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I. INTRODUCCIÓN
“Crea en mí, Señor, un corazón puro”. (Sal 50:12)
C
omo pastores de la Iglesia Católica, ofrecemos esta declaración
para dar una palabra de esperanza y curación a aquellos que han
sido dañados por la pornografía y generar conciencia sobre su
omnipresencia y sus daños.
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En el confesionario y en nuestro
ministerio y trabajo diario con las familias, hemos visto el corrosivo daño
causado por la pornografía: niños cuya inocencia es robada; hombres y
mujeres que sienten gran culpa y vergüenza por ver pornografía ocasional
o habitualmente; cónyuges que se sienten traicionados y traumatizados;
y hombres, mujeres y niños explotados por la industria de la pornografía.
Aunque la producción y uso de pornografía ha sido siempre un problema,
en los últimos años su incidencia ha crecido de manera exponencial, en
gran parte debido a la Internet y la tecnología móvil. Algunos incluso la
han descrito como una crisis de salud pública. Todos, de alguna manera,
se ven afectados por el aumento del uso de pornografía en la sociedad.
Todos sufrimos las consecuencias negativas de su visión distorsionada de
la persona y la sexualidad humanas. Como obispos, estamos llamados a
anunciar de nuevo la abundante misericordia y curación de Dios que se
encuentra en Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, y por medio de su Iglesia.
La audiencia de esta declaración es amplia, porque la pornografía
afecta la vida de muchas personas y exige un concentrado esfuerzo de
colaboración de todos nosotros para contrarrestar los daños que causa. La
declaración en sí está dirigida principalmente a los padres de familia, cléri-
gos, líderes diocesanos y parroquiales, educadores, profesionales de la salud
mental, y todos los que estén en posición de ayudar a proteger a los niños
de la pornografía y curar a los hombres, mujeres y jóvenes que han sido
dañados por su uso. También esperamos que la declaración sea de utilidad
para los hombres, mujeres y jóvenes que ven pornografía, ya sea ocasional
o habitualmente, o que han sido víctimas de la pornografía. Por último,
nos dirigimos a aliados religiosos y todas las personas de buena voluntad
que quieran trabajar juntos por una cultura de la pureza que haga valer la
dignidad de cada persona y el carácter sagrado de la sexualidad humana.