Ella tiene la importante misión de seguir a su Señor y, como él, ayudar
al mundo a redescubrir el plan de Dios “desde el principio” (véanse Mt
19:4 y Mc 10:6). La luz de Cristo ilumina la verdadera belleza y vocación
de la persona humana, y es una luz que debe ser transmitida de persona a
persona, invitando a un encuentro con el Señor.
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Creado a imagen de Dios y llamado al amor
Dios creó al ser humano, hombre y mujer, a su imagen y semejanza, como
la corona de la creación. Cada uno de nosotros es un
don
, con la dignidad
inviolable de una persona. “Te doy gracias por tan grandes maravillas; / soy
un prodigio y tus obras son prodigiosas” (Sal 138:14).
Sólo en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se revela ple-
namente el misterio e identidad de la persona humana. “Cristo . . . mani-
fiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad
de su vocación”.
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En Cristo, reconocemos que cada persona es creada para
ser
hijo de Dios
, hijo o hija en el Hijo (véase Rm 8:14-17). Somos cada uno
amados
por Dios nuestro Padre. ¡Esta es la Buena Nueva!
“Dios es amor” (1 Jn 4:8), la comunión trina del Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.
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Como cada uno de nosotros ha sido creado a imagen de
Dios, recibimos el llamado —la vocación— de amor y comunión.
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Todo
ser humano está hecho para una relación de amor con Dios y con los
demás. Jesús, en su vida, ministerio y en última instancia en su muerte
salvadora y su resurrección, nos muestra el camino del amor como un
don sacrificial y fructífero de uno mismo. Cada hombre y cada mujer, sea
llamado al matrimonio o no, tiene una vocación fundamental al amor fruc-
tífero que se da en donación en imitación del Señor.
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El don y el lenguaje del cuerpo
Los hombres y las mujeres descubren el llamado al amor escrito en sus
propios cuerpos. La persona humana es una unidad de alma y cuerpo, y el
cuerpo participa de la dignidad de la imagen de Dios.
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El cuerpo revela o
“expresa la persona”.
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Expresa de manera visible el alma invisible y manifi-
esta la identidad masculina o femenina de la persona.
San Juan Pablo II se refirió a menudo al “significado esponsalicio del
cuerpo”.
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Él enseñó que el cuerpo, en su masculinidad o feminidad, está
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