Entrenamiento para Catequistas - Merz

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Exploración de las formas y opciones del Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación


by Padre Daniel Merz
Director asociado de Culto Divino de la USCCB

La vida consiste en relaciones. Nosrelacionamos con la familia, amigos y extraños (incluidos nosotros mismos); nos relacionamos con los animales, las plantas y el mundo inanimado que nos rodea; nos relacionamos con Dios, los ángeles y los santos. Siempre que estas relaciones no están a la altura de lo que deberían y podrían ser, instintivamente sentimos que algo no está bien y hacemos bien en examinar nuestra conciencia para ver si nuestros pensamientos, palabras y acciones o la falta de ellas han contribuido a la discordia. Y si nos damos cuenta de que así ha sido, entonces hay un deseo natural de responder de alguna manera. "Lo siento", decimos; "Discúlpame"; "Por favor, perdóname", etc. Como criaturas que nos expresamos a través de un cuerpo físico en el tiempo y en el espacio, deseamos maneras de expresar y ritualizar nuestras relaciones con Dios, con la Iglesia, con las personas y con el mundo. Pero también deseamos ritualizar la reconciliación de esas relaciones.

El Sacramento primordial de perdón es el Bautismo, que limpia del pecado y a la vez crea también una nueva relación con Dios y la Iglesia al incorporar al bautizado en el Cuerpo de Cristo. Idealmente, nunca quisiéramos dañar ese estado de pureza que sigue al Bautismo... pero, desde luego, lo hacemos. El Sacramento de la Penitencia es a menudo llamado Segundo Bautismo como el Sacramento secundario del perdón, que actúa para restaurar lo que se perdió. La forma en que celebramos este Sacramento es ilustrativa de cómo la Iglesia comprende a Jesús, a sí misma, al mundo que la rodea y al pecado.

Como vemos en el Nuevo Testamento, es claro que Jesús creía que tenía el poder de perdonar los pecados. Aún más impresionante, sin embargo, fue el hecho de que Jesús claramente quería comunicar este poder a sus discípulos. A medida que el Sacramento de la Penitencia crecía y se desarrollaba dentro de la Iglesia, se produjo una interesante crítica de algunos de los paganos en el mundo antiguo. Ellos reprochaban a los cristianos, diciendo: "Ustedes promueven el pecado de los seres humanos al prometerles el perdón si hacen penitencia. ¡Eso es libertinaje, no educación!" (cf. San Agustín, Sermón 352, 9). Sin embargo, para el cristiano vivir una vida moral no es una cuestión de educación solamente. El conocimiento por sí solo no puede nunca vencer el pecado o alcanzar la bondad. La naturaleza humana no es sólo ignorante, sino caída o dañada, por lo que necesitamos un remedio más allá de lo que este mundo por sí solo puede proporcionar. A veces, tal vez muchas veces, tenemos pleno conocimiento del mal que hacemos... y lo hacemos de todos modos. La educación nunca será suficiente. El Sacramento de la Penitencia no es una lección escolar sobre cómo imitar a Cristo; ¡es un encuentro divino para ser transformado en Cristo!

Como con cada Sacramento, la Penitencia incluye tanto un trabajo humano como una obra divina. En la obra divina del Sacramento, comprendemos que la sangre de Cristo fue derramada en la cruz para el perdón de los pecados, y ahora se derrama eterna y gloriosamente ante el Padre en el cielo, también para el perdón de los pecados: "Cristo penetró una sola vez y para siempre en el 'lugar santísimo'… [con] su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna. Porque… la sangre de Cristo… purificará nuestra conciencia de todo pecado, a fin de que demos culto al Dios vivo" (Hb 9:12, 14). En el Sacramento de la Penitencia, el Espíritu Santo conecta al penitente con esta gloriosa efusión de la misericordia divina de Cristo, y cuanto más nos abrimos a esta misericordia, más nuestras vidas no son simplemente perdonadas, sino transformadas. El trabajo humano del Sacramento busca fomentar y facilitar la "apertura" de cada penitente al poder transformador de la misericordia divina.

En la reforma de la Penitencia a que llamó el Concilio Vaticano II, el Sacramento hace hincapié en el proceso de conversión de cada penitente, y, de hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica explica la teología del Sacramento de la Penitencia desde el punto de vista de la conversión. En esta perspectiva, el Sacramento puede ser utilizado como un medio de crecimiento espiritual, centrado en la renuncia continua de los fieles a confiar en su propia fuerza para confiar en cambio en la misericordia y compasión de Dios. El Sacramento de la Penitencia es el recordatorio constante de por qué creemos en la gracia por sobre la educación, y más concretamente: por qué necesitamos un Salvador. Cada vez que un cristiano peca, aun en repetidas ocasiones, no es momento para la desesperación, que se centra en uno mismo y sus fallas, sino para la esperanza, que recuerda la necesidad de buscar a Dios en busca de fuerza y santificación. La Penitencia es un recordatorio continuo de apartar nuestros ojos de nosotros mismos y nuestras fallas, y dirigirlos humilde y confiadamente a Dios. Cuando caemos y pecamos, es fácil desanimarnos y entrar en una espiral de odio por nosotros mismos y nuestras fallas, que es exactamente donde el diablo quiere mantenernos. Nuestra mejor práctica después de pecar es asumir la responsabilidad de nuestros actos y volvernos inmediatamente al Señor, diciendo con confianza: "Por esto es que te necesito".

El proceso de conversión se ve obstaculizado por una variedad de cosas, la primera de todas: el pecado. Como escribe san Pablo en Rm 7:15, 20-21, a veces apenas podemos responsabilizarnos de tan enredada que está nuestra voluntad en el pecado: "Mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí. Descubro, pues, esta ley: aunque quiera hacer el bien, es el mal el que se me presenta" [NBJL]. San Pablo continúa y no desespera, sino que se alegra de que, en su debilidad, la salvación venga a él y a todos nosotros desde Dios en Cristo Jesús. En Cristo, el poder del pecado es vencido, y el Sacramento de la Penitencia es una comunicación de esta gracia triunfante.

Más allá de los pecados culpables que todos cometemos, la Iglesia también se da cuenta de que hay muchas imperfecciones y tendencias al mal que encontramos en nosotros mismos. La tradición ha descrito a menudo el pecado como errar el blanco. No importa cuánto nos esforcemos o cuán pura sea nuestra intención, seguimos sin alcanzar la perfección a la que Jesús nos llama ("Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto". Mt 5:48). Pero cada vez que nos acercamos al Sacramento con verdadero arrepentimiento y con el corazón abierto, el encuentro transformador con el Misterio Pascual obra sobre nosotros, curándonos y preparándonos para la transformación final de la resurrección, "y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque ya todo lo antiguo terminó". (Ap 21:4)

En el resto de este artículo, los elementos del Sacramento de la Penitencia se examinarán con cierto detalle con miras a ayudar a todos los que lo celebran a hacerlo más plenamente.

El elemento divino en el Sacramento

El elemento divino en el Sacramento es primordial. Nuestra teología dice que la obra del sacramento es siempre en primer lugar la obra de Dios. Dios ofrece la gracia de la conversión, Dios hace el llamado al arrepentimiento, y Dios posibilita la transformación de nuestra vida. El Sacramento es una de las mejores maneras que tenemos de representar simbólicamente nuestra respuesta a Dios y a la gracia de la conversión que él ofrece. Otras maneras de responder incluyen el ayuno, la oración, la caridad a los demás, la peregrinación y los días o estaciones de penitencia (por ejemplo, la Cuaresma). Pero la mayor de ellas es, sin duda, la ritualización de nuestra penitencia interior a través del Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación.

El elemento eclesial en el Sacramento

El elemento eclesial en el Sacramento va de la mano con el elemento divino, porque el Cuerpo de Cristo es la Iglesia. El Sacramento abre la puerta a la acción interior de Dios dentro de nosotros, pero también tiene que ser entendido como una representación simbólica de nuestra relación con la Iglesia. También la Iglesia está herida por nuestro pecado. Es por esto que nunca es suficiente pedir perdón solamente a Dios y al agraviado, porque el pecado hiere todo el Cuerpo de Cristo: "Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; y cuando recibe honores, todos se alegran con él". (1 Co 12:26) El Sacramento de la Penitencia, pues, tiene el poder de reconciliarnos no sólo con Dios sino también con la Iglesia. Así lo expresó claramente Jesús cuando entregó el poder de atar y desatar a su Iglesia en los Apóstoles. En un nivel muy práctico, es importante que cada uno de nosotros confesemos ante un sacerdote, no porque Dios no pueda perdonarnos directamente, sino porque también necesitamos el perdón del que puede representar al conjunto de la Iglesia, que fue herido por mi pecado.

Elementos esenciales para el penitente en la celebración del Sacramento

Por parte del penitente, hay tres elementos esenciales: contrición, confesión y satisfacción. El elemento más importante es la contrición. Esta significa que uno tiene que asumir la responsabilidad personal por su pecado y arrepentirse verdaderamente de ese pecado. Hay una distinción que se hace en teología entre contrición perfecta e imperfecta (la última de las cuales se llama "atrición"). La contrición perfecta se arrepiente del pecado por amor a Dios y su pueblo. La contrición imperfecta es motivada por motivos menos nobles, como el miedo al castigo o una necesidad percibida de avenirse. Sin embargo, la principal preocupación de la Iglesia no se encuentra en este tipo de análisis, sino en fomentar un espíritu de contrición en toda persona que venga a buscar curación y perdón.

El segundo elemento importante para el penitente es la confesión. Es típicamente católico romano insistir en la revelación externa de los pecados ante la Iglesia, con base en la Encarnación y la enseñanza de Jesús ("Por tanto, confiesen sus pecados los unos a los otros y oren los unos por los otros para que se curen". St 5:16). Sobre todo debido a la noción que tenemos de la encarnación, creemos que es necesario no sólo confesar mental o conscientemente, sino confesar en voz alta. El acto de expresarse no sólo es bueno y santo; también cambia las cosas y las hace más reales en cierto sentido. La Iglesia enseña que todos los pecados graves o mortales deben ser confesados, y por lo menos una vez al año. Pero también creemos que es digno de alabanza, y fomenta la conversión, confesar también las faltas menores y cotidianas conocidas como pecados veniales. En efecto, cuando confesamos nuestros pecados, estamos confesando la gracia de Dios en nuestra vida a la que no hemos respondido adecuadamente. Incluso la confesión de nuestros pecados trata en última instancia del Señor.

El elemento final que es importante para el penitente es la satisfacción. Esto debe hacerse para una celebración integral del Sacramento. La cuestión no es "compensar" el pecado cometido. Eso sería traslucir un falso entendimiento de que podemos vencer el pecado solamente con nuestro trabajo. Más bien, la satisfacción (o "penitencia" como se la llama comúnmente) se entiende mejor como una expresión de nuestro deseo de hacer las paces en el nivel humano en la medida que nos sea posible. Es un signo de nuestro arrepentimiento sincero y de nuestro deseo de trabajar por la justicia. Este elemento da su nombre al Sacramento. La gracia que viene a nosotros en la celebración del Sacramento encontrará más suelo fértil cuando cultivemos nuestra vida a través de actos de penitencia. Las penitencias que hacemos obran para abrirnos cada vez más plenamente a la acción curativa del perdón y la paz de Dios.

Elementos esenciales para la Iglesia en la celebración del Sacramento

Los elementos esenciales por parte de la Iglesia son la absolución y la reconciliación. Sólo Dios puede perdonar los pecados, no los seres humanos. Es por esto que la fórmula de absolución siempre ha sido anunciada "en el nombre de Jesucristo" o "en el nombre de la Santísima Trinidad". De hecho, la Iglesia simplemente está aplicando el perdón que Cristo llevó a cabo de una vez por todas. Al aplicar este perdón, la Iglesia también efectúa la reconciliación de los penitentes por la obra del Espíritu Santo a la Iglesia de Dios en Cristo. Hay una acción simultánea y doble por la cual la Iglesia comunica el perdón de Dios y anuncia la reconciliación.

Los formas y opciones del Sacramento

El Ritual se divide en cinco secciones.

  1. Recepción del penitente
  2. Lectura de la Palabra de Dios (opcional)
  3. Confesión de los pecados y aceptación de la satisfacción
  4. Oración del penitente y absolución
  5. Anuncio de la alabanza a Dios y despedida

El Ritual comienza con el sacerdote dando la bienvenida "cálidamente" y saludando "con amabilidad" al penitente, quien a su vez responde con la señal de la cruz. Luego el sacerdote alienta al penitente con unas palabras a confiar en Dios (se proporcionan algunas palabras de ejemplo de este aliento). Aquí la Iglesia reconoce que no es fácil confesar los pecados, y así exhorta al sacerdote a ser amable, al penitente a invocar la cruz como nuestro signo seguro de esperanza, y a que el sacerdote dé un mayor aliento de que Dios está con el penitente.

La lectura de la Palabra de Dios se utiliza más a menudo con una celebración penitencial comunitaria, que incluye la confesión individual, pero puede ocurrir con el Ritual para penitentes individuales. Su importancia radica en la presentación del llamado de Dios a la conversión y a la oferta de su curación y su amor que perdona. Tal vez, más comúnmente con la confesión individual, el sacerdote incluirá alguna referencia a la Escritura en sus palabras iniciales de aliento.

En la confesión de los pecados, el penitente puede utilizar una fórmula como "Yo confieso ante Dios todopoderoso..." o "Perdóname, Padre, porque he pecado..." Si es útil, el penitente puede revelar su estado de vida (por ejemplo, soltero, casado, religioso) y otros detalles que podrían ayudar al sacerdote tanto a comprender mejor la confesión como a proporcionar consejo apropiado en respuesta. El sacerdote puede también ayudar al penitente a examinar su conciencia y por lo tanto a hacer una buena confesión. Después de la confesión y de los consejos apropiados, el sacerdote propone un acto de penitencia para su aceptación por el penitente.

Luego se solicita al penitente a expresar pesar, y puede hacerlo con una fórmula de oración o en sus propias palabras. El sacerdote ofrece la oración de absolución, que recuerda cómo la muerte y resurrección de Cristo reconcilia al mundo y cómo el don del Espíritu Santo trae ese perdón aún hoy en día. La oración termina con la declaración de la Iglesia de que el penitente es absuelto.

El Ritual concluye con un diálogo de alabanza y la despedida.

El sacerdote exclama: "Da gracias al Señor porque es bueno".

Y el penitente responde: "Porque es eterna su misericordia". Luego el sacerdote recurre a una serie de opciones para despedir al penitente reconciliado en la alegría del perdón.

En la celebración del Sacramento de la Penitencia, la Iglesia desea que el penitente sepa que no está solo ante el juicio de Dios, sino que tiene el respaldo y el apoyo de toda la Iglesia en su esfuerzo por responder a la relación de amor que Dios sigue ofreciendo, incluso después del pecado.


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