“Miremos el modelo del buen samaritano. Es un texto que nos invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social. Es un llamado siempre nuevo, aunque está escrito como ley fundamental de nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común y, a partir de esta finalidad, reconstruya una y otra vez su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano”. 

-- Papa Francisco, Fratelli tutti, n. 66. 

Como católicos y estadounidenses, tenemos la bendición de poder participar en la vida política y pública de nuestra nación. Nuestras libertades respetan la dignidad de las personas y sus conciencias y nos permiten unirnos por el bien común. Por lo tanto, las temporadas electorales deben llevar un sentimiento de gratitud y esperanza. Nuestro amor por este país, nuestro patriotismo, propiamente nos impulsa a votar.  

Pero, al parecer, las temporadas electorales son cada vez más una época de ansiedad y prueba espiritual. La retórica política está cada vez más llena de ira y busca motivar principalmente a través de la división y el odio. El miedo puede ser una herramienta eficaz para recaudar dinero. Las discusiones más encendidas en línea suelen obtener la mayor cantidad de clics. Demonizar al otro puede ganar votos. 

Proponemos una vez más el marco moral de Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles precisamente como pastores, inspirados por el Buen Samaritano, con la esperanza de vendar estas heridas y sanar estas amargas divisiones. Este documento no se basa en personalidades ni partidismos, ni en el último ciclo de noticias ni en las tendencias en las redes sociales. Más bien, refleja el papel perenne de la Iglesia en la vida pública al proclamar principios eternos: el valor y la dignidad infinitos de cada vida humana, el bien común, la solidaridad y la subsidiariedad. ¿No saben bien lo que significan estos? Los invitamos a leer una copia de Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles y aprender más. 

Permitir que sus conciencias se expandan y se formen con estas reflexiones, ¡puede darles la paz! Señalan el desafío de Jesús de mostrar misericordia a los necesitados, tal como lo hizo el Buen Samaritano. Como escribe el Papa Francisco: “En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros?” (Fratelli tutti, n. 70.) Que esto esté en nuestros corazones cuando hablemos de la política y tomemos decisiones políticas.  

Algunos podrían sentirse tentados a decir: sí, claro, seremos nosotros quienes ayudemos promoviendo el bien y oponiéndonos al mal. Pero cuando nos enfrentamos a tanto bien en riesgo y tanto mal, es un gran desafío evitar el miedo y la ira. La amenaza del aborto sigue siendo nuestra máxima prioridad, porque ataca directamente a nuestros hermanos y hermanas más vulnerables y sin voz y destruye más de un millón de vidas al año sólo en nuestro país. Otras amenazas graves a la vida y la dignidad de la persona humana incluyen la eutanasia, la violencia armada, el terrorismo, la pena de muerte y la trata de personas. También está la redefinición del matrimonio y el género, las amenazas a la libertad religiosa en el país y en el extranjero, la falta de justicia para los pobres, el sufrimiento de los migrantes y refugiados, las guerras y hambrunas en todo el mundo, el racismo, la necesidad de un mayor acceso al cuidado de salud y la educación, el cuidado de nuestra casa común y más. Todos éstos amenazan la dignidad de la persona humana. 

Así que precisamente cómo promovemos el bien y nos oponemos al mal es parte esencial de responder al llamado del Señor, de ser discípulo. Como nos recuerda San Pablo: 

No profieran palabras inconvenientes; al contrario, que sus palabras sean siempre buenas, para que resulten edificantes cuando sea necesario y hagan bien a aquellos que las escuchan. Hermanos: No le causen tristeza al Espíritu Santo, con el que Dios los ha marcado para el día de la liberación final. Destierren de ustedes la aspereza, la ira, la indignación, los insultos, la maledicencia y toda clase de maldad. Sean buenos y comprensivos, y perdónense los unos a los otros, como Dios los perdonó, por medio de Cristo (Ef 4, 29-32). 

Por lo tanto, el Papa Francisco nos exhorta a un auténtico “diálogo y apertura a los otros”, mediante el cual podamos “ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos” (Fratelli tutti, n. 203). Esto se aplica a los fieles tanto como votantes como candidatos: Debemos considerar no sólo las posiciones de los candidatos sobre estas cuestiones, sino también su carácter e integridad. 

¿Cómo podemos enfrentar este desafío? De nuevo, San Pablo nos da una manera: Asumirnos “el modo de pensar de Cristo” (1 Cor 2, 16). Tómense un tiempo sin conectarse a las redes sociales y pasen tiempo con la Sagrada Escritura y el Santísimo Sacramento. Apaguen la televisión y el podcast y escuchen en silencio. Sean voluntarios en un comedor de beneficencia, un refugio para personas sin hogar, un centro para mujeres embarazadas con dificultades. Sirvan a los pobres, a los necesitados, a los marginados. Oren con frecuencia, dejando que la fe oriente su participación política. 

La participación en la vida política también requiere juicios sobre circunstancias concretas. Si bien los obispos ayudan a formar a los laicos de acuerdo con principios básicos, no les dicen que voten por ciertos candidatos en particular. En estos asuntos, a menudo complejos, es responsabilidad de los laicos formar su conciencia y crecer en la virtud de la prudencia para considerar las muchas y variadas cuestiones del día con el modo de pensar de Cristo. La conciencia es “un juicio de la razón” mediante el cual uno determina si una acción es correcta o incorrecta (Consulten el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1778). No nos permite justificar hacer lo que queramos, ni es un mero “sentimiento”. La conciencia, debidamente formada según la revelación de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, es un medio por el cual se escucha a Dios y se discierne cómo actuar de acuerdo con la verdad.1 La verdad es algo que recibimos, no algo que hacemos. Sólo podemos juzgar usando la conciencia que tenemos, pero nuestros juicios no hacen que las cosas sean verdaderas. 

Es nuestra responsabilidad aprender más sobre la enseñanza y la tradición católicas, participar en la vida de la Iglesia, aprender de fuentes confiables sobre las cuestiones que enfrentan nuestras comunidades y hacer todo lo posible para hacer juicios sabios sobre los candidatos y las acciones gubernamentales.  

También debemos buscar la sabiduría, como nos enseña la Sagrada Escritura: 

Pero los que tienen la sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo. Además, son amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de justicia (San 3, 17-18). 

Las enseñanzas de la Iglesia, además, ofrecen una visión de esperanza, donde abundan la justicia y la misericordia, porque Dios es la fuente infinita de toda bondad y amor. Con esta sabiduría y esperanza, podemos encontrar una manera de inclinarnos como lo hizo el Buen Samaritano, a pesar del miedo y las divisiones, para tocar y curar las heridas. 

Que Dios los bendiga mientras consideran y oran sobre estas decisiones desafiantes. Que Dios bendiga a nuestra nación con verdadera sabiduría, paz y perdón mutuo, para que podamos decidir juntos, a través de nuestros procesos democráticos, defender la dignidad de la vida y el bien común. 


1 Gaudium et spes (La Iglesia en el mundo actual), n. 16. Consulten también el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1785