CONCLUSIÓN: UNA
FUENTE DE SIGNIFICADO
Y ESPERANZA
El Concilio Vaticano II declaró que “el porvenir de la humanidad está
en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones
para vivir y razones para esperar” (GS, no. 31). Nadie puede vivir sin la
esperanza de que la vida tiene un significado final y duradero que va más
allá de las preocupaciones y luchas, de los gozos y satisfacciones de cada
día. Los católicos encuentran ese significado y esperanza en Jesucristo, a
quien Dios Padre envió al mundo para la salvación de todas las personas.
Pero el mundo puede ser un lugar preocupante. Están la guerra y
la ansiedad que causa el terrorismo. Están la competencia feroz y las
injusticias que provienen de la avaricia. Las continuas distracciones de
los medios de comunicación, la gran cantidad de horas dedicadas a la
televisión, la radio y el Internet. Existen las inagotables demandas del
trabajo y de la vida laboral.
No obstante, en medio de todo esto, la gente ama generosamente en
sus familias, a sus amigos y comunidades. Sin embargo, permanece una
pregunta insistente: ¿Hacia dónde se dirige todo esto? Existe una sed
permanente de justicia y esperanza.
Mucha gente encuentra refugio en diferentes tipos de actividades
espirituales y comunidades que prometen tranquilidad en un mundo
frenético y un refugio de sus presiones. Buscan técnicas de meditación y
a personalidades bien conocidas para descubrir maneras de encontrar la
tranquilidad y algo de esperanza para sí mismos.
En medio de esta cultura, la Iglesia Católica ofrece un mensaje
que no es el suyo propio sino que proviene de Dios mismo, revelado
en Jesucristo hace dos mil años, y que sin embargo es siempre nuevo
y se renueva cuando es recibido, celebrado, vivido y contemplado
hoy en día. La Iglesia ofrece a todas las personas la posibilidad de