Para el párroco - Guthrie

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Predicar sobre el don del perdón de Dios

por Padre John Guthrie

En su discurso a los obispos de Brasil el año pasado —un discurso que se erige como uno de los más importantes de su pontificado hasta el momento— el papa Francisco habló del relato del encuentro del Señor Resucitado con dos discípulos desconsolados en el camino a Emaús en la conclusión del Evangelio de Lucas. El Santo Padre ve este relato "como clave de lectura del presente y del futuro".

¿En qué sentido? Los dos discípulos se escandalizaron por el aparente fracaso del Mesías y salieron de Jerusalén desalentados, aparentemente sin esperanza. El Santo Padre señala que muchos también han dejado la Iglesia por una variedad de razones: "Tal vez la Iglesia se ha mostrado demasiado débil, demasiado lejana de sus necesidades, demasiado pobre para responder a sus inquietudes, demasiado fría para con ellos, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido..." El papa Francisco sugiere que es preciso revitalizar la Iglesia: "Hace falta una Iglesia que no tenga miedo a entrar en la noche de ellos. Necesitamos una Iglesia capaz de encontrarlos en su camino. Necesitamos una Iglesia capaz de entrar en su conversación. Necesitamos una Iglesia que sepa dialogar con aquellos discípulos que, huyendo de Jerusalén, vagan sin una meta, solos, con su propio desencanto, con la decepción de un cristianismo considerado ya estéril, infecundo, impotente para generar sentido" (Discurso del papa Francisco al episcopado brasileño, Rio de Janeiro, 28 de julio de 2013).

Esta reflexión sobre los acontecimientos en el camino a Emaús ofrece un buen resumen de la idea que tiene el Santo Padre acerca de la Nueva Evangelización y la importancia de la misericordia y el perdón en ese esfuerzo. Conocer a gente en su camino, entrar en su conversación, acompañarlos en su noche, llevar la presencia pacífica y curadora de Cristo, esto es lo que hace la Iglesia cuando está en su mejor momento. Nuestra predicación debe reflejar estas prioridades.

La preparación personal del homilista

Jesús guardó algunas de sus críticas más mordaces para los líderes religiosos que predican la fe pero no la practican. Es importante que los que estamos llamados a predicar el perdón consideremos primero nuestra propia preparación espiritual. ¿Cómo podemos predicar algo que no hemos experimentado? ¿Cómo podemos ser instrumentos eficaces de la misericordia de Dios si no experimentamos regularmente esa misericordia de una manera más personal?

Tal vez la mejor preparación para predicar el perdón es volver a las prácticas católicas básicas con una nueva intencionalidad. Estas prácticas incluyen:

La oración. En su famoso libro El regreso del hijo pródigo, el padre Henri Nouwen muestra la importancia de ser amado como hijo para aprender a amar como padre. Experimentar el abrazo del Padre en la oración diaria es un fundamento esencial para la predicación eficaz sobre el perdón. Sólo dentro de ese abrazo podemos enfrentarnos a los demonios de la soledad, el abatimiento, los celos y la ira. Dios (el Padre) invita a los sacerdotes (sus hijos) a esta experiencia de su amor todos los días para que podamos ser padres más eficaces dentro de la Iglesia.

La Eucaristía. El sacrificio eucarístico de Jesús en la Última Cena y el sacrificio expiatorio en la Cruz revierte los efectos del pecado, a saber, la división y la violencia. San Pablo describe el proceso vívidamente cuando habla de que Cristo crea "en sí mismo, de los dos pueblos, un solo hombre nuevo, estableciendo la paz..." (Efesios 2:15). Entrar de lleno en la Eucaristía como sacerdote es entrar en esta dinámica de reconciliación y experimentar la nueva esperanza y visión de Jesús para la humanidad.

Confesarse regularmente. En una encuesta de 2009, un asombroso 23.5% de sacerdotes dijeron que se confesaban sólo una vez al año o menos (Mons. Stephen Rossetti, Why Priests are Happy [Por qué los sacerdotes son felices] [Notre Dame, IN: Ave Maria Press, 2011], 161). Es a la vez sorprendente y preocupante el número de sacerdotes que no se confiesan con regularidad. La recepción de este sacramento para el sacerdote es fundamental para la Nueva Evangelización. Como ha declarado el cardenal Timothy Dolan: "El Sacramento de la Reconciliación evangeliza a los evangelizadores, pues nos pone sacramentalmente en contacto con Jesús, que nos llama a la conversión de corazón, y nos permite responder a su invitación al arrepentimiento, un arrepentimiento desde dentro que puede luego transformar el mundo de afuera" (Discurso presidencial a la Reunión Plenaria de los Obispos en Baltimore, 12 de noviembre de 2012 [versión del traductor]). En nuestra propia experiencia del Sacramento de la Confesión, los sacerdotes encontramos una y otra vez el maravilloso perdón de Jesús, un perdón que nos cambia la vida y nos ayuda a ser instrumentos más eficaces de la misericordia para nuestro pueblo y el mundo.

Escuchar confesiones. Una de las mejores oportunidades para la formación en la predicación del perdón es, de hecho, ser confesor. Entrar en el quebrantamiento, la disfunción y el pecado de otro, y llevar la misericordia y el perdón del Médico Divino es una experiencia de humildad y gran intensidad para un sacerdote. A pesar de que nunca se permite usar la información de ninguna confesión en la predicación —hemos de ser muy cuidadosos de violar el secreto, ya sea directamente o indirectamente—, al escuchar las confesiones de los fieles, sin embargo, nos volvemos más conscientes del poder del pecado y del poder cada vez mayor de la gracia de Dios. Esto nos ayuda a ser a la vez desafiantes y compasivos en nuestras homilías.

Predicar el perdón de Dios

Mucho se ha escrito acerca de los grandes desafíos que enfrenta la Iglesia en la cultura contemporánea. Los grandes "ismos" modernos confrontan a un pastor a diario: el relativismo, el individualismo y el consumismo, por nombrar algunos. Los obispos de los Estados Unidos describen estos obstáculos pastorales y espirituales en su reciente declaración sobre la predicación (Predicando el misterio de la fe: La homilía dominical [PMF] [Washington, DC: Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, 2012]):

  • el relativismo sostiene que la verdad absoluta y los valores perdurables son ilusorios;

  • el individualismo da "fuerte énfasis [al ] individuo y la elección individual, que a menudo eclipsa el sentido de comunidad o del bien común", y

  • el consumismo pone "un enfoque en la satisfacción material, en detrimento de los valores espirituales" (PMF, p. 4).

Dado este clima cultural, no es de extrañar que haya una falta de sentido del pecado y una tasa descendente de participación en la vida de la Iglesia.

¿Cómo se puede predicar sobre el don del perdón de Dios en esta atmósfera? ¿Cuál debe ser el tono y el contenido del mensaje? Me parece que es crucial volver a Jesucristo y contemplar cómo lo hace él.

Tomemos, por ejemplo, el encuentro del Señor con la mujer en el pozo (Juan 4:4-42). Jesús se llega donde la mujer y entabla conversación con ella. Ella es alguien que tiene un pasado accidentado y se encuentra actualmente en situación de pecado; esto da forma a la conversación de Jesús con ella. El diálogo es "a la vez desafiante y respetuoso, inquisitivo y sin embargo tierno" (PMF, 31). Este es el tono equilibrado que debe tomar nuestra predicación. Como los obispos señalan con razón: "Predicar el Evangelio implica desafío, pero también aliento, consuelo, apoyo y compasión" (PMF, 11).

Las homilías eficaces nunca son moralizantes. En lugar de reprender a la gente por sus faltas, una homilía debe llamar a los fieles al arrepentimiento y la conversión. Una estrategia de reprensión es ineficaz, pues "concentrarse en nuestra pecaminosidad, sin acompañar la seguridad de la gracia, por lo general produce resentimiento o desaliento" (PMF, 11). Por otro lado, una buena homilía nunca evita las cuestiones y luchas espirituales importantes, pero ofrece "una ocasión para encontrar la curación precisamente a través de la confianza en Cristo Jesús" (PMF, 12).

De hecho, como los obispos nos recuerdan, el meollo de cada homilía debe ser el corazón de nuestra fe cristiana, Jesucristo, y el misterio central de su vida, el misterio pascual: "la persona y misión de Jesús, que culmina con su Muerte y Resurrección, es en última instancia el contenido central de todas las Escrituras" (PMF, p. 19). El misterio pascual, por lo tanto, se convierte en la lente interpretativa por la cual podemos comprender todos los aspectos de la vida, incluyendo nuestro pecado: "Por medio de ese patrón, el Pueblo de Dios puede comprender adecuadamente su propia vida y ser capaz de ver su propia experiencia a la luz de la Muerte y Resurrección de Jesús" (PMF, pp. 15-16).

En una cultura a menudo dominada por el relativismo, el individualismo y el consumismo, el anuncio de la salvación de Cristo es verdaderamente una buena nueva. Permite que la gente vea que hay otro camino, que allana el camino a la conversión, que trae esperanza. A través de nuestra predicación, Dios puede abrir un espacio en el corazón humano, un espacio que sólo él puede llenar. La predicación eficaz puede llamar a la gente de vuelta a una fructífera participación en el Sacramento de la Confesión, sobre todo si han pasado años desde su última confesión. La buena predicación sobre el don del perdón de Dios está en el corazón de la Nueva Evangelización.


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