Statement
Declaracion del dia de trabajo 2008
Una tradición católica estadounidense
Reverendísimo William F. Murphy
Obispo de Rockville Centre
Presidente del Comité de Justicia Nacional y Desarrollo Humano
United States Conference of Catholic Bishops
1° de septiembre de 2008
El difunto Monseñor George G. Higgins fue un sacerdote notable cuya principal tarea, durante muchos años, consistió en conectar la Iglesia con el movimiento sindical en torno a la enseñanza católica sobre los derechos del trabajador. Una de sus numerosas contribuciones fue ofrecer una declaración anual, en el Día del Trabajo, sobre asuntos relacionados con el trabajo y la justicia económica. Esta tradición católica estadounidense ha sido continuada por el obispo presidente del comité de la Conferencia dedicado a temas económicos. Como nuevo Presidente del Comité de Justicia Nacional y Desarrollo Humano de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, asumo esta tarea con cierta inquietud, pero con el deseo de rendir homenaje a mi amigo de muchos años, Monseñor George Higgins.
Monseñor Higgins fue un poderoso puente entre la Iglesia Católica y el movimiento sindical. Fue un realista, pero lleno de esperanza. Monseñor era irascible y bastante seguro de sus opiniones y convicciones sobre lo que debía hacerse. Estaba profundamente convencido de que los trabajadores se beneficiaban al agruparse con otros trabajadores en un sindicato. Sospecho que él hubiera tenido algunos comentarios incisivos acerca de la situación de los trabajadores, los salarios, las condiciones de trabajo y el aspecto cambiante del trabajo en un mercado laboral globalizado. Aunque hubiera hablado elocuentemente sobre el “panorama general”, su objetivo nunca se hubiera apartado de su extraordinaria capacidad para medir los grandes asuntos económicos según su impacto sobre el trabajador o la trabajadora promedio.
Monseñor hubiera sido severo en su juicio sobre la codicia e irresponsabilidad que condujo a la crisis de embargos hipotecarios. Hubiera tenido algunos comentarios mordaces acerca del impacto del precio de la gasolina sobre el trabajador y la vida de la familia. Hubiera estado muy atento al costo de la vida y su efecto sobre los presupuestos familiares, al valor real de los salarios actuales para satisfacer las necesidades y a los desafíos que sufre nuestra economía para diversificarse, sin perder de vista sus fortalezas y oportunidades tradicionales. Monseñor hubiera señalado la falta de representación sindical en muchas industrias y lugares de trabajo emergentes, donde la explotación ha sido muy evidente. Hubiera aplaudido toda iniciativa nueva que reúna a los líderes sindicales, a la patronal y a las partes relacionadas interesadas como “instituciones intermedias” de nuestra sociedad, basadas en el mutuo respeto. Hubiera reconocido que ese respeto favorece al trabajador, a las empresas involucradas y al bien común.
Por sobre todo, monseñor Higgins se preocuparía por el trabajador, la persona y la familia, cuyas vidas cotidianas se ven afectadas por gran cantidad de factores. Sopesaría y mediría todos esos factores según el impacto general que tuvieran sobre los seres humanos. Y después, hubiera ofrecido un par de sugerencias básicas que irían más allá de la mera preocupación y evaluación negativa. Monseñor reafirmaría su fe en una nación y un pueblo cuya energía creativa y capacidad productiva pueden y deben llevarnos a una situación económica más saludable. Nos instaría a recordar que en un mundo de actividades globalizadas, la Doctrina Social Católica aún ofrece una de las mejores maneras de evaluar si la persona humana es el centro de la vida económica o si los trabajadores que son pobres y están marginados quedan olvidados.
Una nación bendita
Somos una nación que tiene la bendición de contar con recursos naturales y humanos extraordinarios. Tenemos una gran capacidad económica y creativa. Tenemos una responsabilidad y un poder económico extraordinarios. ¡Y somos libres! Todos sabemos que enfrentamos retos. ¿Pero cuándo no tuvo retos nuestra nación? ¿Dónde dice que debemos ser simplemente receptores de los bienes de esta tierra sin esforzarnos por ellos, sin ganárnoslos? La creatividad y la iniciativa son elementos tan esenciales de nuestra vida en la actualidad como lo fueron en el pasado. Esta libertad de iniciativa creativa y esta energía deben ser temperadas por un profundo sentido de responsabilidad de los unos hacia los otros, responsabilidad con respecto a nuestro planeta y al futuro. Cuanto más autocontrol ejercitemos en nuestra posesión y utilización de los bienes de esta tierra, compartiendo con los demás tanto las oportunidades como los productos, menos necesidad tendremos del tipo de leyes regulatorias que se vuelven necesarias cuando los corsarios económicos y los piratas en busca de beneficios se apoderan de ámbitos enteros de nuestra economía.
Somos una nación comprometida tanto con la libertad económica como con la justicia económica. Pero eso no puede significar libertad y justicia solo para mí. El vínculo clásico de la persona humana con el bien común nos enseña que debemos utilizar nuestra libertad y creatividad no solo para nosotros y para aquellos que queremos. Debe extenderse a todos aquellos que se ven afectados por nuestras acciones y por las metas de la sociedad. Eso significa todos en el actual mundo globalizado.
Un mundo globalizado
Todos estos retos y estas cuestiones se enmarcan bajo una nueva luz con nuevas dimensiones, en esta era de la globalización. El mundo del trabajo es diferente del de años pasados. Las finanzas, la producción, el comercio y los sindicatos ya no son entidades locales, regionales o nacionales sino globales. En sí misma la globalización constituye un factor neutro. Depende de quién se aproveche de la actual economía global y de cómo se la ponga a funcionar. Nuestro actual Santo Padre Benedicto XVI ha sugerido que este proceso ofrece “la esperanza de una participación más amplia en el desarrollo”, pero advierte contra los riesgos de “empeorar la desigualdad económica” (Mayo 26, 2007). Aquí entran en juego dos principios interrelacionados de la Enseñanza Social Católica. El principio de la subsidiaridad aboga por el principio de iniciativa, que otorga a todos libertad y oportunidades para ser creativos y productivos, y cosechar los beneficios del trabajo tenaz y de la energía. Cuando se la lleva al extremo, puede causar la explotación de los demás. Sin embargo, unida al principio de solidaridad, la subsidiaridad y todos sus impulsos creativos se acoplan a una meta, que incluye a los hacedores de una economía vibrante. Esto conecta su trabajo a una red de relaciones, en la que los unos proporcionan nuevas oportunidades para los otros, cruzando las divisiones políticas y sociales y, especialmente, cruzando la gran división entre ricos y pobres. Permitamos que la interdependencia se convierta en la “solidaridad” de un prójimo hacia el otro, de tal forma que la subsidiaridad de la libre creatividad se acumule y ofrezca nuevas posibilidades a todos los prójimos, especialmente a los pobres y vulnerables. La Iglesia sigue repitiendo el llamado del papa Juan Pablo II a “globalizar la solidaridad”.
Enseñanza Social Católica
La tradición de la Enseñanza Social Católica tiene mucho que ofrecer en estos duros momentos económicos. En medio de la transformación de la sociedad durante la Revolución Industrial, el papa León XIII nos legó principios duraderos para enfrentar “cosas nuevas” en su profética encíclica Rerum Novarum. El papa Juan Pablo II y el papa Benedicto XVI hicieron suya la causa de la justicia para los trabajadores, respondiendo a las “cosas nuevas” de la vida económica. Cuando el papa Juan Pablo II emitió su primera “encíclica social”, Laborem Exercens, en 1981, nos invitó a examinar estos asuntos desde el punto de vista perenne del valor del trabajo humano que encuentra su significado intrínseco en la dignidad del trabajador.
Monseñor Higgins aplaudió esta enseñanza del santo padre. La consideró como la declaración papal clave para todos los asuntos por los que abogó en su propia vida. Estaba en lo cierto porque son todos los valores que se originan en la verdad sobre la dignidad y el valor inherentes a la persona humana que yace en el centro del Evangelio de Jesucristo. La Iglesia sigue concentrándose en la dignidad del trabajador como clave de la cuestión del trabajo y como piedra angular de la enseñanza católica sobre la vida económica. Nuestro desafío consiste enevaluar nuestras “cosas nuevas” aplicando principios morales tradicionales expresados en la Enseñanza Social Católica que continúan teniendo para nosotros notable significado y relevancia mientras celebramos el Día del Trabajo 2008.
El Día del Trabajo y la política
Este año, elegiremos un nuevo presidente, así como también un tercio del Senado, todos los miembros de la Cámara de representantes y miles de funcionarios estatales y locales. La campaña ya ha sido larga y, para muchos, ardua. ¿Qué puedo agregar yo a esto, como obispo, sin repetir lo que ha sido dicho de mejor manera por otros? Monseñor Higgins nos urgiría a mirar más allá de los eslóganes y las promesas. Nos pediría que evaluáramos los orígenes y las actuaciones de los candidatos. Tendría algunas palabras selectas para los que él considerara indignos o para los que no respetaran los derechos de los trabajadores y el papel de los sindicatos. Pero siempre insistiría en algunos principios básicos que todos debemos seguir.
Los obispos de Estados Unidos han presentado tanto para católicos como no-católicos algunos principios básicos para considerar. Al publicar la nueva y, creo yo, provocadora declaración, Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles, nosotros los obispos llamamos a los católicos a ser participantes activos e informados en la vida política. No procuramos imponer ni implicar preferencias por uno u otro candidato. Sí proponemos lo que incumbe a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: la formación de una conciencia correcta basada en la verdad sobre la persona humana y la sociedad humana. No podemos recalcar esto suficientemente. Una conciencia informada va más allá de los sentimientos personales y la popularidad individual. Una conciencia informada pregunta primero qué es justo y verdadero. Una conciencia informada examina a los candidatos y los asuntos desde la perspectiva de la vida y dignidad humanas, el bien verdadero de toda persona humana, el bien verdadero de la sociedad, el bien común de todos nosotros en nuestra nación y en este mundo.
¿Qué puedo agregar a eso? Nunca olviden que la vida humana es el bien supremo de este mundo. Nunca olviden que la dignidad humana no es un producto prescindible sino que pertenece a todos sin excepciones. Todos los días somos pro-vida. Todos los días somos defensores de la dignidad humana. Nuestras voces y nuestros votos deben dar forma a la sociedad al llevar estas verdades inalienables a todo programa o propuesta particular, a los planes y proyectos de cada candidato en particular. La declaración de los obispos establece tanto vínculos como distinciones entre el deber fundamental de oponerse a lo que es intrínsecamente malo (como por ejemplo, la destrucción de la vida humana por nacer) y la obligación de perseguir el bien común (es decir, la defensa de los derechos de los trabajadores y la búsqueda de una mayor justicia económica). Les pido que lean y reflexionen sobre este desafiante llamado a ser sal, luz y levadura en este año de elecciones y más allá de él. (Ver www.faithfulcitizenship.org).
Un marco católico
Nosotros los católicos tenemos la bendición de contar con un siglo de Enseñanza Social Católica. Yo, personalmente, he tenido el privilegio de trabajar con tres Papas en ese ámbito y ser formado por su visión y sus enseñanzas. La Iglesia ofrece esto no sólo a los católicos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Estamos convencidos de que las verdades sobre la persona humana en la sociedad que nos llegan mediante la razón y la revelación deben ser llevadas a todas las relaciones económicas, sociales, civiles, políticas y culturales que conforman una buena sociedad. La dimensión humana y la moral de la vida económica son principios clave en el pensamiento católico. La enseñanza social y moral católica referida a estos asuntos, ofrece esperanza y guía en tiempos difíciles. El Compendio de la doctrina social de la Iglesia nos provee de un resumen y síntesis de las enseñanzas de la Iglesia sobre la vida económica, así como también otros 4 aspectos de la tradición social católica. [Ver Capítulo VI, “El trabajo humano” y Capítulo VII, “La vida económica”, Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia (Washington, DC: USCCB, 2004)]. Se lo recomiendo.
Los obispos de Estados Unidos expresan esa enseñanza cuando esbozan los elementos clave de una economía justa en Formando la conciencia para ser ciudadanos fieles. Estos elementos básicos deben ser parte de la discusión nacional cuando escogemos líderes y creamos políticas para el futuro:
La economía debe estar al servicio de la gente y no al contrario. El trabajo es más que una manera de ganarse la vida; es una forma de continuar participando en la creación de Dios. Los empleadores contribuyen al bien común con los servicios o productos que ofrecen y mediante la creación de empleo que defiende la dignidad y los derechos de los trabajadores: derecho a un trabajo productivo, a salarios justos y decentes, a beneficios adecuados y seguridad cuando tengan edad avanzada, a la oportunidad de poder organizarse y formar sindicatos, a la oportunidad para los trabajadores inmigrantes de estar en situación legal, a tener propiedad privada y a la iniciativa económica. Los trabajadores también tienen responsabilidades: realizar el trabajo que corresponde a un salario justo, tratar con respeto a los empleadores y compañeros de trabajo y llevar a cabo su trabajo de tal manera que contribuyan al bien común. Los trabajadores, los empleadores y los sindicatos deberían no solo promover sus propios intereses, sino también trabajar juntos para promover la justicia económica y el bienestar de todos.
Superar la pobreza
La pobreza tiene muchos rostros. Son los rostros de nuestros hermanos y hermanas aquí, en nuestro país, y alrededor del mundo. Ya sea en un remoto lugar de África o en las calles de Lawrence, Massachussets, estoy convencido de que cuando nos enfrentamos a las necesidades de estos hermanos y hermanas, el desafío de superar la pobreza une a la comunidad católica. La Iglesia Católica está comprometida a realizar su contribución para aliviar el dolor de la pobreza en todo nivel —internacional, nacional y, especialmente, local— mediante las magníficas obras de sacerdotes, religiosos y laicos en nuestras parroquias. Las cosas pueden ser difíciles para muchos de nosotros en la actualidad. Pero no importa cuán difícil pueda ser para usted o para mí, yo creo que cada uno de nosotros puede nombrar a una persona que conocemos que lleva una carga mayor. Puedo oír a Monseñor Higgins diciéndonos “No se olviden del otro”, especialmente de la persona que tiene menos. Esa persona también tiene esperanzas y sueños. Esa persona viene de una familia y pertenece a nuestra familia humana. Esa persona tiene dignidad porque todos nosotros hemos sido creados a imagen de Dios.
Déjenme terminar compartiendo con ustedes unas reflexiones de la poderosa encíclica Deus Caritas Est del papa Benedicto:
Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios...El amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia [de la Iglesia] tanto como el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio (Nos. 15, 22).
A cada uno y a todos, les deseo un Día del Trabajo feliz y plácido con la familia y los amigos. Espero que este Día del Trabajo traiga un renovado vigor para procurar edificar juntos una sociedad que cuide de los suyos, extienda su mano a los pobres y vulnerables y ofrezca una esperanza verdadera a todos. Compartamos justa y libremente los bienes de la sociedad y fomentemos el bien de cada individuo y el bien común de todos.