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Primera Parte. El Credo: La Fe Profesada
que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse
con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el
hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda
su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a
las relaciones con los demás y con el resto de la creación.
Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda
la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como
lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la
luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de
domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el
punto de sentirse como aherrojado entre cadenas. Pero el Señor
vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renován-
dole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo
(cf. Jn 12:31), que le retenía en la esclavitud del pecado (cf.
Jn 8:34). El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su
propia plenitud.
A la luz de esta Revelación, la sublime vocación y la miseria
profunda que el hombre experimenta hallan simultáneamente su
última explicación.
—GS, no. 13
ORACIÓN
Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
Porque con tu Cruz has redimido al mundo.
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Por cada obra buena, cada pensamiento bondadoso, o
cada acto de humilde ayuda por pequeño que sea, Dios nos
recompensa.
—Rose Hawthorne Lathrop, 225 (v.d.t.)