Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles - Primera parte - Reflexión de los obispos de Estados Unidos sobre la doctrina católica y la vida política

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Introducción

Su redención tiene un sentido social porque "Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales . . ." Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales . . . La aceptación del primer anuncio, que invita a dejarse amar por Dios y a amarlo con el amor que Él mismo nos comunica, provoca en la vida de la persona y en sus acciones una primera y fundamental reacción: desear, buscar y cuidar el bien de los demás.

(Papa Francisco, Evangelii Gaudium, no. 178)

1. Como nación, compartimos muchas bendiciones y fortalezas, entre las que figuran la libertad religiosa y la participación política. Sin embargo, como pueblo, afrontamos serios retos que son tanto políticos como morales. Esto siempre ha sido así, y como católicos estamos llamados a participar en la vida pública de una manera consistente con la misión de nuestro Señor, una misión que él nos ha llamado a compartir. Como enseña el papa Francisco,

Una auténtica fe —que nunca es cómoda e individualista— siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto, y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien "el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política", la Iglesia "no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia". (Evangelii Gaudium, no. 183)

En esta lucha por la justicia, Dios nos da un don especial, la esperanza, que el papa Benedicto describe en Caritas in Veritate diciendo que "irrumpe en nuestra vida como algo que no es debido, que trasciende toda ley de justicia" (no. 34). Así que asumimos la tarea de servir al bien común con alegría y esperanza, confiados en que Dios, que "tanto amó al mundo, que le entregó a su Hijo único", camina con nosotros y nos fortalece en el camino (Jn 3:16). Dios es amor, y él desea que ayudemos a construir una "civilización del amor", una civilización en que todos los seres humanos tengan la libertad y la oportunidad de experimentar el amor de Dios y vivir ese amor haciendo un don gratuito de sí mismos unos a otros. El papa Francisco nos anima en Evangelii Gaudium a meditar sobre la

inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno . . . La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros: "Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí" (Mt 25:40). Lo que hagamos con los demás tiene una dimensión trascendente: "Con la medida con que midáis, se os medirá" (Mt 7:2); y responde a la misericordia divina con nosotros: "Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará . . . Con la medida con que midáis, se os medirá" (Lc 6:36-38). Lo que expresan estos textos es la absoluta prioridad de la "salida de sí hacia el hermano" como uno de los dos mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual en respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios. (no. 179)

El mandato del amor es "'Id por todo el mundo, anunciad la Buena Noticia a toda la creación' (Mc 16:15)" (Evangelii Gaudium, no. 181). Aquí, continúa el papa Francisco, "la creación quiere decir también todos los aspectos de la vida humana, de manera que 'la misión del anuncio de la Buena Nueva de Jesucristo tiene una destinación universal. Su mandato de caridad abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño'" (Evangelii Gaudium, no. 181). Este "mandato" incluye nuestra participación en la vida política.

2. Las realidades políticas de nuestra nación nos presentan oportunidades y retos. Somos una nación fundada sobre "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad", aunque el derecho a la vida misma no está totalmente protegido, especialmente en lo que se refiere a los niños no nacidos, los enfermos terminales y los ancianos, quienes son los miembros más vulnerables de la familia estadounidense. Estamos llamados a ser constructores de paz en una nación en guerra. Somos un país comprometido a buscar "libertad y justicia para todos", pero muy a menudo estamos divididos según diferencias de raza, etnia y desigualdad económica. Somos una nación de inmigrantes, que lucha por resolver los retos que surgen de los muchos nuevos inmigrantes que hay entre nosotros. Somos una sociedad construida sobre la fortaleza de nuestras familias, llamada a defender el matrimonio y ofrecer apoyo moral y económico a la vida familiar. Somos una nación poderosa en un mundo violento, que afronta el terror e intenta construir un mundo más seguro, más justo y más pacífico. Somos una sociedad rica donde demasiadas personas viven en la pobreza y carecen de cuidado médico y otras necesidades vitales. Somos parte de una comunidad global encargados de ser buenos administradores del medio ambiente de la tierra, lo que el papa Francisco llama "nuestra casa común", que está siendo amenazada. Estos retos están en el corazón de la vida pública y en el centro de la búsqueda del bien común.1 Ellos están entrelazados y son inseparables. Como el papa Francisco ha insistido, "No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza" (Laudato Si', no. 139).

3. Durante muchos años, nosotros, los obispos de los Estados Unidos, hemos buscado compartir la doctrina católica sobre la vida social y política. Lo hemos hecho mediante una serie de declaraciones emitidas cada cuatro años y enfocadas en la "responsabilidad política" o "los ciudadanos fieles". Con este documento continuamos esta práctica, manteniendo una continuidad con lo que hemos dicho en el pasado a la luz de los nuevos retos que afrontan nuestra nación y nuestro mundo. Esta no es una doctrina nueva, sino que afirma lo que ya enseñan la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos y toda la Iglesia.

4. Como católicos, somos parte de una comunidad con una herencia rica que nos ayuda a considerar los retos que existen en la vida pública y que contribuye a una mayor justicia y paz para todos. Parte de esa rica herencia sobre cómo ser ciudadanos fieles es la enseñanza de la Declaración sobre la libertad religiosa (Dignitatis Humanae), promulgada por el Concilio Vaticano II. Esta dice que "la misma sociedad así [pueda gozar] de los bienes de la justicia y de la paz que dimanan de la fidelidad de los hombres para con Dios y para con su santa voluntad" (no. 6). El trabajo a favor de la justicia requiere que la mente y el corazón de los católicos estén educados y formados para así conocer y practicar la totalidad de la fe.

5. Esta declaración pone de relieve el papel de la Iglesia en la formación de la conciencia y la responsabilidad moral que le corresponde a cada católico de escuchar, recibir y actuar según la doctrina de la Iglesia en la tarea para toda la vida que es la formación de su propia conciencia. Las más importantes de esas enseñanzas son los cuatro principios básicos de la doctrina social católica: la dignidad de la persona humana, el bien común, la subsidiariedad y la solidaridad (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, no. 160). Con esta base los católicos están mejor equipados para evaluar posturas políticas, los programas de los partidos políticos y las promesas y acciones de los candidatos a la luz del Evangelio y la doctrina moral y social de la Iglesia para ayudar a construir un mundo mejor.

6. Buscamos conseguir esto haciendo cuatro preguntas: (1) ¿Por qué enseña la Iglesia sobre cuestiones que afectan a la política pública? (2) ¿Quién en la Iglesia debería participar en la vida política? (3) ¿Cómo ayuda la Iglesia a los fieles católicos a tratar las cuestiones políticas y sociales? (4) ¿Qué dice la Iglesia sobre la doctrina social católica en el ámbito público?

7. En esta declaración, nosotros, los obispos, no tenemos la intención de decir a los católicos por o contra quién votar. Nuestro objetivo es ayudar a los católicos a formar sus conciencias de acuerdo con la verdad de Dios. Reconocemos que la responsabilidad de tomar decisiones en la vida política recae en cada individuo a la luz de una conciencia debidamente formada, y que la participación va mucho más allá del hecho de depositar el voto en una elección en particular.

8. En los años en los que hay elecciones, es posible que se produzcan y distribuyan muchos panfletos y guías para votantes. Animamos a los católicos a que busquen los recursos que hayan sido autorizados por sus propios obispos, la conferencia de obispos católicos del estado y la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (United States Conference of Catholic Bishops). Esta declaración tiene como objetivo reflejar y complementar, y no sustituir, la actual doctrina de los obispos de nuestras propias diócesis y estados. Al utilizar este documento, es importante recordar que la doctrina de la Iglesia es coherente y se basa en una visión integral de la dignidad de la persona humana, una dignidad que en palabras de San Juan Pablo II "manifiesta todo su fulgor cuando se consideran su origen y su destino. Creado por Dios a su imagen y semejanza, y redimido por la preciosísima sangre de Cristo, el hombre está llamado a ser 'hijo en el Hijo' y templo vivo del Espíritu; y está destinado a esa eterna vida de comunión con Dios" (Christifideles Laici, no. 37). Por lo tanto, los juicios particulares del documento pueden corresponder a diversos puntos a lo largo del espectro político, pero los principios fundamentales que guían estas enseñanzas no deben ser ignorados en ningún caso ni utilizados de forma selectiva para servir intereses partidistas. A la luz de estas reflexiones y las de los obispos locales, animamos a todos los católicos de los Estados Unidos a ser activos en el proceso político, especialmente en estos tiempos de tantos retos.

¿Por qué enseña la Iglesia sobre cuestiones que afectan a la política pública?

Las enseñanzas de la Iglesia sobre situaciones contingentes están sujetas a mayores o nuevos desarrollos y pueden ser objeto de discusión, pero no podemos evitar ser concretos —sin pretender entrar en detalles— para que los grandes principios sociales no se queden en meras generalidades que no interpelan a nadie. . . . Los Pastores, acogiendo los aportes de las distintas ciencias, tienen derecho a emitir opiniones sobre todo aquello que afecte a la vida de las personas, ya que la tarea evangelizadora implica y exige una promoción integral de cada ser humano.

(Papa Francisco, Evangelii Gaudium, no. 182)

9. La obligación de la Iglesia de participar en la formación del carácter moral de la sociedad es un requisito de nuestra fe. Es una parte esencial de la misión que hemos recibido de Jesucristo, quien nos ofrece una visión de la vida que nos ha sido revelada en la Sagrada Escritura y la Tradición. Haciendo eco del Concilio Vaticano II: Cristo, la Palabra hecha carne, al manifestarnos el amor del Padre, también nos ha mostrado lo que significa verdaderamente ser humanos (véase Gaudium et Spes, no. 22). El amor que Cristo nos tiene nos permite ver con completa claridad nuestra dignidad humana y nos lleva a amar a nuestro prójimo como él nos ha amado. Cristo, el Maestro, nos muestra aquello que es verdadero y bueno, es decir, aquello que está de acuerdo con nuestra naturaleza humana, como seres libres e inteligentes creados a imagen y semejanza de Dios y dotados por el Creador con dignidad y derechos, así como con deberes.

Cristo nos revela también las debilidades que son parte de todos los esfuerzos humanos. En el lenguaje de la revelación, nos enfrentamos con el pecado, tanto personal como estructural. "La sabiduría de la Iglesia", dice el papa Benedicto XVI, "ha invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad" (Caritas in Veritate, no. 34). Todas las "estructuras de pecado", como las llama San Juan Pablo II, "se fundan en el pecado personal y, por consiguiente, están unidas siempre a actos concretos de las personas, que las introducen, y hacen difícil su eliminación" (Sollicitudo Rei Socialis, no. 36). Por lo tanto, nuestra fe nos ayuda a entender que la búsqueda de una civilización del amor debe abordar nuestros propios fallos y las formas en que estos fallos distorsionan el ordenamiento más amplio de la sociedad en que vivimos. En las palabras del Catecismo de la Iglesia Católica, "Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres" (no. 407). Como el papa Francisco, citando al papa Benedicto XVI, reafirmó en Evangelii Gaudium, "Tenemos que convencernos de que la caridad 'no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas'" (no. 205).

10. Lo que la fe nos enseña acerca de la dignidad de la persona humana y de la santidad de cada vida humana, y acerca de las fortalezas y debilidades de la humanidad, nos ayuda a ver con más claridad las mismas verdades que también nos son transmitidas mediante el don de la razón humana. En el centro de estas verdades está el respeto por la dignidad de cada persona. Esta es la esencia de la doctrina moral y social católica. Como somos personas tanto de fe como seres racionales, es apropiado y necesario que llevemos al ámbito público esta verdad esencial acerca de la vida y dignidad humana. Estamos llamados a practicar el mandamiento de Cristo de "que se amen los unos a los otros" (Jn 13:34). También estamos llamados a promover el bienestar de todos, a compartir nuestras bendiciones con los más necesitados, a defender el matrimonio y a proteger la vida y la dignidad de todas las personas, especialmente de los débiles, los vulnerables y los que carecen de voz. El papa Benedicto XVI explicó en su primera encíclica, Deus Caritas Est, que "la caridad debe animar toda la existencia de los fieles laicos y, por tanto, su actividad política, vivida como 'caridad social'" (no. 29).

11. Hay quienes preguntan si es apropiado que la Iglesia juegue un papel en la vida política. Sin embargo, la obligación de enseñar acerca de las verdades morales que deberían dar forma a nuestra vida, incluida nuestra vida pública, es un elemento central de la misión que Jesucristo encomendó a la Iglesia. Lo que es aún más, la Constitución de los Estados Unidos protege el derecho de cada creyente y de cada institución religiosa a participar y decir lo que piense sin interferencias gubernamentales, favoritismos o discriminación. La ley civil debería reconocer y proteger totalmente el derecho de la Iglesia y otras instituciones de la sociedad civil a participar en la vida cultural, política y económica sin ser forzadas a abandonar o ignorar sus convicciones morales centrales. La tradición pluralista de nuestra nación se ve reforzada, y no amenazada, cuando los grupos religiosos y las personas de fe llevan a la vida pública sus convicciones y preocupaciones. De hecho, la doctrina de nuestra Iglesia concuerda con los valores fundacionales que han marcado la historia de nuestra nación: "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad".

12. La comunidad católica brinda contribuciones importantes al diálogo político sobre el futuro de nuestra nación. Ofrecemos un marco moral coherente — surgido de la razón humana básica iluminada por la Sagrada Escritura y la doctrina de la Iglesia— para analizar las cuestiones, las plataformas políticas y las campañas. También aportamos una amplia experiencia en el área de servicio a los necesitados, educando a la juventud, cuidando de los enfermos, dando techo a los desamparados, ayudando a las mujeres con embarazos difíciles, alimentando al hambriento, dando la bienvenida a los inmigrantes y refugiados, ofreciendo nuestra solidaridad a nivel global y promoviendo la paz. Celebramos, con todos nuestros prójimos, el compromiso históricamente robusto con la libertad religiosa en este país que ha brindado a la Iglesia la libertad para servir al bien común.

¿Quién en la Iglesia debería participar en la vida política?

A la conciencia bien formada del seglar toca lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena. De los sacerdotes, los laicos pueden esperar orientación e impulso spiritual. . . . Los laicos, que desempeñan parte activa en toda la vida de la Iglesia, no solamente están obligados a cristianizar el mundo, sino que además su vocación se extiende a ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana.

Los Obispos, que han recibido la misión de gobernar a la Iglesia de Dios, prediquen, juntamente con sus sacerdotes, el mensaje de Cristo, de tal manera que toda la actividad temporal de los fieles quede como inundada por la luz del Evangelio. Recuerden todos los pastores, además, que son ellos los que con su trato y su trabajo pastoral diario exponen al mundo el rostro de la Iglesia, que es el que sirve a los hombres para juzgar la verdadera eficacia del mensaje cristiano.

(Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, no. 43)

13. En la Tradición católica, el ser ciudadano fiel es una virtud y la participación en la vida política es una obligación moral. "En cada nación, los habitantes desarrollan la dimensión social de sus vidas configurándose como ciudadanos responsables" (Evangelii Gaudium, no. 220). La obligación de participar en la vida política tiene sus raíces en nuestro compromiso bautismal de seguir a Jesucristo y dar un testimonio cristiano mediante todo lo que hacemos. Como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: "Es necesario que todos participen, cada uno según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien común. Este deber es inherente a la dignidad de la persona humana. . . . Los ciudadanos deben cuando sea posible tomar parte activa en la vida pública" (nos. 1913-1915).

14. Desafortunadamente, la política en nuestro país puede ser a menudo una lucha entre intereses poderosos, ataques partidarios, frases llamativas y el sensacionalismo de los medios de comunicación. La Iglesia llama a un tipo diferente de participación política: una formada por las convicciones morales de conciencias bien formadas y enfocada en la dignidad de cada ser humano, la búsqueda del bien común y la protección de los débiles y vulnerables. Como nos recuerda el papa Francisco, "La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. . . . ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!" (Evangelii Gaudium, no. 205) El llamado católico a ser ciudadanos fieles afirma la importancia de la participación política e insiste en que el servicio público es una vocación digna. Como ciudadanos deberíamos ser guiados más por nuestras convicciones morales que por nuestro apego a un partido político o grupo con intereses especiales. Cuando sea necesario, nuestra participación debería ayudar a transformar el partido al que pertenecemos. No deberíamos dejar que el partido nos transforme de tal manera que ignoremos o rechacemos las verdades morales fundamentales, o aprobemos actos intrínsecamente malos. Estamos llamados a unir nuestros principios y nuestras preferencias políticas, nuestros valores y nuestro voto, para ayudar a construir una civilización de la verdad y el amor.

15. El clero y los laicos tienen funciones complementarias en la vida pública. Nosotros, los obispos, tenemos la responsabilidad principal de transmitir la doctrina moral y social de la Iglesia. Junto con los sacerdotes y diáconos, asistidos por los religiosos y los líderes laicos de la Iglesia, debemos enseñar los principios morales fundamentales que ayudan a los católicos a formar correctamente su conciencia, a guiarlos por las dimensiones morales de las decisiones públicas y a animar a los fieles a que lleven a cabo sus responsabilidades en la vida política. Al cumplir estas responsabilidades, los líderes de la Iglesia deben evitar apoyar u oponerse a los candidatos. Como lo dijo el papa Benedicto XVI en Deus Caritas Est:

[La Iglesia] quiere servir a la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia y, al mismo tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella, aun cuando esto estuviera en contraste con situaciones de intereses personales. . . . La Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. (no. 28)

16. Como también ha enseñado el Santo Padre en Deus Caritas Est: "El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos" (no. 29). Este deber es hoy, más que nunca, más crítico dado el ambiente político de hoy en día, en el que los católicos se sienten desamparados políticamente, percibiendo que ningún partido político y muy pocos candidatos comparten el compromiso pleno que la Iglesia tiene con la vida y la dignidad de cada persona, desde su concepción hasta la muerte natural. Sin embargo, este no es momento para retraerse o desanimarse. Más bien, es el momento de renovar nuestra participación política. Al formar su conciencia según la doctrina católica, los laicos católicos pueden involucrarse activamente presentándose como candidatos políticos, trabajando dentro de los partidos políticos, transmitiendo a los funcionarios elegidos sus preocupaciones y posiciones, y participando en las redes de pastoral y defensa social diocesanas, en las iniciativas de las conferencias estatales de obispos católicos, en las organizaciones comunitarias y en otras iniciativas para aplicar doctrinas morales auténticas en el ámbito público. Incluso quienes no pueden votar tienen el derecho de hacer oír sus voces respecto a cuestiones que afectan su vida y el bien común.

¿Cómo ayuda la Iglesia a los fieles católicos a tratar las cuestiones políticas y sociales?

Como bien indican los Obispos de los Estados Unidos de América, mientras la Iglesia insiste en la existencia de normas morales objetivas, válidas para todos, "hay quienes presentan esta enseñanza como injusta, esto es, como opuesta a los derechos humanos básicos. Tales alegatos suelen provenir de una forma de relativismo moral que está unida, no sin inconsistencia, a una creencia en los derechos absolutos de los individuos. En este punto de vista se percibe a la Iglesia como si promoviera un prejuicio particular y como si interfiriera con la libertad individual" (Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, Ministerio a las personas con inclinación homosexual (2006), 17). Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores.

(Papa Francisco, Evangelii Gaudium, no. 64)

Una conciencia bien formada

17. La Iglesia provee a sus miembros con lo necesario para tratar cuestiones políticas y sociales al ayudarlos a desarrollar una conciencia bien formada. Los católicos tienen una obligación seria y para toda la vida de formar su conciencia en acuerdo con la razón humana y la doctrina de la Iglesia. La conciencia no es algo que nos permite justificar cualquier cosa que queramos hacer, ni tampoco es simplemente un "sentimiento" acerca de lo que deberíamos o no hacer. Más bien, la conciencia es la voz de Dios que resuena en el corazón humano, revelándonos la verdad y llamándonos a hacer el bien a la vez que a rechazar el mal. La conciencia siempre requiere intentar seriamente hacer juicios morales sólidos basados en las verdades de nuestra fe. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto" (no. 1778).

18. La formación de la conciencia incluye varios elementos. Primero, existe el deseo de abrazar el bien y la verdad. Para los católicos esto comienza con el deseo y una actitud abierta de buscar la verdad y lo que es correcto, estudiando la Sagrada Escritura y la doctrina de la Iglesia, contenida en el Catecismo de la Iglesia Católica. También es importante examinar los hechos y antecedentes de las distintas opciones. Finalmente, una reflexión iluminada por la oración es esencial para discernir la voluntad de Dios. Los católicos también deben entender que si fallan en la formación de su conciencia a la luz de las verdades de la fe y de las enseñanzas morales de la Iglesia, pueden cometer juicios erróneos.2

La virtud de la prudencia

19. La Iglesia promueve la conciencia bien formada no sólo enseñando la verdad moral, sino también animando a sus miembros a desarrollar la virtud de la prudencia, que san Ambrosio describió como "el auriga de las virtudes". La prudencia nos permite "discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo" (Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1806). La prudencia forma e informa nuestra capacidad para deliberar sobre las alternativas disponibles, identificar cuál es la más adecuada en un contexto específico y actuar decisivamente. El ejercitar esta virtud requiere a menudo de la valentía para actuar en defensa de principios morales cuando se toman decisiones sobre cómo construir una sociedad de justicia y paz.

20. La doctrina de la Iglesia es clara al decir que el bien no justifica medios inmorales. Al buscar todos nosotros el avance del bien común —defendiendo la santidad inviolable de la vida humana desde el momento de la concepción hasta su muerte natural, promoviendo la libertad religiosa, defendiendo el matrimonio, alimentando al hambriento y dando techo al desamparado, dando la bienvenida al inmigrante y protegiendo el medio ambiente— es importante reconocer que no todos los proyectos de acción posibles son moralmente aceptables. Tenemos la responsabilidad de discernir cuidadosamente qué políticas públicas son moralmente sólidas. Los católicos pueden elegir diferentes maneras de responder a los problemas sociales imperiosos, pero no podemos alejarnos de nuestra obligación moral de ayudar a construir un mundo más justo y pacífico con medios moralmente aceptables, de forma que el débil y el vulnerable sean protegidos, y los derechos y dignidad humanas defendidos.

Hacer el bien y evitar el mal

21. Ayudados por la virtud de la prudencia en el ejercicio de una conciencia bien formada, los católicos están llamados a tomar decisiones concretas respecto a las opciones buenas y malas existentes en el ámbito político.

22. Hay cosas que nunca debemos hacer, ni como individuos ni como sociedad, porque estas son siempre incompatibles con el amor a Dios y al prójimo. Tales acciones son tan profundamente defectuosas que siempre se oponen al bien auténtico de las personas. Estas acciones se llaman "actos intrínsecamente malos". Estos siempre se deben rechazar y ser objeto de oposición y nunca se deben apoyar o aprobar. Un ejemplo claro es quitar intencionadamente la vida de un ser humano inocente, como es el caso del aborto provocado y la eutanasia. En nuestra nación, "el aborto y la eutanasia se han convertido en amenazas constantes a la dignidad humana porque atacan directamente a la vida misma, el más fundamental de los bienes humanos y la condición para todos los demás" (Vivir el Evangelio de la Vida, no. 5). Es un error con graves consecuencias morales el tratar la destrucción de una vida inocente simplemente como una cuestión de decisión individual. Un sistema legal que viola el derecho básico a la vida, basándose en que este es una opción, es un sistema fundamentalmente defectuoso.

23. Asimismo, la clonación humana, la investigación científica destructiva de embriones humanos y otros actos que violan directamente la santidad y dignidad de la vida humana son también intrínsecamente malos. Estos actos deben siempre ser rechazados. Otros ataques directos a la vida de seres humanos inocentes, como lo son el genocidio, la tortura y atentar contra los no combatientes en actos terroristas o de guerra, jamás pueden ser justificados. Las violaciones de la dignidad humana, tales como los actos de racismo, tratar a los trabajadores como meros medios para un fin, someter deliberadamente a los trabajadores a condiciones de vida infrahumanas, tratar a los pobres como objetos desechables, o redefinir el matrimonio para negar su significado esencial, tampoco pueden ser jamás justificadas.

24. Oponerse a actos intrínsecamente malos, que devalúan la dignidad de la persona humana, debería también abrirnos los ojos al bien que debemos realizar, es decir, a nuestro deber positivo de contribuir al bien común y de actuar solidariamente para con los necesitados. Como dijo San Juan Pablo II: "El hecho de que solamente los mandamientos negativos obliguen siempre y en toda circunstancia, no significa que, en la vida moral, las prohibiciones sean más importantes que el compromiso de hacer el bien, como indican los mandamientos positivos" (Veritatis Splendor, no. 52). Tanto oponerse al mal como hacer el bien son obligaciones esenciales.

25. El derecho a la vida implica y está ligado a otros derechos humanos, a los bienes fundamentales que toda persona humana necesita para vivir y desarrollarse plenamente. Todas las cuestiones sobre la vida están conectadas, ya que la erosión del respeto a la vida de cualquier individuo o grupo en una sociedad necesariamente reduce el respeto a todo tipo de vida. El imperativo moral de responder a las necesidades de nuestro prójimo —necesidades básicas como el alimento, la vivienda, el cuidado médico, la educación y un trabajo digno— obliga universalmente a nuestra conciencia y puede ser llevado a cabo legítimamente de diferentes maneras. Los católicos deben buscar las mejores maneras de responder a estas necesidades. Como enseñó San Juan XXIII: "[Cada uno de nosotros tiene] un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales son, principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado" (Pacem in Terris, no. 11).

26. San Juan Pablo II explicó la importancia de permanecer fieles a las enseñanzas fundamentales de la Iglesia:

Se ha hecho habitual hablar, y con razón, sobre los derechos humanos; como por ejemplo sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la máxima determinación el derecho a la vida como el derecho primero y fundamental, condición de todos los otros derechos de la persona. (Christifideles Laici, no. 38)

27. Dos tentaciones en la vida pública pueden distorsionar la defensa que hace la Iglesia de la vida y dignidad humanas:

28. La primera es una equivalencia moral que no hace distinciones éticas entre las diferentes clases de cuestiones que tratan la vida y dignidad humanas. La destrucción directa e intencionada de la vida de personas inocentes, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural, es siempre mala y no es simplemente una cuestión entre muchas otras. Siempre debe ser rechazada.3

29. La segunda es el uso indebido de estas distinciones morales necesarias como una manera de rechazar o ignorar las amenazas serias a la vida y dignidad humanas. La extensión actual y proyectada de la degradación del medio ambiente se ha convertido en una crisis moral, especialmente porque representa un riesgo para la humanidad en el futuro y amenaza la vida de seres humanos pobres y vulnerables aquí y ahora. El racismo y otras discriminaciones injustas, el uso de la pena de muerte, recurrir a una guerra injusta, el uso de la tortura,4 los crímenes de guerra, la falta de acción para responder a los que sufren a causa del hambre o falta de cuidado sanitario, la pornografía, la redefinición del matrimonio civil, la puesta en peligro de la libertad religiosa o una política inmigratoria injusta son todas ellas cuestiones morales serias que retan a nuestra conciencia y requieren que actuemos. Estas no pueden ser preocupaciones opcionales que pueden ser rechazadas. Los católicos son exhortados a considerar seriamente lo que la doctrina de la Iglesia enseña respecto a estas cuestiones. Aunque las opciones de cómo responder mejor a estas y otras amenazas serias a la vida y dignidad humanas son materia para debates y decisiones fundadas en principios, esto no quiere decir que sean preocupaciones opcionales o que permitan a los católicos rechazar o ignorar la doctrina católica sobre estas importantes cuestiones. Obviamente, no todo católico puede participar activamente en cada uno de estos asuntos, pero debemos apoyarnos mutuamente a la vez que nuestra comunidad de fe defiende la vida y dignidad humanas dondequiera que sean amenazadas. No somos facciones, sino una familia de fe que lleva a cabo la misión de Jesucristo.

30. La Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano planteó algo parecido:

Hay que añadir que la conciencia cristiana bien formada no permite a nadie favorecer con el propio voto la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en detrimento de la totalidad de la doctrina católica. El compromiso político a favor de un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. (Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, no. 4)

Tomar decisiones morales

31. Las decisiones sobre la vida política son complejas y requieren del ejercicio de una conciencia bien formada apoyada por la prudencia. Este ejercicio de la conciencia comienza con una oposición inmediata a las leyes y a las otras políticas que violan la vida humana o debilitan su protección. Quienes consciente, deliberada y directamente apoyan políticas públicas o legislaciones que socavan los principios morales fundamentales están cooperando con el mal.

32. A veces ya existen leyes moralmente defectuosas. En estas situaciones, el proceso de crear un marco legislativo para proteger la vida está sujeto a un juicio prudencial y al "arte de lo posible". A veces este proceso puede restaurar la justicia sólo parcial o gradualmente. San Juan Pablo II, por ejemplo, enseñó que cuando un legislador que se opone plenamente al aborto no consigue exitosamente cambiar una ley que está a favor del aborto, entonces él o ella pueden dedicarse a mejorar la protección de la vida humana no nacida trabajando para "limitar los daños de esa ley" y atenuar su impacto negativo tanto como sea posible (Evangelium Vitae, no. 73). Tales mejoras paulatinas de la ley son tan aceptables como los pasos que llevan a una restauración plena de la justicia. Sin embargo, los católicos nunca deben abandonar el requerimiento moral de buscar la protección plena de toda vida humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural.

33. El juicio prudencial también es necesario cuando se aplican los principios morales a opciones políticas específicas en áreas tales como el conflicto armado, la vivienda, el cuidado médico, la inmigración y otras. Esto no quiere decir que todas las opciones sean válidas por igual o que la orientación que ofrecemos nosotros u otros líderes de la Iglesia sea simplemente otra opción política o que sea una preferencia política entre otras muchas. Más bien, exhortamos a los católicos a que escuchen cuidadosamente a los maestros de la Iglesia cuando aplican la doctrina social católica a propuestas y situaciones específicas. Los juicios y recomendaciones que hacemos como obispos respecto a cuestiones específicas no tienen la misma autoridad moral que las declaraciones doctrinales morales universales. Aun así, la orientación de la Iglesia en estos asuntos es un recurso esencial para los católicos a la hora de determinar si su propio juicio moral es consistente con el Evangelio y la doctrina católica.

34. Los católicos a menudo afrontan decisiones difíciles sobre cómo votar. Es por esto que es tan importante votar de acuerdo con una conciencia bien formada que perciba la relación apropiada que existe entre los bienes morales. Un católico no puede votar a favor de un candidato que toma una posición a favor de algo intrínsecamente malo, como el aborto provocado, la eutanasia, el suicidio asistido, el sometimiento deliberado de los trabajadores o los pobres a condiciones de vida infrahumanas, la redefinición del matrimonio en formas que violan su significado esencial, o comportamientos racistas, si la intención del votante es apoyar tal posición. En tales casos un católico sería culpable de cooperar formalmente con un mal grave. Pero al mismo tiempo, un votante no debería usar la oposición a un mal intrínseco de un candidato para justificar una indiferencia o despreocupación hacia otras cuestiones morales importantes que atañen a la vida y dignidad humanas.

35. Puede haber ocasiones en que un católico que rechaza una posición inaceptable de un candidato incluso sobre políticas que promueven un acto intrínsecamente malo decida razonablemente votar a favor de ese candidato por otras razones moralmente graves. Votar de esta manera sería solamente aceptable si verdaderamente existen razones morales graves, y no para promover intereses mezquinos o las preferencias de un partido político o para ignorar un mal moral fundamental.

36. Cuando todos los candidatos tienen una posición que favorece un mal intrínseco, el votante concienzudo afronta un dilema. El votante puede decidir tomar el extraordinario paso de no votar por ningún candidato o, tras deliberar cuidadosamente, puede decidir votar por el candidato que piense que sea quien probablemente menos promueva tal posición moralmente defectuosa y que sea quien probablemente más apoye otros bienes humanos auténticos.

37. Al tomar estas decisiones, es esencial que los católicos estén guiados por una conciencia bien formada que reconozca que todas las cuestiones no tienen el mismo peso moral y que la obligación de oponerse a actos intrínsecamente malos tiene una relevancia especial en nuestra conciencia y acciones. Estas decisiones deberían tener en cuenta los compromisos, el carácter, la integridad y la habilidad que tiene un candidato de influenciar en un asunto específico. Finalmente, estas son decisiones que cada católico debe tomar guiado por una conciencia formada por la doctrina moral de la Iglesia.

38. Es importante dejar claro que las opciones políticas que tienen los ciudadanos no sólo causan un impacto en la paz y prosperidad generales, sino que también pueden afectar a la salvación del individuo. De igual manera, las leyes y políticas apoyadas por quienes ejercen cargos públicos afectan su bienestar espiritual. El papa Benedicto XVI, en su reflexión sobre la Eucaristía como "sacramento de la caridad", nos retó a todos a adoptar lo que él denomina una "forma eucarística de la vida". Esto quiere decir que el amor redentor que encontramos en la Eucaristía debería formar nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras decisiones, incluidas aquellas que tienen que ver con el orden social. El Santo Padre hizo un llamado a la "coherencia eucarística" de parte de cada miembro de la Iglesia:

Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. . . . (Sacramentum Caritatis, no. 83)

39. Esto exige un compromiso heroico por parte de los católicos que son políticos y otros líderes de la sociedad. Habiéndoseles confiado una especial responsabilidad por el bien común, los líderes católicos deben comprometerse en la búsqueda de las virtudes, sobre todo el coraje, la justicia, la templanza y la prudencia. La culminación de estas virtudes es la vigorosa promoción pública de la dignidad de toda persona humana como hecha a la imagen de Dios de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, aun cuando entre en conflicto con la opinión pública actual. Los políticos y legisladores católicos deben reconocer su seria responsabilidad en la sociedad de apoyar leyes modeladas por estos valores humanos fundamentales y oponerse a las leyes y políticas que violen la vida y la dignidad en cualquier etapa desde la concepción hasta la muerte natural. Esto no es traer un "interés católico" a la esfera política; es insistir en que la verdad de la dignidad de la persona humana, como la descubre la razón y la confirma la revelación, debe estar en el primer plano de todas las consideraciones políticas.

¿Qué dice la Iglesia sobre la doctrina social católica en el ámbito público? — Cuatro principios de la doctrina social católica

Los principios permanentes de la doctrina social de la Iglesia constituyen los verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica: se trata del principio de la dignidad de la persona humana, . . . del bien común, de la subsidiaridad y de la solidaridad. Estos principios [son] expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe . . ."

(Compendio de la doctrina social de la Iglesia, no. 160)

40. En palabras del papa Francisco, "para avanzar en esta construcción de un pueblo en paz, justicia y fraternidad, hay cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social. Brotan de los grandes postulados de la Doctrina Social de la Iglesia, los cuales constituyen 'el primer y fundamental parámetro de referencia para la interpretación y la valoración de los fenómenos sociales'" (Evangelii Gaudium, no. 221). En conjunto, estos principios proporcionan un marco moral para la participación católica en la promoción de lo que hemos llamado en otro lugar una "ética uniforme hacia la vida" (Vivir el Evangelio de la Vida, no. 23). Entendida correctamente, esta ética ni trata todas las cuestiones como equivalentes moralmente ni reduce la doctrina católica a una o dos cuestiones. Ancla el compromiso católico de defender la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, a la obligación moral fundamental de respetar la dignidad de cada persona como hijo o hija de Dios. Nos une como un "pueblo de la vida y para la vida" (Evangelium Vitae, no. 6) comprometido a construir lo que San Juan Pablo II denominó "una cultura nueva de la vida" (Evangelium Vitae, no. 77). Esta cultura de la vida comienza con la obligación principal de proteger la vida inocente de ataques directos y se extiende para defender la vida sea cuando esta sea amenazada o rebajada:

Cualquier política de la dignidad humana deberá seriamente dirigirse a estos problemas: racismo, pobreza, hambre, empleo, educación, vivienda y cuidados de la salud. . . . Si entendemos que la persona es el "templo del Espíritu Santo" —la morada viva de Dios— entonces estos asuntos mencionados son, lógicamente las paredes y las vigas de esa casa. Cualquier ataque directo a la vida humana inocente, tal como el aborto o la eutanasia, es un ataque a las bases de esa morada. (Vivir el Evangelio de la Vida, no. 23)

41. Los votantes católicos deberían usar el marco de la doctrina católica para examinar las posiciones de los candidatos respecto a cuestiones que afecten a la vida y dignidad humanas, así como cuestiones de justicia y paz, y deberían considerar la integridad, filosofía y desempeño de los candidatos. Es importante que todos los ciudadanos "vayan más allá de la política partidista, que analicen las promesas de la campañas con un ojo crítico y que escojan sus dirigentes políticos según su principio, no su afiliación política o el interés propio" (Vivir el Evangelio de la Vida, no. 34).

42. Como católicos, no votamos basándonos en una sola cuestión. La posición de un candidato respecto a una sola cuestión no es suficiente para garantizar el apoyo del votante. Sin embargo, la posición de un candidato respecto a una sola cuestión relacionada con un mal intrínseco, como es el apoyo al aborto legal o la promoción del racismo, puede llevar legítimamente al votante a descalificar a un candidato y no recibir su apoyo.

43. Como se dijo anteriormente, la propuesta católica para ser ciudadanos fieles descansa en principios morales que se encuentran en la Sagrada Escritura y las enseñanzas morales y sociales católicas, así como en el corazón de las personas de buena voluntad. La enseñanza papal reciente ha identificado cuatro grandes principios de la doctrina social católica. A continuación presentamos los temas centrales e imperecederos de la tradición social católica organizados bajo estos cuatro principios que pueden ofrecer un marco moral para tomar decisiones en la vida pública.5

La dignidad de la persona humana

44. La vida humana es sagrada. La dignidad de la persona humana es la base de una visión moral para la sociedad. Los ataques a las personas inocentes no son nunca moralmente aceptables, en ninguna etapa de la vida ni bajo ninguna condición. En nuestra sociedad, la vida humana está especialmente bajo ataque directo del aborto provocado, que algunos actores políticos caracterizan equivocadamente como una cuestión de "salud de la mujer". Otras amenazas directas a la santidad de la vida humana incluyen la eutanasia y el suicidio asistido (a veces falsamente etiquetados como "muerte con dignidad"), la clonación humana, la fecundación in vitro y la destrucción de embriones humanos para la investigación científica.

45. La doctrina católica sobre la dignidad de la vida nos llama a que nos opongamos a la tortura,6 a la guerra injusta y al uso indiscriminado de drones para fines violentos; a que prevengamos el genocidio y los ataques contra los no combatientes; a que nos opongamos al racismo; a que nos opongamos a la trata de personas; y a que venzamos a la pobreza y el sufrimiento. Las naciones están llamadas a proteger el derecho a la vida buscando maneras efectivas de combatir el mal y el terror, sin hacer uso de los conflictos armados excepto como último recurso después de que todos los medios pacíficos han fallado, y a poner fin al uso de la pena de muerte como un medio para proteger a la sociedad de los delitos violentos. Veneramos la vida de los niños en el útero, la vida de las personas que mueren a causa de la guerra y la hambruna, y de hecho la vida de todos los seres humanos, como hijos e hijas de Dios. Nos oponemos a estas y todas las actividades que contribuyen a lo que el papa Francisco ha llamado "una cultura de usar y tirar".

Subsidiaridad

Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social.

(Compendio de la doctrina social de la Iglesia, no. 185)

46. La persona humana no es sólo sagrada, sino también social. El desarrollo humano pleno se lleva a cabo en relación con los demás. La familia —basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer— es la primera y fundamental unidad de la sociedad y es un santuario para la creación y crianza de los niños. Debería ser defendida y fortalecida, y no redefinida, socavada o distorsionada aún más. El respeto a la familia debería estar reflejado en cada política y programa. Es importante defender los derechos y responsabilidades de los padres de familia de cuidar a sus hijos, incluyendo el derecho a elegir la educación de sus hijos.

47. La forma en que organizamos nuestra sociedad —en las áreas económica, política y legislativa— afecta directamente el bien común y la capacidad de los individuos de desarrollar su potencial pleno. Cada persona y asociación tiene el derecho y la obligación de participar activamente en la formación de la sociedad y de promover el bienestar de todas las personas, especialmente de los pobres y los vulnerables.

48. El principio de subsidiaridad nos recuerda que las instituciones más grandes de un país no deberían abrumar o interferir con las instituciones que son más pequeñas o tienen carácter local. Sin embargo, las instituciones más grandes tienen responsabilidades esenciales cuando las instituciones locales no pueden adecuadamente proteger la dignidad humana, responder a las necesidades humanas y promover el bien común (Centesimus Annus, no. 48; Dignitatis Humanae, nos. 4-6).

El bien común

Por bien común se entiende "el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección" (Gaudium et Spes, no. 26). . . . El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral.

(Compendio de la doctrina social de la Iglesia, no. 164)

49. La dignidad humana es respetada y el bien común promovido sólo si se protegen los derechos humanos y se cumplen las responsabilidades básicas. Cada ser humano tiene el derecho a la vida, un derecho fundamental que hace posibles todos los demás derechos, y el derecho a tener acceso a aquellas cosas que requiere la decencia humana: alimento y albergue, educación y trabajo, cuidado médico y vivienda, libertad religiosa y vida familiar. El derecho a ejercitar la libertad religiosa pública y privadamente por parte de individuos e instituciones, junto con la libertad de conciencia, tiene que ser defendido constantemente. De una manera fundamental, el derecho a la libre expresión de creencias religiosas protege todos los demás derechos. A estos derechos les corresponden obligaciones y responsabilidades, para con los demás, nuestras familias y la sociedad en general. Los derechos deberían ser comprendidos y ejercitados dentro de un marco moral cimentado en la dignidad de la persona humana.

50. La economía debe estar al servicio de la gente y no al contrario. Por lo tanto, es necesario que un sistema económico sirva a la dignidad de la persona humana y al bien común mediante el respeto de la dignidad del trabajo y la protección de los derechos de los trabajadores. Un "crecimiento en equidad", según lo señala el papa Francisco en Evangelii Gaudium,

exige algo más que el crecimiento económico, aunque lo supone, requiere decisiones, programas, mecanismos y procesos específicamente orientados a una mejor distribución del ingreso, a una creación de fuentes de trabajo, a una promoción integral de los pobres que supere el mero asistencialismo. Estoy lejos de proponer un populismo irresponsable, pero la economía ya no puede recurrir a remedios que son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos.
(no. 204)

El trabajo es más que una manera de ganarse la vida; es una forma de continuar participando en la creación de Dios. Los empleadores contribuyen al bien común con los servicios o productos que ofrecen y mediante la creación de empleos que defienden la dignidad y los derechos de los trabajadores: derecho a un trabajo productivo, a salarios justos y decentes, a beneficios adecuados y seguridad cuando tengan edad avanzada, a la oportunidad de poder organizarse y formar sindicatos, a la oportunidad para los trabajadores inmigrantes de estar en situación legal, a tener propiedad privada y a la iniciativa económica. Los trabajadores también tienen responsabilidades: realizar el trabajo que corresponde a un salario justo, tratar con respeto a los empleadores y compañeros de trabajo y llevar a cabo su trabajo de tal manera que contribuya al bien común. Los trabajadores, los empleadores y los sindicatos deberían no sólo promover sus propios intereses, sino también trabajar juntos para promover la justicia económica y el bienestar de todos. El papa Francisco ha resumido bien la doctrina de la Iglesia sobre el trabajo en Laudato Si'. "El trabajo", escribe,

debería ser el ámbito de este múltiple desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración. . . . El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. (Laudato Si', no. 127-128)

51. Tenemos el deber de cuidar de la creación de Dios, o como el papa Francisco se refiere a ella en Laudato Si', "nuestra casa común". Demostramos respeto por el Creador al cuidar responsablemente de la creación de Dios, porque "cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo" (Laudato Si', no. 77). El cuidado de la creación es un deber de nuestra fe y un signo de nuestra preocupación por todas las personas, especialmente los pobres, que "tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que" sufren "los más graves efectos de todas las agresiones ambientales" (no. 48). El papa Francisco subraya que la degradación del medio ambiente a menudo puede obligar a los pobres "a migrar con gran incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos" (no. 25). Las amenazas al medio ambiente son muchas. El papa Francisco, en coherencia tanto con San Juan Pablo II como con el papa Benedicto XVI (Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz en 1990 y 2010), ha destacado recientemente la contaminación, el cambio climático, la falta de acceso al agua potable y la pérdida de biodiversidad como retos particulares. El Santo Padre habla de una "deuda ecológica" (no. 51) contraída por los países más ricos a las naciones en desarrollo, y lamenta la debilidad de muchas de las respuestas a los retos ecológicos arraigadas en "un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad" (no. 59). Frente a esto, debemos aspirar a "un estilo de vida alternativo" (nos. 203-208), que se esfuerce por vivir simplemente para satisfacer las necesidades del presente sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades, y que ejerza "una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social" (no. 206). Tenemos la obligación moral de proteger el planeta en el que vivimos, de respetar la creación de Dios y de asegurar un ambiente seguro y hospitalario para los seres humanos, especialmente para los niños durante sus etapas de desarrollo más vulnerables. Como administradores llamados por Dios a compartir la responsabilidad del futuro del planeta, deberíamos trabajar por un mundo en el que las personas respeten y protejan a toda la creación y busquen vivir sencillamente, en armonía con ella, por el bien de las generaciones futuras. Asumir plenamente esta tarea equivale a lo que el papa Francisco llama una "conversión ecológica" (no. 219), "que implica dejar brotar todas las consecuencias de [nuestro] encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que [nos] rodea" (no. 217). Tal conversión "lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios 'como un sacrificio vivo, santo y agradable' (Rm 12:1)" (no. 220).

La solidaridad

La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. . . . La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones, según el cual las "estructuras de pecado" (Sollicitudo Rei Socialis, nos. 36, 37) que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas.

(Compendio de la doctrina social de la Iglesia, nos. 192-193)

52. Somos una sola familia humana, independientemente de nuestras diferencias nacionales, raciales, étnicas, económicas e ideológicas. Somos los cuidadores de nuestros hermanos y hermanas donde quiera que se encuentren. Amar a nuestro prójimo tiene dimensiones globales y requiere de nosotros la erradicación del racismo y la búsqueda de soluciones a la pobreza y enfermedades extremas que afectan tanto al mundo. La solidaridad también incluye el llamado bíblico a acoger al forastero entre nosotros, incluidos los inmigrantes que buscan trabajo, asegurando que tengan oportunidades para un hogar seguro, una educación para sus hijos y una vida decente para sus familias, así como poniendo fin a la práctica de separar a las familias por medio de la deportación. A la luz de la invitación del Evangelio de ser constructores de la paz, nuestro compromiso de solidaridad con nuestro prójimo —en nuestro país y en el extranjero— también nos exige que promovamos la paz y busquemos la justicia en un mundo dañado por una violencia y conflictos terribles. Las decisiones de usar la fuerza deberían estar guiadas por criterios morales tradicionales y tomadas sólo como último recurso. Como enseñó el beato
Pablo VI: "Si quieres la paz, trabaja por la justicia" (Mensaje para la celebración de la Jornada de la Paz, 1 de enero de 1972).

53. En referencia a la solidaridad, se debe dar un énfasis especial a la opción preferencial de la Iglesia por los pobres. Mientras que el bien común abarca a todos, quienes son débiles, vulnerables y están más necesitados se merecen ser objeto de una opción preferencial. Una prueba moral básica para cualquier sociedad es la forma en que trata a los más vulnerables. En una sociedad dañada por las disparidades entre los ricos y los pobres, la Sagrada Escritura nos ofrece el relato del juicio final (véase Mt 25:31-46) y nos recuerda que seremos juzgados de acuerdo a nuestra respuesta hacia los "más pequeños". El Catecismo de la Iglesia Católica explica que:

Los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables. (no. 2448)

54. El papa Benedicto XVI ha enseñado que "practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia [de la Iglesia] tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio" (Deus Caritas Est, no. 22). Esta opción preferencial por los pobres y los vulnerables incluye a todas las personas marginadas en nuestra nación y más allá de ella: los niños no nacidos, las personas con discapacidad, los ancianos y enfermos terminales, las víctimas de la injusticia y la opresión y los inmigrantes.

55. Estos cuatro principios y temas relacionados de la doctrina social católica ofrecen un marco moral que no encaja fácilmente ni en las ideologías de la "derecha" o la "izquierda", "liberales" o "conservadores", ni en los programas de ningún partido político. No pertenecen a ningún partido político en particular ni son sectarias, sino que reflejan principios éticos fundamentales que son comunes a todas las personas.

56. Como líderes de la Iglesia de los Estados Unidos, nosotros, los obispos, tenemos el deber de aplicar estos principios morales a las decisiones políticas públicas clave que afronta nuestra nación, perfilando directrices a seguir sobre temas que tienen dimensiones morales y éticas importantes. Se puede encontrar información más detallada respecto a las directrices de las políticas ofrecidas por la Conferencia de obispos en la segunda parte de este documento. Esperamos que los católicos y otras personas consideren seriamente la aplicación de estas directrices a las políticas cuando tomen sus propias decisiones en el ámbito público.

Conclusión

57. Construir un mundo donde se respete la vida y dignidad humanas, donde prevalezcan la justicia y la paz, requiere algo más que un compromiso político. Los individuos, las familias, las empresas, las organizaciones comunitarias y los gobiernos tienen todos una función que realizar. La participación en la vida política a la luz de principios morales fundamentales es un deber esencial de cada católico y de todas las personas de buena voluntad.

58. La Iglesia está involucrada en el proceso político pero no es partidaria de ningún partido. La Iglesia no puede abogar por un candidato o partido político sobre los demás. Nuestra causa es la defensa de la vida y dignidad humanas, y la protección de los débiles y vulnerables.

59. La Iglesia participa en el proceso político pero no debería ser utilizada por él. Damos la bienvenida al diálogo con líderes políticos y candidatos; buscamos encontrar y persuadir a quienes ejercen cargos públicos. Los eventos político-sociales y las oportunidades de fotografiarse no pueden sustituir a un diálogo serio.

60. La Iglesia tiene sus principios pero no una ideología. Como escribió San Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis,

La doctrina social de la Iglesia no es . . . una ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana. Por tanto, no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral. (Sollicitudo Rei Socialis, no. 41)

No podemos poner a un lado nuestros principios fundamentales o doctrina moral. Estamos comprometidos a ser claros respecto a nuestra doctrina moral y a comportarnos civilizadamente. En el ámbito público, es importante practicar las virtudes de la justicia y la caridad, que son elementos esenciales de nuestra Tradición. Deberíamos trabajar de distintas formas con otras personas para poder promover nuestros principios morales.

61. A la luz de estos principios y de las bendiciones que compartimos al ser parte de una nación democrática y libre, nosotros, los obispos, repetimos vigorosamente nuestro llamado a un tipo renovado de política que esté:

  • enfocado más en los principios morales que en las últimas encuestas;
  • enfocado más en las necesidades de los débiles que en los beneficios de los poderosos;
  • enfocado más en la búsqueda del bien común que en las demandas de los intereses mezquinos.

62. Este tipo de participación política refleja la doctrina social de nuestra Iglesia y las mejores tradiciones de nuestra nación.

Notas

    1. El bien común es "el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección" (Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1906).
    2. "El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral" (Catecismo de la Iglesia Católica, no. 1792).
    3. "Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia . . . que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural" (Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, no. 4).
    4. Véase Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2297.
    5. Estos temas han sido tomados de una rica tradición de principios e ideas descritos en mayor profundidad en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia del Consejo Pontificio "Justicia y Paz" (Bogotá, Colombia: CELAM, 2006).
    6. Véase Catecismo de la Iglesia Católica, no. 2297.
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