Capítulo 4. Hacer Brotar la Obediencia de la Fe
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EN EL ACTO DE FE RESPONDEMOS A LA
REVELACIÓN AMOROSA DE DIOS
Por su revelación, “Dios invisible habla a los hombres
como amigo, movido por su gran amor y mora con ellos
para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en
su compañía”. La respuesta adecuada a esta invitación
es la fe.
—CIC, no. 142, citando DV, no. 2
Dios se da a conocer a sí mismo por medio de la Revelación tanto para
darnos algo como para que surja de nosotros una respuesta. Ambas de estas
cosas, este don de Dios y nuestra respuesta a su Revelación, son llamadas
fe
. Por la fe, somos capaces de someter nuestras mentes y corazones a
Dios, de confiar en su voluntad y de seguir la dirección que Él nos da. San
Pablo describe esta respuesta como “la obediencia de la fe” (Rm 16:26).
Tenemos muchos ejemplos de fe. Por ejemplo, en las Sagradas Escrituras
leemos sobre Abrahán, quien confió en la promesa de Dios de hacer de él
una gran nación, y sobre Moisés quien, con fe, respondió a la llamada de
Dios a sacar a su pueblo de la esclavitud en Egipto y guiarlo a la Tierra
Prometida. La Virgen María es el modelo perfecto de fe. Desde su “sí” a
Dios en la Anunciación, hasta su asentimiento silencioso junto a la Cruz,
la fe de María permaneció firme. Por eso no nos extraña escuchar como
se aclama la fe de María en los Evangelios: “Dichosa tú, santísima Virgen
María, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de
parte del Señor” (Lc 1:45).
Nuestra respuesta a Dios con la fe es un acto tan rico en su significado
que el
Catecismo
explora su complejidad de diferentes maneras.
CREE EN EL SEÑOR JESÚS (HCH 16:31)
Nuestra fe es una gracia o un don que nos lleva hacia una comunión
personal y de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta gracia
hace posible que podamos, a la vez, escuchar la Palabra de Dios y
guardarla. Las cualidades de la fe que se enumeran aquí nos recuerdan