Capítulo 5. Creo en Dios
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DIOS ES MISTERIO DIVINO
Es justo y necesario cantarte a ti, bendecirte, alabarte,
darte gracias, adorarte — porque tú eres Dios,
inefable, inconcebible, invisible, incomprensible,
siempre existiendo y siempre el mismo,
tú y tu Hijo unigénito, y tu Espíritu Santo.
—
Anáfora de la Liturgia de San Juan Crisóstomo (v.d.t.)
Dios “habita en una luz inaccesible y a quien ningún hombre ha visto
ni puede ver” (1 Tm 6:16). La Revelación nos dice que Dios es un
Dios vivo y personal, profundamente cercano a nosotros, creándonos
y sustentándonos. Aunque es totalmente diferente, oculto, glorioso y
maravilloso, Él se comunica con nosotros por medio de la creación y
se revela a sí mismo mediante los profetas y, sobre todo, en Jesucristo,
con quien nos encontramos en la Iglesia, especialmente en las Escrituras
y en los sacramentos. De estas muchas formas, Dios habla a nuestros
corazones donde podemos acoger su amorosa presencia.
No debemos confundir la palabra
misterio
con el término que se usa
en historias de detectives o con un enigma científico. El misterio de Dios
no es un enigma para ser resuelto. Es una verdad para ser reverenciada.
Es una realidad demasiado rica como para ser completamente com
prendida por nuestras mentes, de tal forma que mientras continúa
desenvolviéndose, siempre permanece en su mayoría más allá de nuestra
comprensión. El misterio de Dios está presente en nuestras vidas, y sin
embargo permanece oculto, más allá del alcance de nuestras mentes.
Dios, quien siempre permanece más allá de nuestra comprensión,
se ha mostrado a sí mismo a lo largo de la historia de la salvación.
Su relación con Israel está marcada por toda clase de obras de amor.
Él, siempre fiel e indulgente, es a la larga vivido por los seres humanos
mediante su Hijo, Jesucristo, y el Espíritu Santo. Su amor es más fuerte
que el amor de una madre por su hijo o que el de un novio por su amada.
San Juan proclama: “Dios es amor” (1 Jn 4:8). Jesús ha revelado que la
esencia de Dios es amor.