Capítulo 13. Nuestro Destino Eterno
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Cada vez que participamos en una Misa funeral, vemos el cuerpo
de un fallecido en un velatorio o pasamos por un cementerio, se nos
recuerda este simple y profundo artículo del Credo, la creencia en la
resurrección de la carne. Es una creencia que nos hace pensar, ya que
nos recuerda que el juicio aún está por llegar, y a la vez es una creencia
gozosa porque anuncia la vida eterna con Dios.
EL JUICIO FINAL
El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso.
—CIC, no. 1040
Inmediatamente después de la muerte, cada persona se presenta ante
Dios y es juzgada individualmente (el juicio particular) e ingresa en el
cielo, el Purgatorio o el infierno. Sin embargo, al final de los tiempos,
cuando Cristo vuelva con gloria, tendrá lugar un juicio final cuando
todos serán resucitados de entre los muertos y reunidos ante Dios;
entonces su relación con Él se hará pública (el juicio general).
La escena del juicio en el Evangelio de San Mateo es quizás la forma
más accesible de apreciar el Juicio Final: “Cuando venga el Hijo del
hombre, rodeado de su Gloria, acompañado de todos sus ángeles, se
sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas
las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a
las ovejas de los cabritos” (Mt 25:31-32). Las ovejas heredarán el Reino
de Dios. Los cabritos serán enviados al fuego eterno preparado por el
diablo y sus ángeles. En esta parábola, los criterios para ser salvados se
describen según si uno ha dado de comer al hambriento, si han dado
agua al sediento, dado la bienvenida al extranjero, vestido al desnudo,
cuidado del enfermo y visitado a los prisioneros. En cada uno de estos
casos es Jesús mismo quién es tratado de esa manera. “Cuando lo hicieron
con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron” (Mt
25:40). Si cuidamos de Jesús de estas maneras, recibiremos el Reino. Si
no lo hacemos, seremos separados de él para siempre.