Entrenamiento para el Catequista - Hosffman Ospino

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El Catecismo: una guía a la sinfonía de la fe en clave católica

por Hosffman Ospino, PhD
Profesor de teología y educación religiosa
Boston College 

Sonar en Acorde

La música es un arte que expresa de manera profunda y especial lo que somos como seres humanos. Y como todo arte, la música requiere de tiempo, dedicación e inspiración. Quienes dedican su vida a componer obras musicales saben que la combinación apropiada de notas, tiempos, silencios, instrumentos, sonidos y letras es crucial para que su obra tenga el efecto deseado. Las buenas obras musicales no se olvidan. Quienes disfrutamos estas expresiones artísticas no siempre estamos conscientes de todo el trabajo y la complejidad que les acompaña. Sin embargo, la perfección de una obra musical habla por sí misma. La inspiración que la hace realidad inspira al mismo tiempo algo nuevo en aquellos que la escuchan y la hacen suya.

La variedad de géneros musicales, ritmos y cánticos que deleitan el oído es increíblemente amplia. Tan amplia, pudiéramos decir, como la variedad de las experiencias de las personas que los componen y los escuchan, usualmente influenciados por la cultura en la cual nacieron. Es imposible no admirar cómo la combinación de unas pocas notas musicales y sus escalas, arregladas de distintas maneras, puede generar tanta variedad: himnos, baladas, ritmos caribeños y africanos, corridos y rancheras, zambas y tangos, música andina, valses y danzas, melodías asiáticas, música rock y pop, ritmos híbridos contemporáneos y, por supuesto, la belleza de la música clásica. Sin duda alguna, cada género musical atrae a un sinnúmero de personas por su valor artístico y su capacidad de inspirar. Cada uno tiene el potencial de invitarnos a apreciar la música como arte.

La primera vez que escuché una sinfonía en vivo quedé fascinado. La belleza del teatro, la solemnidad casi ritual del ambiente, la diversidad de instrumentos, las partituras listas para ser leídas… Todo estaba diseñado para crear un sentido de conjunto. El director de la orquesta, con tan sólo unos movimientos, hizo que el silencio cediera su lugar a una hermosa melodía. Aunque cada instrumento tenía una función en particular, y por su propia cuenta hubiera sonado un poco extraño, dentro del conjunto sonaba perfectamente. De hecho, si un instrumento hubiese faltado la sinfonía lo hubiese extrañado. Las sinfonías clásicas usualmente tienen cuatro movimientos. El uno da lugar al siguiente, lo prepara, muchas veces lo anticipa. Desde aquella vez, al escuchar una sinfonía en cualquier otro lugar puedo imaginar este espectáculo y revivo los momentos. Es como si tuviera que haberlo visto primero para saber después de qué se trata. Y aunque la sinfonía clásica permite a la audiencia experimentar todo esto de manera única, algo similar ocurre con otras formas musicalesalgunas más formales, otras más populares. Ya sea en el contexto de una sinfonía clásica o una expresión sinfónica de otro estilo (la palabra sinfonía significa "sonar en acorde"), tal como los géneros mencionados anteriormente, lo importante es apreciar cómo las partes, arregladas apropiadamente, tienen el poder de inspirarnos e incluso transformarnos.

¿No ocurre algo similar con la sinfonía de la fe cristiana?

La Sinfonía de la Fe Cristiana

En una ocasión una estudiante de educación religiosa en la universidad donde enseño me preguntó qué recurso podía recomendarle que contuviera aquellos elementos que un católico hoy en día debía conocer para vivir su fe de manera auténtica. Indudablemente las Sagradas Escrituras vinieron a mi mente al igual que el Catecismo de la Iglesia Católica. Después pensé que debiera recomendar también el Código de Derecho Canónico, los documentos del Concilio Vaticano II, el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, quizás unas cuantas encíclicas, seguramente libros sobre las vidas de los santos, unos cuantos libros de teología, un par de comentarios bíblicos, una buena historia de la Iglesia y su pensamiento… ¡La lista era cada vez más larga! Pregunté a mi estudiante el porqué del interrogante. Ella estaba preocupada porque muchas personas en la comunidad parroquial donde dirige el programa de catequesis no conocen el contenido de la fe y por eso no la viven. Seguramente muchos catequistas, ministros y educadores católicos hoy en día compartimos la misma preocupación.

Es muy cierto que el conocimiento de los contenidos de la fe predispone a la persona y a la comunidad eclesial a una vivencia más profunda del misterio cristiano. De hecho, sin ese conocimiento sería casi imposible saber por qué somos comunidad o por qué celebramos el misterio de Cristo como Iglesia. Con seguridad esta es una de las razones que hay en el fondo de la falta de compromiso de muchos bautizados católicos en nuestro mundo contemporáneo. Para muchos ser católico se reduce a una identidad un tanto superficial ("católicos nominales") o a unos ritos que se practican de vez en cuando pero que poco afectan todas las áreas de nuestra vida. Sin embargo, no podemos caer en la tentación de asumir que existe una correlación automática entre "conocer" una serie de contenidos y "hacer vida" dichos contenidos. Tal relación debe ser intencional. El ideal es que quien conozca bien su fe se anime a vivirla comprometidamente y quien viva su fe comprometidamente se anime a conocerla bien.

Los contenidos de la fe cristiana se nos presentan como las bases fundamentales sobre las cuales está cimentado el edificio de la praxis de la fe. En otras palabras, las expresiones de fe, los ritos, las convicciones que nos llevan a actuar de una manera particular en la vida diaria y las verdades que nos identifican como cristianos católicos tienen sentido pleno cuando afirmamos su relación con los misterios centrales de la fe. En el Credo, también conocido como el "símbolo de la fe", encontramos el resumen más adecuado de las convicciones centrales que sostienen nuestra fe.

De las verdades centrales que profesamos en el Credo se derivan naturalmente otras verdades, convicciones y prácticas. Dichas verdades "derivadas" son importantes también porque nos ayudan a crecer en la fe y a vivirla en lo cotidiano, pero no pueden ser consideradas más importantes que las verdades centrales de las cuales se derivan. Tampoco pueden contradecirlas. Así que las verdades centrales de la fe, sucintamente proclamadas en el Credo y recibidas con una fe profundamente eclesial, llegan a nosotros, a través de los siglos, como puntos de partida y como puntos de referencia a los cuales hemos de regresar constantemente. En caso de duda o confusión, el símbolo de la fe nos sirve como brújula doctrinal y espiritual. La relación entre estas verdades interrelacionadas es conocida como "jerarquía de verdades". El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto de la Revelación del Misterio de Cristo". Y, citando el decreto del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo, continúa: "Conviene recordar que existe un orden o 'jerarquía' de las verdades de la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana" (CIC, no. 90).

Esta relación entre las verdades de la fe nos recuerda la imagen de la sinfonía musical. Es fácil pensar en el conjunto de verdades, convicciones y prácticas cristianas católicas como elementos de una gran sinfonía: la sinfonía de la fe. Al igual que toda sinfonía tiene elementos y movimientos que son propios a la identidad de la pieza musical, en la sinfonía de la fe hay verdades de las cuales no se puede prescindir. Un cristianismo sin el misterio de la Trinidad o sin el misterio de Jesucristo o sin la experiencia de la Iglesia como Pueblo de Dios sería irreconocible. El Dios Trinitario es la fuente de la sinfonía de la fe. Desde el principio Dios tiene un plan para la humanidad: la salvación. Jesucristo es quien lleva ese plan a su pleno cumplimiento. El Espíritu Santo conduce a la Iglesiay a todas aquellas personas que buscan el bien y la verdad—para que todos los elementos de la fe suenen en acorde. Es posible que en ciertos casos surjan disonancias y por eso la Iglesia, como comunidad de fe que confía en que Dios no la abandona jamás, pide la guía del mismo Espíritu Santo para aclarar —y corregir cuando sea necesario.

Cuando la comunidad eclesial, especialmente sus catequistas, pastores, teólogos y maestros, busca recursos que contengan los elementos de la fe católica para compartirla, vale la pena tener en cuenta dos situaciones.

Por un lado, la riqueza de la fe de la Iglesia siempre radica en su fidelidad a aquellas convicciones doctrinales que nos identifican como cristianos. Estas convicciones son las notas y movimientos que todo discípulo de Cristo ha de conocer y vivir. Muchas veces dichas notas y movimientos son interpretados con ritmos variados o son interpretados con distintos instrumentos —por ejemplo cuando se incultura la fe en una sociedad específica. Recordemos que hay muchas maneras de "sonar en acorde". En medio de la diversidad de expresiones sinfónicas de la fe, la identidad cristiana ha de ser evidente.

Por otro lado, a medida que la Iglesia crece y madura con el pasar de los siglos y hace lo mejor posible por interpretar el tesoro de la Revelación para cada generación, el número de verdades derivadas también aumenta, las cuales se hacen realidad por medio de ritos, prácticas, oraciones, pronunciamientos teológicos, normas, etc. Cada generación, por consiguiente, ha de hacer un esfuerzo para conocer estas verdades y asegurarse de que están en consonancia con aquellas convicciones centrales que nos identifican como cristianos. Una obra sinfónica tiene muchos instrumentos, muchos sonidos y, en ocasiones, muchas voces. Cuando dichos elementos funcionan independientemente, o son aislados el uno del otro, suenan de manera extraña. Incluso, fuera del contexto apropiado, corren el riesgo de decir poco o simplemente tergiversar la obra total. La parte sin referencia al todo puede conducir a una forma de idolatría o expresión falsa de la fe.

Hoy con urgencia necesitamos ser testigos de momentos que nos expongan a la belleza y riqueza de la sinfonía de la fe cristiana en acción. La respuesta que finalmente ofrecí a mi estudiante fue más bien una invitación: identifica personas y comunidades en donde la fe cristiana se viva con alegría, pasión y convicción. El encuentro con un cristiano santo es suficiente para entender lo que significa vivir en relación profunda con Cristo resucitado. Nada más transformador que pertenecer a una comunidad eclesial que se esfuerza cada día por vivir auténticamente la fe cristiana valorando las muchas expresiones de esta fe y afirmando que, a pesar de nuestras limitaciones, el Espíritu Santo nos sigue guiando. Muchas personas todavía necesitan experimentar esta sinfonía en acción. Una vez se experimente entonces habrá una inclinación natural a explorar todos aquellos recursos que nos hablan de la fe. 

El Catecismo como Guía de la Sinfornía de la Fe en Clave Católica

Una vez las notas, los instrumentos, el director, los artistas y la comunidad están listos para experimentar la sinfonía, sólo falta la guía. Para el cristiano católico las Sagradas Escrituras sin duda alguna funcionan como guía privilegiada para interpretar la sinfonía de la fe. Pero es quizás en el Catecismo de la Iglesia Católica en donde encontramos una guía más explícita, escrita en lenguaje contemporáneo y accesible a nuestra generación, para apreciar la sinfonía de la fe en clave católica.

En 1992 se publicó el Catecismo de la Iglesia Católica, un recurso impresionante fruto de cerca de seis años de arduo trabajo por parte de católicos a todos los niveles alrededor del mundo. La última vez que la Iglesia se había propuesto elaborar un catecismo universal fue en el siglo XVI siguiendo las directivas del Concilio de Trento. En el siglo XX la Iglesia entró en un proceso de auto-reflexión y renovación, el cual se cristalizó en el Concilio Vaticano II (1962-1965). El espíritu renovador de este último concilio condujo a la actualización de muchos documentos claves. En 1985 el papa Juan Pablo II convocó a varios obispos del mundo a un sínodo para celebrar los frutos espirituales del Concilio Vaticano II. De esta reunión nació la iniciativa de un catecismo para toda la Iglesia.

El papa Juan Pablo II escribió en la constitución apostólica Fidei Depositum, con la que promulgó y estableció el Catecismo de la Iglesia Católica, que el Catecismo fue el resultado de "lo que se puede llamar sinfonía de la fe" (no. 2). En la elaboración del Catecismo participaron obispos de todo el mundo, quienes a su vez consultaron con teólogos, líderes catequéticos y pastorales y otros expertos. He aquí una manera más de entender la expresión "sinfonía de la fe". El nuevo Catecismo habría de usar no sólo un lenguaje, sino también reflejar un espíritu eclesial que respondiera a las preguntas y retos de ser cristiano católico hoy en día. Las muchas voces y experiencias que fueron parte de esta reflexión global confirmaron que, a pesar de la diversidad y multiplicidad de perspectivas, el Espíritu Santo sigue conduciendo la sinfonía de la fe que ha llegado a nosotros a través de los siglos. La elaboración del Catecismo fue un ejercicio auténtico de la catolicidad de la Iglesia. La belleza armónica de esta sinfonía de fe nos inspira y nos invita a ser discípulos auténticos del Señor.

El Catecismo presenta "con fidelidad y de modo orgánico la doctrina de la sagrada Escritura, de la Tradición viva de la Iglesia, del Magisterio auténtico, así como de la herencia espiritual de los Padres, y de los santos y santas de la Iglesia, para dar a conocer mejor los misterios cristianos y afianzar la fe del pueblo de Dios" (Fidei Depositum, no. 3). Las cuatro partes del Catecismo (la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana) están organizadas de tal manera que la una da lugar a la siguiente con un sentido de necesidad, la prepara, muchas veces la anticipa. Sin importar qué parte del Catecismo se explore primero como parte del proceso catequético y evangelizador, es necesario conocer las otras partes porque todas ellas son un conjunto. ¡Un reflejo auténtico de la sinfonía de la fe!

El Catecismo se nos presenta como un recurso indispensable para la labor catequética actual de la Iglesia. Ya sea que estemos introduciendo a los niños por primera vez a la fe, o ayudando a jóvenes y a adultos a entenderla mejor, o reflexionando teológicamente sobre los misterios centrales de nuestra tradición cristiana, el Catecismo llega a nosotros como una guía clave para entender la sinfonía de la fe en clave católica. El Catecismo no lo dice todo; tampoco lo explica todo. Sin embargo, es un recurso que nos ayuda a apreciar mejor las notas claves que articulan lo que creemos como cristianos católicos. Así como para poder apreciar una obra musical sirve conocer un poco sobre el autor, su estilo, la razón por la que compuso la pieza y su propósito, el Catecismo nos ayuda a conocer más sobre Dios, el misterio de Jesucristo, la centralidad de la Iglesia y nos abre las puertas a los fundamentos de nuestra fe de manera orgánica, clara y sucinta.

Los cristianos católicos en las distintas sociedades, culturas y comunidades alrededor del mundo estamos llamados a hacer nuestros los elementos fundamentales de nuestra fe de manera creativa y fiel. El Catecismo de la Iglesia Católica sirve como recurso común y universal para ello. Por eso es bueno tener presente que las notas y movimientos de la sinfonía de la fe cristiana también pueden ser interpretados en varios estilos o géneros. El papa Juan Pablo II, consciente de la diversidad que caracteriza al Pueblo de Dios, no dudó en afirmar que el Catecismo se nos da para que sirva como "texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica, y sobre todo para la elaboración de los catecismos locales" (Fidei Depositum, no. 4). Que esta sea una invitación no sólo a apreciar el carácter sinfónico de la fe cristiana guiados por el Catecismo, sino también a escuchar las muchas melodías que hacen vida los misterios centrales de nuestra fe en los distintos contextos en donde la comunidad creyente es inspirada por el Espíritu Santo, el gran conductor, para hacer presente el Reino de Dios.


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Las citas del Catecismo de la Iglesia Católica, segunda edición, © 2001, Libreria Editrice Vaticana–United States Conference of Catholic Bishops, Washington, D.C. Utilizadas con permiso. Todos los derechos reservados.

Las citas de Papa Juan Pablo II, Fidei Depositum, han sido extraídas de la página Web oficial del Vaticano. Utilizadas con permiso. Todos los derechos reservados.