc 4:18-19

Hoy en día, la lectura de la Biblia constituye una gran parte de la Liturgia de la Palabra en la Misa. Se pueden ver los principios de esta práctica en el Nuevo Testamento.

Al igual que Moisés, Jesús a menudo se apartaba de la gente para pasar tiempo en oración, tiempo para hablar con su Padre. Las Sagradas Escrituras indican que esta oración de Jesús era la respuesta a una necesidad de salir de las ocupaciones y presiones diarias: "Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba" (Lc 5:5-16).

En la historia de la oración, uno de los momentos más significativos ocurrió cuando Jesús mismo nos enseñó a orar. En los evangelios de Mateo y Lucas, Jesús nos enseñó el Padre Nuestro, una oración que rezamos tanto en oraciones públicas como en la Misa y en la Liturgia de las Horas, como también en devociones privadas (cf. Mt 6:9-15, Lc 11:2-4).

Como para todo judío observante, los salmos formaban parte integral de la oración diaria de Jesús. Aparte de las ocasiones de oración pública en las cuales él hubiera rezado los salmos, Jesús pronunció versículos de los salmos cuando enfrentó su muerte: del salmo 22:1, "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?" (cf. Mt 15:34) y salmo 31:6, "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (cf. Lucas 23:46). 

La Didaché y la Liturgia de las Horas

La Didaché
Aparte del Nuevo Testamento, uno de los escritos cristianos más viejos que tenemos es la Didaché. Esta palabra griega significa "enseñanza"; por este motivo muchos se refieren a la Didaché como "Enseñanza de los apóstoles". Pensamos que la Didaché fue escrita en el primer siglo A.D., así que se compuso durante los mismos años en los cuales se estaba escribiendo la mayor parte del Nuevo Testamento.

La forma más apropiada de describir la Didaché sería verla como un manual para cristianos. Tiene 16 capítulos que se dividen en cuatro partes. La primera parte trata de consejos morales, especificando las acciones que corresponden a los dos caminos, el camino de la vida y el camino de la muerte. En la tercera parte se presentan advertencias. La cuarta parte trata de los últimos días del mundo, el apocalipsis.

La segunda parte de la Didaché, la cual nos interesa en nuestro estudio de la historia de la oración, consiste en ritos para algunos sacramentos, oraciones e instrucciones para la oración. Incluye el Padre Nuestro, el cual los escritores recomiendan que debemos rezar tres veces al día. También contiene oraciones para bendecir la comida antes y después de comer. Además, presenta oraciones para la celebración de la Eucaristía, la cual los escritores llamaron "la partición del pan".

La oración que sigue a continuación viene de la Didaché. Podemos escuchar, en esta oración de hace 2,000 años, el eco de nuestras oraciones en la oración eucarística y en otras partes de la Misa:

Te damos gracias, nuestro Padre,
por la vida y la ciencia que nos enseñaste por Jesús, tu Hijo y Siervo:
A Ti la gloria en los siglos.
Como este pan fue repartido sobre los montes, y, recogido, se hizo uno,
así sea recogida tu Iglesia desde los límites de la tierra en tu Reino
porque tuya es la gloria y el poder, por Jesucristo, en los siglos.

La Didaché también establece que la comunidad debe reunirse cada "día del Señor", es decir, cada domingo. Nos pide a todos confesar los pecados para que el sacrificio (de la Misa) pueda ser puro. Tenemos la misma práctica hoy en día: al principio de la Misa pedimos perdón por nuestros pecados en el rito penitencial. Otra instrucción indica que la comunidad, una vez reunida los domingos, debe partir el pan y dar gracias, lo cual hacemos todavía, en cada Misa.

Gracias a la Didaché, tenemos una visión de cómo oraban los primeros cristianos en las primeras liturgias. Esta visión se confirma en un texto con autoridad. En las Sagradas Escrituras, leemos que los primeros cristianos "se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y las oraciones" (Hch 2:42). Podemos observar, en la Didaché, características de la oración judía, de las oraciones y enseñanzas de Jesús, y de la enseñanza de los apóstoles, quienes transmitieron fielmente todo lo que Jesús les había dado.

La Liturgia de las Horas
La Liturgia de las Horas es "la oración pública de la Iglesia" (CIC 1174). Esta oración, la cual se conoce también como el "Oficio divino", se practica a ciertas horas durante cada día, y es una forma de unirnos a Cristo, nuestro "Sumo Sacerdote" (CIC 1196). Gran parte del contenido de la Liturgia de las Horas consiste en los salmos. Cada día se rezan los salmos que la Iglesia ha escogido para esa ocasión, con los salmos y las otras oraciones reflejando los tiempos litúrgicos de la Iglesia, los días santos y otras ocasiones. Aparte de los salmos, la Liturgia de las Horas incluye textos de las Sagradas Escrituras, responsorios, y, a veces, pasajes de los escritos de los Padres y maestros espirituales.

La Liturgia de las Horas se basa en la oración de los judíos en el templo. Ellos iban al templo en Jerusalén, o a una sinagoga en las regiones lejanas de Jerusalén, tres veces por día para rezar. Los judíos llamaban las horas de oración la tercera hora, la sexta hora y la novena hora, las cuales corresponden a las nueve de la mañana, las doce del mediodía y las tres de la tarde.

Como los apóstoles y muchos de los primeros cristianos eran judíos, seguían la costumbre de observar las horas de oración. Esta observación en oración, por parte de los apóstoles, se ilustra en una historia en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Cuando Pedro y Juan curaron al tullido en la puerta del templo, iban en camino a rezar a una de las horas especificadas: "Pedro y Juan subían al templo para la oración de las tres de la tarde" (Hch 3:1).

Con el tiempo, los cristianos adaptaron esta costumbre de oración como parte formal de su práctica religiosa. Las horas principales de oración eran la primera hora y la tercera hora, es decir, oración de la mañana y de la tarde. Con el pasar del tiempo se iban enfatizando estas dos oraciones, las cuales conocemos hoy en día como las oraciones de laudes y vísperas. Rezar a horas fijas nos ayuda a observar el consejo de san Pablo: "Oren constantemente" (1 Ts 5:17).

Para diversas personas, por ejemplo para los sacerdotes, rezar la Liturgia de las Horas es una práctica obligatoria. Pero la Iglesia Católica nos invita a todos a incorporar la oración de la Liturgia de las Horas en nuestras vidas. Es una manera de empezar y terminar cada día alabando a Dios, dándole gracias, y escuchando su palabra en las Sagradas Escrituras. 

La misa

Dios se hace presente en el altar
La Misa, o la Eucaristía, es la principal celebración sacramental de nuestra Iglesia. Es la oración universal que más profundamente nos une como católicos. En la Misa, nos encontramos, de manera íntima, con Dios mismo —Jesús— en forma sacramental. En los altares del Antiguo Testamento, nuestros antepasados alababan a Dios y le daban gracias. Aparte de nuestra alabanza y acción de gracias, en cada Misa Dios se hace presente ante nosotros en el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo.

Jesús estableció la Misa en la última cena, la cual fue la primera Misa. Podemos leer la descripción de cómo Jesús instituyó la Eucaristía en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, y Pablo también lo narra en su primera carta a los corintios:

Mt 26:26-29
Mc 14:22-24
Lc 22:15-20
1 Co 11:23-25

Fuente y cumbre
Todo lo que hacemos en la Iglesia está ordenado a la Eucaristía, es decir, está por debajo de la Eucaristía: "Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan" (CIC 1324). Por este motivo, la Eucaristía se describe como "la fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (Lumen Gentium 11).

Las oraciones de la Misa se basan en las palabras, acciones y enseñanzas de Jesús, las cuales las tenemos escritas en la Biblia. Como aprendimos en la sección sobre la Didaché, muchas de las oraciones de la Misa ya se habían desarrollado en el primer siglo A.D. La Misa siempre ha contenido dos partes principales: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Además de estas partes, la Misa tiene oraciones al principio, las cuales se consideran como el Rito de Introducción, y partes al final, las cuales se consideran como el Rito de Conclusión. Es impresionante cómo la Misa ha seguido, en toda su historia, fundamentalmente igual durante dos mil años.

En el Concilio Vaticano II, los obispos decidieron iniciar una reforma litúrgica con el propósito de renovar y simplificar ciertos elementos de la Misa. Esta reforma tenía, como uno de sus fundamentos principales, aumentar la participación activa de los fieles en la celebración de la Misa. Sacrosanctum Concilium, uno de los documentos del concilio, declara que la Iglesia desea que todos tengan "participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas" (SC 14). Uno de los frutos más reconocidos del concilio fue la posibilidad de celebrar la Misa no necesariamente en latín sino en el idioma local de cada pueblo. Después de la clausura del concilio en 1965, los obispos trabajaron en las reformas, hasta que en 1969 promulgaron una nueva edición del Misal Romano, el libro que se utiliza para celebrar la Misa. Desde 1969, ha habido algunos cambios menores en el rito y la traducción de la Misa.

Conclusión

En la oración cristiana, estamos unidos en Cristo. Desde los tiempos de los patriarcas, hasta el momento de Pentecostés, inclusive hasta el día de hoy, en nuestras vidas Dios sigue contestado la petición de los apóstoles: "Señor, enséñanos a orar" (cf. Lc 11:1).


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