Capítulo 11. Los Cuatro Atributos de la Iglesia
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CIC, nos. 765, 766) y que trazan sus orígenes a la época apostólica.
Al mismo tiempo, la Iglesia Católica reconoce que el Espíritu Santo
hace de otras iglesias y comunidades eclesiales “medios de salvación
cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha
confiado a la Iglesia católica” (CIC, no. 819; LG, no. 8). Dependiendo
de los elementos de salvación y verdad y del número de estos (UR,
no. 3) que estas comunidades han mantenido, ellas participan de una
cierta, aunque imperfecta, comunión con la Iglesia Católica. También
existen verdaderas diferencias. En algunos casos “hay discrepancias
esenciales no sólo de índole histórica, sociológica, psicológica y cultural,
sino, ante todo, de interpretación de la verdad revelada” (UR, no. 19).
(La palabra
iglesia
se aplica a aquellas comunidades de cristianos que
tienen un liderazgo o jerarquía episcopal válido, mientras que el término
comunidades eclesiales
se refiere a aquellas comunidades de cristianos
que no tienen una jerarquía apostólica).
LA IGLESIA ES SANTA
La Iglesia tiene su origen en la Santísima Trinidad, y esta es la fuente de su
santidad. En su designio para la salvación de la humanidad, Dios Padre
deseó la existencia de la Iglesia. Jesucristo, el Hijo de Dios, estableció
la comunidad de discípulos y murió en la Cruz para el perdón de los
pecados. El Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, actúa dentro
de la Iglesia para mantener a sus miembros fieles al Evangelio. La Iglesia
es santa en su Fundador, en sus santos y en los modos de salvación.
A través del Bautismo y la Confirmación, los católicos se convierten
en un pueblo consagrado por el Espíritu Santo para la gloria de Dios
por medio de Jesucristo. Los cristianos crecen en santidad al dedicarse
a vivir en conformidad con el Evangelio de Jesús y, de esta manera,
para convertirse aún más como él, especialmente en la totalidad de su
amor por los demás demostrado en su propio sacrificio en la Cruz. Pero
los cristianos también permanecen sujetos a la tentación y el pecado
y por ello necesitan de la misericordia y perdón de Dios. Al enseñar a
sus discípulos como orar, Jesús incluyó la siguiente petición al Padre:
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden”.