El Regalo de la Solidaridad

Es extraño cómo los desastres pueden acercar a la gente buena. Piensen, por ejemplo, en la reciente manifestación de generosidad y ayuda después del huracán Mitch que causó tanta devastación en Honduras y Nicaragua. Al enfrentarse a este tipo de desastre externo la gente buena forma un lazo común... un lazo que los sostiene en su trabajo y los hace conscientes de su vocación como gente de vida.

El desastre personal y social del aborto legal a acercado a muchas personas comprometidas a trabajar por un mayor respeto por la vida. No obstante, uno puede hacerse una pregunta: "Con tanta gente de talento y trabajadora, ¿por qué no hemos progresado más? La realidad es que el aborto sigue siendo legal durante los nueve meses del embarazo, por casi cualquier razón. A pesar de los esfuerzos que casi lograron que se prohibiera el aborto por nacimiento parcial, niños a punto de nacer pueden ser destruidos en la mayoría de los estados.

Veintiséis años después de la decisión Roe v. Wade de la Corte Suprema, nuestro país se encuentra en un estado de decadencia moral. Recientemente, un articulo del New York Times hizo una observación sobre la cuestión de la matanza de los recién nacidos, con el argumento de que la vida es una continuidad y que el momento del nacimiento en sí mismo no define el valor de la vida humana. Si podemos matar legalmente antes del nacimiento, ¿por qué... pregunta el autor... no podemos matar después del nacimiento? En seguida, indicó un número de circunstancias razonables en que esa matanza puede ser justificada. Su argumento es consistente, pero se origina en una premisa inmoral para lograr una conclusión de una falsedad espantosa. Este argumento representa la extensión lógica de la ideología pro-aborto que ahora moldea nuestra cultura. Ninguna vida, ¡ninguna!, tiene valor intrínseco por el hecho de que es una vida humana. No importa a que imagen hayamos sido creados, según este argumento, el valor de una persona depende de si hay alguien con más poder, más capacidad física, o mayor capacidad financiera que la quiera.

¿Cómo podemos responder? Comenzamos por ofrecer nuestra visión de lo que puede ser el mundo. Una visión basada en la fe, pero también persuasiva en el foro publico. Una visión de un mundo donde cada ser humano, hecho a imagen de Dios, sería bienvenido a la vida y tendría la protección de la ley. Junto a esta visión, ofrecemos una virtud que proviene de nuestro sentido de comunidad. La Iglesia llama esta virtud "solidaridad".

La solidaridad presupone tres bases: un destino común, una naturaleza común y una vocación común a entregarnos libremente por el bien de los demás.

Primero: un destino común. En fe creemos que todos son llamados a vivir con un Dios que es Amor, y en quien la vida y el amor están unidos eternamente. En la solidaridad, entendemos que nuestro propio destino está íntimamente moldeado por nuestra relación a los demás. El Señor nos preguntará: ¿Qué has hecho por los más necesitados de mis hermanos y hermanas? ¿Cómo has mantenido una conexión con ellos ¿Cómo los has protegido? ¿Cómo has defendido sus derechos?, y más importante, ¿cómo los has amado? ¿Cómo has promovido y alimentado sus vidas?

Segundo: la solidaridad está basada en la aceptación de una naturaleza común compartida por la humanidad entera. El corazón de esta naturaleza común es la verdad fundamental que todos los seres humanos son hechos a imagen y semejanza de un Dios generoso y amoroso. Hoy, muchos piensan en función de individuos, a veces agrupados, pero siempre como seres distintos y separados, relacionados sólo exteriormente. En contraste, la solidaridad acepta no sólo que compartimos una naturaleza común pero que esta naturaleza es capaz de conocer la verdad, incluso las realidades que no pueden ser cuantificadas: como por ejemplo, la justicia y la verdad, el amor y la paz. Estas realidades dan forma a los niveles más profundos de nuestra humanidad común. Dan dirección a todas nuestra relaciones personales.

Tercero: porque somos libres y compartimos un destino común y una naturaleza común, la solidaridad también significa que podemos entregarnos por el bien común de los demás. Esta vocación común presupone nuestra naturaleza común, edificada sobre la imagen y semejanza de Dios quien es generosidad pura, siempre dándose y ofreciéndose por nuestra salvación. Dios nos hace capaces de entregarnos y de sacrificarnos por el bien común. Una parte de este sacrificio de nosotros mismo es para la creación de una cultura digna de un pueblo hecho a imagen y semejanza de Dios.

El papa Juan Pablo II nos llama a utilizar nuestra fe y la virtud de la solidaridad para crear una cultura de vida. Cultura y vida son sistemas normativos que nos dicen cómo debemos actuar, qué pensar, qué hacer, qué creer. Cuando escuchamos esta expresión familiar "¡Todo el mundo lo hace, Mamá!", podemos decir que este "todo el mundo" es la cultura. Hoy, sentimos una tensión creciente entre nuestra fe y nuestra cultura, una tensión que llega hasta la intimidad de nuestro corazón. Esta tensión nunca va a ser totalmente erradicada. Pero la cultura no es simplemente una fuerza que nos moldea; es también una creación humana sobre la que nosotros podemos ejercer nuestra influencia. Podemos actuar para reducir la tensión utilizando nuestra visión de fe y solidaridad para crear y fortalecer instituciones culturales en armonía con estas virtudes.

En la cultura de los Estados Unidos la ley es portadora primaria de las normas. Quizás es el elemento particular que más crea la unidad estadounidense, a pesar de nuestra diversidad de creencias religiosas, antecedentes culturales, lenguajes y diferencias regionales. Desafortunadamente, el daño que la ley a hecho a nuestra cultura en los últimos treinta años parece ser muy difícil de deshacer. Pero la ley no es el único portador de nuestra cultura. Hay otros escenarios, otros campos de acción, que también crean cultura susceptibles a ser transformados por nuestra fe.

Podemos ver, por ejemplo, a las universidades que se identifican como portadoras de cultura. A veces, se muestran como una cultura enemiga... pero abierta , y deben ser incluidas en el debate según sus propios principios. Podemos considerar ciertos movimientos sociales. Podemos, quizás, considerar el arte, las obras de teatro, las pinturas, el cine, la música popular desde el punto de vista de su posibilidad para ser transformados por esta visión de seres humanos hechos a imagen de Dios que es vida y amor eternamente unidos. ¿Cómo podemos transformar estas áreas que son portadoras de cultura?

El papa Juan Pablo II también nos anima a mirar fuera de nuestras fronteras nacionales para ver como la Iglesia puede contribuir a las culturas regionales y globales –mediante el patronato de las artes, por medio de la educación y por movimientos sociales que unen a los pueblos más allá de las fronteras nacionales. Es nuestro deber como gente de fe encontrar los medios para transformar nuestra cultura en fe, para crear una cultura que esté más en armonía con los ideales de solidaridad y dignidad humanas.

La llamada a la conversión

Para transformar este mundo tenemos que aceptar la llamada de nuestro Señor a la conversión e invitar a otras personas a escuchar esta llamada. El Papa habla de evangelización, de la predicación del Evangelio de la Vida. ¿Qué quiere decir evangelizar a alguien en el Evangelio de la Vida? Quiere decir, primero, escuchar al Señor, empezando con el testimonio silencioso de una vida evangélica y un servicio cristiano. Quiere decir aceptar la necesidad de nuestra propia conversión, esforzándonos cada día por conformar nuestra voluntad con la voluntad generosa y amorosa del Señor. La evangelización auténtica reconoce que la vida y el amor no son nuestro regalo al mundo; son el regalo de Dios al mundo, y nosotros somos sus buenos siervos.

Hay una caricatura que algunos aceptan de un movimiento pro-vida amenazador que acusa y condena con gran alboroto. Debemos encontrar la fortaleza para expresar nuestro mensaje pro-vida de manera que respete la dignidad de todos las personas, de los que no saben qué pensar sobre las cuestiones de la vida y hasta de los que se oponen al Evangelio de la Vida. Evangelizar significa hablar en el foro público en un tono y actitud que sea compasivo y atento –juzgando los actos, pero muy lento en juzgar a las personas. Significa hablar con nuestros vecinos de manera que respetemos su dignidad humana y nunca de manera que haga que la gente quiera evitarnos. Significa hablar porque sabemos que el Espíritu Santo está siempre allí delante de nosotros, actuando en el mundo y en la vida de las personas a quien nosotros hablamos. Tenemos que escuchar al movimiento del Espíritu en el corazón de nuestras amistades. Buscamos oportunidades de proclamar el Evangelio de la Vida con respeto, en el momento y el sitio apropiado, precisamente porque tenemos un corazón que ama y discierne.

También tenemos que ayudarnos a aprender todo lo que podamos sobre estos asuntos, para estar bien preparados para responder a las preguntas que otros nos puedan hacer. Y tenemos que tener la valentía de expresar lo que hay en nuestro corazón, aunque no sepamos los detalles técnicos ni las últimas estadísticas, conscientes de que Dios nos ayudará a encontrar las palabras apropiadas.

Hay un gran obstáculo en nuestra sociedad que nos impide ser evangelizadores y de predicar el Evangelio de la Vida. En nuestra cultura, se considera que imponerse a los demás no son buenos modales, particularmente con respecto a tópicos motivados por la fe. Existe gran presión para mantener ciertos tópicos en privado, o dentro de las iglesias y escuelas parroquiales. Esta presión nos dice que debemos considerar con mucho cuidado los motivos para querer hablar, y entonces hablar siempre con una actitud amorosa hacia nuestros prójimo y respeto por el don divino de la vida. Entonces, aun en medio de la luchar por encontrar las palabras exactas, podemos confiar en que Dios nos ayudará a llegar al corazón de las personas.

Hay otro obstáculo a nuestra predicación del Evangelio de la vida. Es penoso, pero nuestra nación presenta ejemplos bien conocidos de católicos que intencionalmente han separado su fe de su acción en las esferas públicas. En su famoso discurso al la Asociación Ministerial de Houston en 1960, el entonces candidato presidencial John F. Kennedy anunció: "Creo en un presidente cuyas ideas religiosas son un asunto personal". Ya sea que lo dijera en serio o no, esa declaración transmitió la idea de que la fe es puramente un asunto privado. Esta "fe" privatizada ofrece un contraste grande al testimonio de los mártires modernos. Pienso especialmente en el Padre Bernard Lichtenberg, que murió de hambre y enfermedad cuando tenía 67 años, en una tren de ganado en camino desde su prisión en Berlín hasta el campo de concentración en Dachau. La razón por su encarcelamiento fue que usó el púlpito de la Catedral de Santa Eduvige en Berlín para orar públicamente por las víctimas de los nazis, particularmente, por los judíos. La fe del beato Bernardo penetraba todos los aspectos de su trabajo en el mundo y todas las fibras de su ser, público y privado, hasta pagar con su propia vida. ¡Imagínense un país en el que nuestros dirigentes políticos y otros estuvieran dispuestos a ser tan valientes!

Por el contrario, vemos frecuentemente que la actual idea de la fe como un asunto privado, junto a una noción exagerada de la privacidad misma, ha reducido continuamente la esfera en la que la fe puede operar legítimamente. La fe primero se excluye de la política, de la escuela y del trabajo, luego de la sala y de la recámara y finalmente hasta de poder influir en la conciencia de los creyentes sobre cualquier asunto moral, los cuales son todos "personales" y por tanto totalmente individuales por naturaleza. El resultado no es sólo una fe que tiene poco impacto en la vida contemporánea –ya sea pública o privada– pero también una sociedad moderna que es hostil hacia la fe. Cuando la fe no puede ser ni pública ni normativa, cuando no puede crear una cultura pública, nos quedan dos opciones: o se conforma la fe a las normas culturales del momento –el camino más fácil– o se tiene un enfrentamiento, que aunque a veces es necesario, no puede sostenerse indefinidamente.

Porque los católicos no pueden estar satisfechos con total conformidad ni con enfrentamientos constantes, la alternativa usual de los católicos es el diálogo. Tenemos que trabajar por encontrar el vocabulario que creará una cultura de la vida. En esta conversación con nuestra cultura tenemos que tratar de mostrar cómo –lejos de ser una amenaza a la libertad o la democracia– la fe y la solidaridad son actualmente la base más firme para una sociedad libre, porque ambas respetan la dignidad de cada ser humano sin excepción. Esa conversación es posible aquí, y debemos estar agradecidos por tener esa oportunidad.

Motivos para la esperanza

Hay razones para tener esperanza. Hemos sabido por años que los sentimientos de la mayoría de las personas se inclinan en pro de la vida y no lo contrario. Sabemos que el número de personas que se cuentan entre los pro-vida aumenta cada vez que podemos hablar desde el corazón; y cada vez que le damos la mano a una mujer en crisis, para que pueda proteger la vida que lleva en su ser; y cada vez que rezamos por la conversión de los que no están de acuerdo con nosotros. También sabemos que el debate sobre el aborto por nacimiento parcial ha puesto a la gente cara a cara con el verdadero horror del aborto. Aunque el Presidente Clinton haya prevenido temporalmente que triunfara el deseo del pueblo cuando vetó dos veces el proyecto de ley que prohibe el aborto por nacimiento parcial, la lucha en las relaciones públicas sobre el aborto por nacimiento parcial ha sido, de hecho, ganado por el movimiento pro-vida.

Lo que las encuestas y los periódicos no reflejan son los datos realmente importantes. Miles y miles de niños y jóvenes están vivos hoy y hacen lo que los demás niños hacen porque una persona pro-vida estuvo presente en el curso de un embarazo no planificado o "indeseado". Esa persona estuvo presente, física o espiritualmente en oración y solidaridad con la mujer que sentía la necesidad de escoger el aborto porque no tenía otra alternativa.

El Papa escribe en el Evangelio de la Vida que Dios está siempre listo a responder a nuestras oraciones pidiendo ayuda para ser virtuoso, o la fuerza que necesitamos para hacer la voluntad de Dios. Dios, decididamente quiere ayudarnos a realizar las tareas que él nos ha dado. Dios no espera que las hagamos solos, sino que nos da la solidaridad de muchos colegas y compañeros, una familia, para edificarnos y sostener nuestra resolución. Ni tampoco Dios requiere que ganemos todas las batallas en las que luchamos. Todo lo que se requiere, como nos dijo la Madre Teresa, es que seamos fieles. Eso es lo maravilloso de ser parte de la familia de Dios. Nuestros pensamientos funcionan en diferentes esferas del tiempo. Todos nuestros esfuerzos se usan para llevar la voluntad de Dios y Su amor a aquellas circunstancias que parecen estar más allá de nuestro alcance y donde no hay esperanza. Pero cuando somos fieles, Dios encuentra la manera de obrar a través de nosotros y de crear el mundo que él quiere.

En el curso de la historia Dios ha sido generoso en darnos personas santas para Su Iglesia y Su mundo, y Dios no será menos generoso en el próxima milenio. Todos debemos escuchar la voz de Dios que nos llama a ser gente de vida y amor, y así aspirar a estar entre los primeros santos del tercer milenio cristiano. Esto es lo que esta vocación es realmente. Ayudar a otros, salvar a los desamparados y santificarnos en la realización de esas tareas.

Hay una joven en Chicago cuya madre adolescente –hace doce años– estuvo bajo gran presión para tener un aborto. La comunidad pro-vida se enteró de la situación. Algunos trataron de intervenir directamente pero les dijeron que no era asunto suyo. Todo parecía perdido, y empezaron a rezar. Me contaron que decenas de gente empezaron a rezar constantemente, las 24 horas del día. En la 23ra semana del embarazo la joven fue a la clínica para abortar. Cuando la inyección que hubiera iniciado el aborto estaba a una pulgada del vientre, inexplicablemente se arrepintió. Le dijo al aborcionista que "No".

Unos meses después, una de las parejas que había rezado por la joven madre adoptó a la hermosa niña a quien le pusieron por nombre Mary Margaret, en honor de su madre de nacimiento. Cuando conocí a Mary Margaret hace unos meses, compartió conmigo una copia de su breve autobiografía:

Mi nombre es Mary Margaret y tengo doce años. Si no fuera por una joven valiente y fuerte, yo no tendría ningún año de vida. La adopción es lo que me salvó la vida. Cuando Dios unió a los padres que me engendraron, Dios quería que yo viviera y respirara en este mundo tan bello. La mayoría de las jóvenes embarazadas hubiera hecho lo que casi todas las madres adolescentes hacen. Ella hubiera tenido uno de esos "pequeños" procedimientos quirúrgicos, conocidos como abortos, para matarme. Si mi madre de nacimiento hubiera escuchado sus consejos yo no estuviera aquí hoy. Yo no sería la hermana mayor de tres hermanitos. No sería patinadora en hielo ni un estudiante en la lista de honor. Yo sería nada. Estoy convencida de que entregarme para ser adoptada fue la decisión más difícil de su vida, pero probablemente fue la mejor, también. Ella tiene que haber pensado mucho para hacer esa decisión, pero si uno mira los pros y los contras, para mí, ciertamente, la adopción fue la mejor opción.

Relatos como el de Mary Margaret no serían posibles sin gente pro-vida, gente que vive en solidaridad con el Dios de la vida y del amor. Tenemos muchas razones para entrar a este nuevo milenio con grandes esperanzas.

El cardenal George es el Arzobispo de Chicago y asesor al Comité de Actividades Pro-Vida de los Obispos católicos.