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Testimonio heroico en nombre de la dignidad humana por líderes católicos laicos: Dando testimonio de la fe en defensa de la libertad religiosa
por Jayd Henricks
Director ejecutivo de la Oficina de Relaciones con el Gobierno
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos
El 6 de julio de 1535, santo Tomás Moro, católico laico y abogado inglés, fue martirizado en defensa de la Iglesia, el sacramento del Matrimonio y la supremacía del papa. Pese a la notable presión de amigos y seres queridos, santo Tomás Moro no estuvo dispuesto a jurar lealtad al rey Enrique VIII como cabeza de la Iglesia de Inglaterra. Así pues, fue juzgado y condenado por traición.
Cuando santo Tomás Moro se acercaba al cadalso antes de su decapitación, dijo sus famosas últimas palabras, "Muero siendo el buen siervo del Rey, pero primero de Dios".
El martirio de santo Tomás Moro es uno de los ejemplos más famosos dados por un cristiano laico tanto de la verdad de la fe pero también de la inviolabilidad particular de la dignidad personal del hombre (Encíclica Veritatis splendor, no. 92, w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_06081993_veritatis-splendor.html). "Y fue precisamente en la defensa de los derechos de la conciencia donde el ejemplo de Tomás Moro brilló con intensa luz. Se puede decir que él vivió de modo singular el valor de una conciencia moral que es 'testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo juicio penetran la intimidad del hombre hasta las raíces de su alma'" (Papa Juan Pablo II, Motu Proprio, 31 de octubre de 2000, núm. 4, w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/motu_proprio/documents/hf_jp-ii_motu-proprio_20001031_thomas-more.html). Aunque la mayoría de nosotros los cristianos laicos no seremos llamados a hacer el sacrificio último, estamos y estaremos inmersos en situaciones morales y sociales que presentan amenazas a la dignidad de la persona, en particular nuestra preciada libertad religiosa (Concilio Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa [Dignitatis humanae], no. 9, www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651207_dignitatis-humanae_sp.html). Y al igual que santo Tomás Moro, nosotros, sobre todo en nuestro llamado como cristianos bautizados, tenemos el derecho y el deber de defender las verdades de la persona, incluyendo nuestra libertad religiosa.
Raíces de las crisis de la persona humana
Para vivir un testimonio heroico de fe como laicos, es importante considerar cuidadosamente no sólo los "signos de los tiempos", sino también las verdades de la historia del hombre. Como Nuestro Señor nos recuerda, debemos ser "precavidos como las serpientes y sencillos como las palomas" (Mt 10:16). En este contexto, debemos reconocer que, si bien ciertos sistemas de poder y autoridad gubernamental parecen hoy presentar desafíos a la dignidad humana, esas amenazas no aparecieron de la noche a la mañana. Comprender las raíces de nuestras luchas actuales nos permitirá dar testimonio con mayor veracidad de la fe en la defensa de la persona humana.
En primer lugar, no debemos olvidar que el hombre moderno, debilitado por los efectos del pecado original, se ve tentado continuamente por la "más antigua y siempre nueva tentación de querer llegar a ser como Dios" (Papa Juan Pablo II, Exhortación apostólica Christifideles laici, no. 4, w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_30121988_christifideles-laici.html). Así, se encuentra cautivado negativamente por los triunfos impresionantes en el desarrollo científico y tecnológico y se obsesiona desmesuradamente con el mundo secular, adorando los "ídolos" del mundo terrenal, como el dinero, el poder y la fama, por encima de Dios (Christifideles laici, no. 4). No es de extrañar, por consiguiente, que exista una "persistente difusión de la indiferencia religiosa y del ateísmo" y su forma "más difundida del secularismo", sobre todo en los países de considerable riqueza (Christifideles laici, no. 4).
La consecuencia de esta indiferencia religiosa es real. Por un lado, el respeto a la dignidad de la persona se deteriora (Christifideles laici, no. 39). Esto se debe a que la cultura se desarrolla de tal manera que hay una separación peligrosa no sólo de la fe cristiana, sino también de los valores humanos básicos. Esto causa violaciones flagrantes a la dignidad de la persona humana, incluyendo el derecho a la vida, la libertad de conciencia y la libertad religiosa.
Tal vez lo más relevante aquí es el ataque del secularismo a lo que el papa san Juan Pablo II en su exhortación apostólica Christifideles laici llamó el corazón de la misión de los fieles laicos: contribuir a la santificación del mundo —en la dimensión secular— a través de sus propios deberes particulares (Christifideles laici, no. 15). El problema es que, cuando se enfrenta a la tentación del secularismo, el cristiano laico siente a menudo una enorme presión para ocultar su fe del mundo secular, reduciéndola al "ámbito de lo privado y de lo íntimo" (Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, no. 64, w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html). El resultado inmediato es la reducción de la "contribución" de los cristianos laicos en este sentido, pero el resultado más insidioso y perjudicial es la relegación de la fe exclusivamente a la esfera personal, no pública. Ciertamente, cada uno de nosotros está llamado a evangelizar primero en nuestro propio hogar, pero las falsas limitaciones impuestas a nuestras libertades dadas por Dios pueden parecer que nos "privan" del valor necesario, e incluso de la alegría, para anunciar la Buena Nueva.
Jesucristo: La fortaleza del cristiano laico
En Evangelii gaudium, el papa Francisco escribe: "Se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza" (Evangelii gaudium, no. 86). Sin embargo, el apremio de nuestro Santo Padre puede parecer bastante difícil cuando se coloca en el contexto de las luchas de la persona humana arriba señaladas. Por lo tanto, si hemos de seguir el llamamiento de nuestro Santo Padre y vivir como personas de fe profunda, ¿cómo podemos mantener viva la esperanza y resistirnos al mismo tiempo al espíritu de desaliento al enfrentarnos a estas dificultades?
En todo momento —y especialmente en momentos de lucha— debemos poner nuestra confianza en el poder de Jesucristo. A través de su amor, que se encuentra expresamente en el don de la Sagrada Eucaristía, encontramos la fuerza para hacer frente a todos los "problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad" (Christifideles laici, no. 34). Por consiguiente, no debemos ver la evangelización como una "heroica tarea personal", ya que esta "es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender" (Evangelii gaudium, no. 12).
En relación con esto, debemos reconocer también el poder que emana de la realidad viva del "substrato cristiano", cuyo efecto neto es la preservación de los valores del auténtico humanismo cristiano (véase Evangelii gaudium, no. 68). Nuestro Santo Padre, de hecho, ha tomado nota de la inmensa importancia de una cultura marcada por la fe que no debe ser olvidada. Una "cultura evangelizada", donde gran número de personas han recibido el Bautismo, "tiene muchos más recursos que una mera suma de creyentes" (Evangelii gaudium, no. 68). Porque dentro de una cultura evangelizada está contenida una solidaridad que es capaz de transformar la cultura en una sociedad más justa y creyente (Evangelii gaudium, no. 68).
Llamado a dar testimonio
La contribución de la Iglesia en el mundo actual es bastante extraordinaria, como lo demuestran los muchos cristianos que a diario dan su vida en el amor (Evangelii gaudium, no. 76). En nuestra lucha actual por defender la dignidad de la persona humana, sobre todo la lucha por la libertad religiosa, debemos fijarnos en ejemplos en los cuales inspirarnos. Por supuesto, debemos acudir a la plaza pública en defensa de la libertad religiosa, y hay una serie de buenos ejemplos de este tipo de trabajo, pero como comunidad de fe, primero y ante todo debemos dar testimonio de las verdades que tenemos la obligación de defender. Como dijo el beato papa Pablo VI en su famosa frase: "El hombre actual escucha a los que dan testimonio más gustosamente que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque dan testimonio" (Papa Pablo VI, Discurso a los miembros del Consilium de Laicis, 2 de octubre de 1974; AAS 66, 1974, pág. 568).
Un poderoso ejemplo de fe en acción es la buena obra de la organización A Simple House. Según su declaración de misión:
Misioneros voluntarios visitan a las familias en los barrios de los proyectos y a las personas sin hogar en sus campamentos. Estas visitas buscan crear una amistad auténtica que beneficie a los pobres y glorifique a Dios. Estas amistades duran años, y la amistad puede continuar incluso después de que los voluntarios dejan A Simple House. Llamamos a nuestro trabajo Evangelización por la Amistad. Mientras los voluntarios sirven en A Simple House, viven una vida religiosa sencilla. Cada voluntario asiste a misa todos los días, dice la oración matutina y vespertina, y separa tiempo para la oración personal y el estudio de las Escrituras.[Versión del traductor.]
A Simple House cristaliza el llamado a vivir de conformidad con el Evangelio. Es un ejemplo, aunque radical en muchos sentidos, de a dónde debe conducir la libertad religiosa. La libertad religiosa no debe ser simplemente un ejercicio académico o jurídico, aunque sí debe ventilarse en esos ámbitos. La libertad religiosa tiene que ver, en última instancia, con conformar nuestra vida a Cristo. La sociedad tiene el deber de respetar los derechos básicos de cada uno de vivir de acuerdo a su fe, pero al final, le corresponde a cada uno de nosotros ejercer ese derecho sin concesiones para vivir para Cristo y solamente para Cristo.
Aunque nuestros llamados individuales pueden ser diferentes de los voluntarios de A Simple House, podemos encontrar gran inspiración en su ejemplo de realizar la misión de los fieles laicos de renovar la vida y la cultura. Cada uno de nosotros, por lo tanto, debe dar testimonio del inestimable valor de cada persona humana. Porque, "por más que sea despreciada y violada tan a menudo… [tiene] su indestructible fundamento en Dios Creador y Padre" (Christifideles laici, no. 5).
Conclusión
En suma, al reconocer que Cristo es la fuente última de nuestra esperanza y al vivir conscientemente en la realidad de la dignidad inerradicable de la persona humana, podemos testificar incesantemente de la misión de nuestro estado laical a pesar de todas y cada una de las luchas que podrían presentarse en nuestro camino. Sin embargo, reconocer estas verdades no debe permitirnos permanecer al margen, inertes, "seguros" al no hacer ningún compromiso sincero. Por el contrario, debemos, con un sentido de urgencia, "emprender el camino de la renovación evangélica" y responder al llamado individual a la santidad (Christifideles laici, no. 16). Por lo tanto, haciendo uso de nuestra "libertad responsable [y] guiados por la conciencia del deber", debemos dar testimonio de la autenticidad del cristianismo, convirtiéndonos en valientes cocreadores de una nueva cultura más humana (Dignitatis humanae, no. 1; Christifideles laici, no. 5). Al hacer esto, podremos anunciar al final que hemos seguido el legado heroico de santo Tomás Moro, permaneciendo siempre buen siervo primero de Dios.
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