Capítulo 3.Vayan por Todo el Mundo y Prediquen el Evangelio a Toda Creatura
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contienen la Tradición Apostólica a la vez que se distinguen de ella (cf.
CIC, Glosario, “Tradición”).
LAS SAGRADAS ESCRITURAS
Las Sagradas Escrituras están inspiradas por Dios y es la Palabra de
Dios. Por ello, Dios es el autor de las Sagradas Escrituras, lo que significa
que Él inspiró a los autores humanos, actuando en ellos y por ellos.
Así Dios se aseguró de que los autores enseñaran, sin error, aquellas
verdades necesarias para nuestra salvación.
Inspiración
es la palabra que
se usa para referirse a la asistencia divina dada a los autores humanos de
las Sagradas Escrituras. Esto significa que guiados por el Espíritu Santo,
los autores humanos hicieron uso total de sus talentos y habilidades
mientras que, a la vez, escribían lo que Dios quería. Hay muchas
personas en la sociedad moderna que encuentran increíble la creencia
de que las Escrituras contienen la palabra inspirada de Dios y, por ello,
rechazan la Biblia como una colección de historias y mitos. Hay otras
personas que profesan su creencia en el Dios Triuno, quienes incluso se les
identifica como “eruditos bíblicos” que trabajan para “desmitologizar”
las Escrituras, es decir, quitan o explican lo que es milagroso así como
las referencias a las palabras y obras reveladoras de Dios. Es importante
entender que, ante tales retos contra la Escritura, esta no es simplemente
el trabajo de autores humanos como algunos críticos alegan, sino que
verdaderamente son la Palabra y la obra de Dios.
INTERPRETACIÓN DE LAS ESCRITURAS
Cuando se interpretan las Sagradas Escrituras, tenemos que estar
atentos a lo que Dios quiso revelar, por medio de los autores, para
nuestra salvación. Tenemos que ver las Escrituras como una unidad, con
Jesucristo en el centro. Debemos también leer las Escrituras dentro de
la Tradición viva de toda la Iglesia, de tal manera que podamos obtener
una interpretación más verdadera de las Escrituras. La tarea de dar una
interpretación autoritativa de la Palabra de Dios ha sido encomendada
al Magisterio de la Iglesia. Por último, necesitamos recordar y reconocer