Capítulo 1. Mi Alma Te Busca a Ti, Dios Mío • 5
El ser humano siempre ha hecho preguntas fundamentales: ¿quién soy
yo? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Por qué necesito luchar para
alcanzar mis metas? ¿Por qué es tan difícil amar y ser amado? ¿Cuál es el
significado de la enfermedad, la muerte y el mal? ¿Qué sucederá después
de la muerte?
Estas preguntas están relacionadas con la existencia humana. Tam-
bién hacen que nos preguntemos acerca de lo divino pues tienen que
ver con la existencia de Dios. Cuando las preguntas provienen de una
reflexión profunda, estas ponen al descubierto un deseo interior de Dios.
Estas reflexiones y preguntas retan nuestras mentes, pero las respuestas
de la mente no son siempre suficientes. También debemos estar atentos
al misterioso anhelo del corazón humano.
Dios ha plantado en cada corazón humano el hambre y el anhelo por
lo infinito, por nada que no sea Dios mismo. San Agustín, un teólogo
del siglo V, lo dijo de la mejor manera posible: “Nuestro corazón está
inquieto mientras no descansa en tí” (San Agustín,
Las Confesiones
, lib.
1, cap. 1, 1; cf. CIC, no. 30).
¿Cómo se despierta nuestro anhelo por Dios? Dios primero nos busca;
esto nos mueve a que lo busquemos a Él, para quien hemos sido creados.
El
Catecismo
presenta tres vías de acceso por las cuales cualquier persona
puede llegar a Dios: la creación, la persona humana y la Revelación. En
el próximo capítulo, la Revelación será presentada como la mayor y más
esencial vía de acceso a Dios. Se le descubre también por medio de la
creación y a través del misterio de nuestra vida interior.
A TRAVÉS DE LA CREACIÓN
El cielo proclama la gloria de Dios.
—Sal 18:2
Pues las perfecciones invisibles de Dios, como su poder
eterno y su divinidad, resultan visibles desde la creación
del mundo para quien reflexiona sobre sus obras.
—Rm 1:20