Capítulo 16. La Confirmación: Consagrados para la Misión
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sociedad y el mundo. A través de la Confirmación, nuestra relación
personal con Cristo se fortalece. Recibimos el mensaje de la fe de una
manera más profunda e intensa, dando un gran énfasis a la persona de
Jesucristo, quien pidió al Padre que otorgase el Espíritu Santo a la Iglesia
para construir a la comunidad en servicio amoroso.
El Espíritu Santo otorga siete dones —sabiduría, entendimiento,
ciencia, consejo, fortaleza, piedad y temor de Dios— para asistirnos en
nuestra misión y testimonio. El impacto de estos dones nos acompaña a
largo de las diferentes etapas de nuestro desarrollo espiritual.
Como personas confirmadas, caminamos con los siete dones del
Espíritu Santo. La sabiduría nos hace capaces de ver el mundo desde
el punto de vista de Dios, lo cual nos ayuda a comprender el objetivo y
plan de Dios. Nos da la visión de la historia a largo alcance, examinando
el presente teniendo en cuenta el pasado y el misterio del futuro. Nos
salva de la ilusión de que el espíritu de los tiempos es nuestro único
guía. El don de la ciencia nos dirige hacia la contemplación, o reflexión
orante, del misterio de Dios —Padre, Hijo y Espíritu Santo— así como
de los misterios de la fe católica. Se nos invita a la oración orante, donde
permitimos que Dios nos guíe mientras que descansamos pacientemente
en su divina presencia.
El don del entendimiento nos estimula a trabajar para conocernos a
nosotros mismos, como parte de nuestro crecimiento de conocer a Dios.
Es a lo que San Agustín se refería cuando rezó, “que para conocerte, me
conozca a mí mismo” (v.d.t.). Cuando el Espíritu derrama fortaleza o
valentía sobre nuestros corazones, podemos confiar en que estaremos
preparados para defender a Cristo y al Evangelio cuando sean desafiados.
Amedida que el don del consejo o buen juicio crece en nosotros, podemos
sentir las enseñanzas silenciosas que el Espíritu nos da respecto a nuestras
vidas morales y la formación de nuestras conciencias.
El don de la piedad o reverencia es un acto de respeto hacia el Padre
que nos ha creado, hacia Jesús que nos ha salvado y hacia el Espíritu que
nos ha santificado. Aprendemos a ser reverentes hacia Dios y la gente de
nuestros padres y otras personas que nos preparan en esa virtud. El Espíritu
nos llena de este don durante la liturgia, que es una escuela maestra de
reverencia, así como mediante las devociones populares y la piedad.