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de “volver a proponer” la Buena Nueva a todos los fieles cristianos,
sobre todo a los fieles que están ausentes de la mesa del Señor.
9
El papa Francisco nos recuerda en
Evangelii Gaudium
que “la primera
motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa
experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más”.
10
El anuncio (
kerygma
) de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y del
Reino de Dios es el corazón de la evangelización.
11
“La fe en Cristo nos
salva porque en él la vida se abre radicalmente a un Amor que nos precede
y nos transforma desde dentro, que obra en nosotros y con nosotros”.
12
Este amor que viene del Cristo resucitado no puede estar confinado dentro
del creyente o de la comunidad de fe, la Iglesia. “La fe se hace entonces
operante en el cristiano a partir del don recibido, del Amor que atrae hacia
Cristo (cf. Ga 5,6), y le hace partícipe del camino de la Iglesia, peregrina
en la historia hasta su cumplimiento. Quien ha sido transformado de este
modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus
ojos”.
13
Todos los bautizados son parte de la misión evangelizadora de
la Iglesia.
“Para evangelizar, uno da testimonio de la Revelación de Dios en Jesús
por medio del Espíritu Santo viviendo una vida imbuida de las virtudes
cristianas, proclamando sin cesar la salvación que se ofrece a todas las
personas a través del misterio pascual de Cristo, y predicando la esperanza
en el amor de Dios por nosotros”.
14
¿Quién está llamado a evangelizar?
Todos los que están bautizados están llamados a evangelizar porque
“cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indi-
car a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal”.
15
Los esfuerzos evangelizadores de los bautizados no se centran simplemente
en aquellos que no han oído hablar de Cristo. También van dirigidos hacia
nuestros hermanos y hermanas que ya no se unen a nosotros en torno a
la mesa del Señor. Además, el discípulo bautizado de Cristo también es
continuamente evangelizado al renovar permanentemente su fe y vivir esa
misma fe. Esto se cumple particularmente participando regular y frecuen-
temente en los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Penitencia.
Esta vida sacramental vivida plenamente lleva al discípulo bautizado a
compartir las virtudes de la fe, la esperanza y la caridad como un enviado