Capítulo 10. La Iglesia: Reflejando la Luz de Cristo
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El segundo capítulo de la
Constitución Dogmática sobre la Iglesia
(
Lumen Gentium
) da prominencia a la imagen bíblica y patrística
de la Iglesia como Pueblo de Dios. El Padre empezó este proceso de
formación con los Israelitas y lo llevó a su plenitud en la Iglesia. Una
persona es iniciada en el pueblo de Dios no por su nacimiento físico,
sino mediante su nacimiento espiritual mediante su fe en Cristo y el
Bautismo. El pueblo de Dios incluye a los papas, patriarcas, obispos,
sacerdotes, diáconos, laicos y religiosos, cada grupo con su misión y
responsabilidad especiales.
Jesucristo es la cabeza de su pueblo, cuya ley es el amor de Dios y
del prójimo. Su misión es ser sal de la tierra y luz del mundo y el germen
de la posibilidad de la unidad, esperanza, salvación y santidad para la
humanidad. Su destino es el Reino de Dios, el cual ya está presente en la
tierra y que será conocido en su plenitud en el cielo. Todo el pueblo de
Dios, mediante su Bautismo, participa de las funciones de Cristo como
sacerdote, profeta y rey.
UN PUEBLO SACERDOTAL
Todos los bautizados comparten el sacerdocio de Cristo. Esta
participación es llamada “el sacerdocio común de todos los fieles”. Sus
obras, oraciones, actividades de familia y de la vida matrimonial, sus
proyectos apostólicos, la relajación e incluso los sufrimientos y obstáculos
de la vida se pueden convertir en ofrendas espirituales placenteras a Dios
cuando se unen al sacrificio de Cristo. Estos actos del pueblo de Dios
se convierten en tipos de culto divino que, por su designio, santifican
al
mundo
.
El sacerdocio ordenado, ministerial, está basado en el sacerdocio
común de todos los fieles y está dirigido al servicio de este. El sacerdocio
se confiere mediante el sacramento del Orden.
El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio
común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el
servicio de los fieles. (CIC, no. 1592)