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Segunda Parte. Los Sacramentos: La Fe Celebrada
Tercero, Jesús encomendó los sacramentos a la Iglesia. Por la
voluntad de Cristo, la Iglesia supervisa y celebra los sacramentos. A lo
largo de su vida terrenal, las palabras y obras de Cristo anticiparon el
poder de su Misterio Pascual. Los sacramentos otorgan la gracia que
mana de Jesucristo y que se hace presente en la vida de la Iglesia por el
poder del Espíritu Santo.
Cuarto, los sacramentos transmiten la vida divina. Nuestra
participación en esta vida es la gracia de Dios, su don a nosotros. En los
sacramentos nos encontramos a Jesucristo. El Espíritu nos sana y nos
acerca aún más a Cristo y nos hace partícipes de la vida de la Santísima
Trinidad. Dependiendo de nuestra respuesta a la gracia de cada
sacramento, nuestra unión de amor con Jesús puede crecer a lo largo de
nuestro peregrinaje de fe. Una recepción fructífera de los sacramentos
presupone la fe de quien los ha recibido. Esta fe es precedida por la
fe de la Iglesia (cf. CIC, no. 1124). Crecemos en santidad, la cual es
tanto personal como comunitaria, una cuestión de santidad personal y
de unión con la misión y santidad de la Iglesia.
Jesús nos dio los sacramentos para llamarnos a alabar a Dios, a
construir la Iglesia, a profundizar en nuestra fe, para enseñarnos
como orar, para conectarnos con la Tradición viva de la Iglesia y para
santificarnos. Mientras que Dios actúa principalmente a través de los
sacramentos, Él también se nos acerca por medio de la comunidad
de la Iglesia, a través de las vidas de personas santas, de la oración,
de la espiritualidad y de obras de amor. Pero “para los creyentes los
sacramentos de la Nueva Alianza son
necesarios para la salvación
[…]
El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción
deifica a los fieles” (CIC, no. 1129).
LA LITURGIA ES EL CUERPO DE
CRISTO EN ORACIÓN
La Liturgia es “acción” del “Cristo total”. […] Las
acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino
celebraciones de la Iglesia.
—CIC, nos. 1136, 1140