Por Su Eminencia, Cardenal John J. O'Connor
Dorothy Day, en su libro The Long Loneliness [La Larga Soledad], dice: "todos conocemos la larga soledad. He aprendido que la única solución para ella es el amor, y que el amor se logra mediante la comunidad".
Nosotros, en la comunidad pro-vida, sabemos que el nuestro es un trabajo solitario. Es la misma soledad que la del corredor de distancias largas. Somos una comunidad unida por el amor hacia la vida, y por el amor de unos hacia otros. Pero aun nosotros podemos ser tentados por el demonio del desaliento.
Cuando se hizo público el horror de los abortos por nacimiento parcial, pensamos que seguramente eso afectaría a los legisladores. Seguramente sería el inicio del fin de esa barbarie. Cinco años más tarde, todavía siguen ocurriendo. Miramos hacia las esferas más altas del Gobierno, y con incredulidad observamos cómo el Presidente de los Estados Unidos rechazó en dos ocasiones la voluntad del Congreso de detener dicha clase de aborto. De modo que el desaliento es una tentación fácil.
En la obra Crimen y Castigo, de Dostoyevsky, Raskolnikov, quien asesinó a la mujer para robarle sus joyas, explica que existen dos categorías de personas: las que son ordinarias, y las que son extraordinarias. Las personas ordinarias, dice, deben vivir en sumisión, no tienen derecho a transgredir las leyes, porque, claro está, son ordinarias. Las personas extraordinarias, por su parte, tienen el derecho a transgredir cuanto quieran las leyes, sencillamente porque son extraordinarias. Sobre la mujer que mató, dice:
Docenas de familias podrán ser salvadas de la indigencia, de la ruina, del vicio, y todo con su dinero. ¡Mátenla! Tomen su dinero, y con él, dedíquense al servicio de la humanidad y el bien de todos.... Además, ¿qué valor tiene la vida de esa vieja enfermiza, estúpida y malhumorada, en el balance de la existencia?
Lo que dice Dostoyevsky no es nuevo. Michael Tooley, profesor de filosofía de la Universidad de Colorado, opina que los padres deberían tener un tiempo, por ejemplo una semana después del nacimiento de un bebé, durante el cual se permita el infanticidio. Algunos teóricos a favor del aborto consideran que los recién nacidos no son personas, y que no deberían tener los mismos derechos que los seres humanos más desarrollados.
¿Quiénes piensan así? James D. Watson y Francis H. Crick, co-descubridores de la doble hélice del DNA. Dice el Dr. Watson: "Si los niños no fueran declarados vivos hasta tres días después de su nacimiento, los padres tendrían la elección que sólo unos pocos tienen bajo el actual sistema. El médico permitiría que el niño muriera si así lo decidieran sus padres, y le economizarían muchísimo sufrimiento y miseria." El doctor Crick opina un poco distinto, pero igual de escalofriante: "Ningún recién nacido debe ser considerado humano hasta que haya pasado ciertas pruebas acerca de su dotación genética, y si no pasa esas pruebas, pierde el derecho a vivir."
Los promotores del aborto se preocupan muy poco por si aquellos que aún no han nacido, o han nacido parcialmente, son o no seres humanos. Pero su argumento de "libre elección" es realmente mucho más profundo y a años luz de distancia de lo que ellos pueden imaginarse. Pues, ¿qué quiere decir realmente el argumento de "libre elección"? Para llegar a la raíz del mal, debemos leer el libro del Génesis y la historia de Adán y Eva, sobre cómo Dios les dijo que podrían comer de todas las frutas de los árboles, excepto de uno, del árbol del conocimiento del bien y el mal. La serpiente les explica que Dios no quiere que ellos coman de ese árbol, pues los haría igual a Dios, serían capaces de discernir por sí mismos qué es bueno y qué es malo. Para Adán y Eva no fue suficiente haber sido hechos a imagen y semejanza de Dios, ni ser hijos suyos. Querían ser como Dios, para decidir por sí mismos qué era bueno, y qué no.
Hoy en día, de la misma manera, muchos deciden: "para mí, el aborto es correcto. Tengo mis prioridades. Tengo mis necesidades. Yo decidiré por mí mismo qué es bueno, qué es malo, qué está bien y qué no." Y sin embargo sabemos que Dios es el único que puede juzgar la moral. ¡Reclamar el derecho de matar a un inocente, es pretender ser Dios! Excepto, claro está, que Dios nunca mataría a un inocente. Eso contradice la propia ley de Dios.
La Libertad y la Verdad están vinculadas
El Papa Juan Pablo II, en su encíclica El Evangelio de la Vida (Evangelium vitae), dice que "la libertad reniega de sí misma, se autodestruye y se dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo constitutivo con la verdad. ... fundamento de la vida personal y social." (EV, 19). Este es el caso que ocurre cuando se toman decisiones basadas no en la verdad, sino en la propia opinión, que es subjetiva y cambiante, o en el interés egoísta. "Yo decidiré lo que es bueno para mí. Yo decidiré lo que es malo." Esta visión de la libertad, dice el Santo Padre, lleva a una grave distorsión de la vida en la sociedad. Si la promoción del individuo es entendida en términos de absoluta autonomía, las personas inevitablemente llegarán al punto de rechazarse unos a otros. El otro será considerado un enemigo del cual hay que defenderse. Y la sociedad se convertirá en una masa de individuos viviendo unos al lado de otros pero sin ningún lazo que los una. Cada cual se afirma independientemente del otro, y, de hecho, trata de que sea su interés el que prevalezca.
Lo anterior lo podemos observar en la política y en el gobierno, donde hoy día se cuestiona o se niega el inalienable derecho a la vida, basándose en el voto parlamentario o en la voluntad de una parte del pueblo. Votamos sobre lo que está bien o mal. Y dice el Papa Juan Pablo II sobre esto: "Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, y reconocerlo legalmente, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás. Pero ésta es la muerte de la verdadera libertad" (EV, 20).
Lo que nosotros, los supuestos dioses, estamos haciendo, es cambiando nuestras leyes para que se ajusten a nuestra concepción del bien y del mal. Y una ley inmoral lleva a otra. Así, Derek Humphry, de la Hemlock Society, podría decir que Roe v. Wade abrió la puerta a la eutanasia –que la declaración de Roe: "el que una mujer tenga el derecho de controlar lo que le suceda a su cuerpo", se aplica en principio al tema sobre el derecho a morir, dice. "Es abrir la puerta de la libertad." Esto es lo que podemos hacer con las leyes en nuestra sociedad.
Hoy en día, ya la Iglesia no es más la gran maestra. Ni lo son las escuelas, ni siquiera las familias ni los padres. Es la ley. En nuestra sociedad, la ley civil se ha convertido en la gran maestra.
La ley es la que dice que está bien matar niños. O que está bien matar a aquellos que están débiles o agonizando. Y a veces la ley dice que el Gobierno correrá con esos costos. ¿Cuántos niños están siendo criados hoy de acuerdo a esos valores morales? ¿Cuántos más lo serán antes de que sean cambiados?
¿Cómo estamos enfrentando esto? Claro, estamos trabajando para cambiar las leyes. Hacemos lo mejor que podemos para educar apropiadamente. Hacemos marchas pacíficas. Escribimos cartas, damos charlas. Y todas estas actividades son muy, muy valiosas.
Hace dieciséis años dije públicamente que cualquier mujer que estuviese embarazada, y en gran necesidad, podía venir a la Iglesia en Nueva York, y le daríamos todo lo que necesitara. Y yo sé que hay gente buena hoy en todas las diócesis que brinda ese servicio vital. Las Hermanas de la Vida, que fundé en 1991, cuidan de mujeres embarazadas, y ayudan a aquellas que han tenido abortos a recoger los pedazos de sus vidas destrozadas. Enseñan sobre lo sagrado de cada vida humana. Pero hacen más todavía. Y es precisamente la razón por la cual las creé. Ellas oran.
Lo que está sucediendo en nuestro país referente a la destrucción de vidas humanas inocentes es algo diabólico, algo que solamente podrá ser vencido con la oración y el ayuno, apoyado en y dentro del contexto de los esfuerzos pro-vida en toda la nación. Es por esto que fundé las Hermanas de la Vida. Ellas oran, ayunan y hacen penitencia; pasan cerca de la mitad de cada día en oración y contemplación, y la otra mitad en labores apostólicas.
Gratitud y gozo
¿Qué necesitamos para construir una nueva cultura de la vida humana? Gratitud y gozo. Somos "el pueblo adquirido por Dios para anunciar sus alabanzas" (EV, 79). "Pueblo de la vida y para la vida" (Ibid., 78).
Cada Hermana de la Vida tiene en su habitación un pequeño letrero que dice: " Sin gozo no puede haber una Hermana de la Vida". La vida debe significar gozo, gozo en Dios que nos sacó de la oscuridad a su luz maravillosa. Pueblo de la vida, para la vida. "Gratitud y gozo", dice nuestro Santo Padre, " y la incomparable dignidad del hombre nos impela a compartir este mensaje con todos".
De eso se trata el movimiento pro-vida. No somos simples anti-aborcionistas, como muchas veces nos señalan. Somos pro-vida, a favor del misterio de la vida, a favor de la maravilla de la vida, a favor del gozo de la vida. Y nos sentimos impelidos a compartir este mensaje con todos. Necesitamos llevar el Evangelio de la Vida a los corazones de cada hombre y mujer, y hacer que penetre en cada rincón de la sociedad. Esto significa ante todo, proclamar la esencia de este Evangelio, que no es más que la proclamación de un Dios vivo, que está a nuestro lado y que nos llama a una profunda comunión con él, y que despierta en nosotros la esperanza cierta de la vida eterna. Es la presentación de la vida humana, como un regalo de Dios, el fruto y signo de su amor; es la proclamación de que Jesús tiene una relación única con cada persona, lo que nos permite descubrir en cada rostro, el rostro de Cristo.
Me parece que el instrumento que el diablo utilizó para engañar a Adán y Eva, fue cegarlos para que no se dieran cuenta de la gloria de ser humanos. En su codicia de poder, perdieron la visión de su propia santidad como seres humanos. Pues ya tenían voluntad para elegir entre el bien y el mal, pero querían ser la autoridad máxima para decidir qué era bueno y qué no, de modo que nadie pudiese decirles qué debían hacer y qué no.
¿Y no es precisamente eso con lo que estamos lidiando en esta cultura de la muerte? ¿no es que todos se han constituido dioses? El Gobierno se ha constituido en Dios; asimismo los legisladores, jueces y todo tipo de organizaciones. Entonces, ¿cómo podemos construir una cultura de la vida a partir de esta cultura de la muerte? ¿Combatiendo fuego con fuego? ¿Siendo más listos que los traficantes de muerte? ¿ Más articulados, mejores publicistas, mejores fabricantes de consignas? Todo esto puede ser de mucha ayuda, pero, ¿somos acaso mejores que los apóstoles?
En su carta a los Corintios, San Pablo dice: "Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo....no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre ustedes cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Yo estuve entre ustedes con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que su fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios." (1 Cor 1:17, 2:1-5).
Tal vez la táctica más inteligente de los movimientos anti-vida haya sido insistir en que el tema no tiene nada que ver con la religión, ni con Dios. Y muchos de nosotros, con la mejor intención, hemos estado de acuerdo. No nos gusta que nos etiqueten, ni que nos ridiculicen. Así que ideamos formas de no tener que decir en lo que creemos –que Dios es vida y que toda vida proviene de él, y que una cultura de la muerte es sencillamente una cultura sin Dios, que es la Vida.
Debemos cambiar esto. Una vez el Rev. Martin Luther King dijo: " Si yo profeso con la voz más alta y con la más brillante exposición cada porción de la verdad de Dios, excepto precisamente esa pequeña parte que el mundo y el diablo están atacando, no estoy confesando a Cristo, aun cuando lo esté proclamando con valentía. Es en el furor de la batalla, cuando se prueba la lealtad del soldado."
Tal vez ustedes conozcan el escrito maravilloso de Myles Connolly llamado Mr. Blue (El Señor Blue). El Señor Blue es un personaje extraordinario, un verdadero místico del mundo. Está parado en un parapeto, elevado por encima de la tierra, y dice:
Creo que mi corazón dejaría toda esta inmensidad, si no supiera que Dios mismo un día se paró ante ella, joven, tan pequeño como yo.... Cuando Dios se hizo Hombre, nos convirtió a ti, a mí y a los demás, en personas muy importantes. No solamente nos redimió, él nos salvó del terrible peso de lo infinito.... Sin Cristo, apenas seríamos más que bacteria respirando en una roca en el espacio, o un vislumbre de ideas en un remolino vacío de abstracciones. Por él, puedo pararme aquí, bajo esta fría inmensidad, y saber que mis pulsaciones infinitesimales, mis actos y pensamientos son más importantes que toda esta visión del universo. Sólo por él yo podría ser aplastado bajo el peso de todos estos mundos.... Pero mirad, mirad, Dios sollozó y rió, y cenó y tomó vino, y sufrió y murió, como tú y como yo.... Y a aquellos para los que soy un microcosmos en la maraña sin sentido de la evolución sin fin, les digo que no soy un microcosmos, yo también soy un hijo de Dios.
¿Sería muy chocante decir que en cada bebé que se mata, cada persona frágil y vulnerable, es a Cristo mismo que se mata? Elie Weisel, en su libro Night (Noche), nos cuenta sobre las últimas horas de su padre antes de morir en un campo de concentración nazi. A Elie, apenas un muchacho, le aconsejaron no desperdiciar sopa y pan en su padre moribundo, sino que las tomara para él. Por un fugaz instante, Elie estuvo de acuerdo en su corazón, aunque no se atrevió a admitirlo. Nos lo cuenta así:
Sólo por una fracción de segundo me sentí culpable. Corrí a buscar sopa para mi padre, pero él no la quiso. Sólo quería agua. Le traje agua... yo dormía en la litera superior... no lo dejaría solo. Alrededor ahora había silencio, solamente interrumpido por quejidos. Frente al bloque los de la SS estaban dando órdenes. Un oficial pasó frente a las camas. Mi padre me suplicó: "hijo mío, dame agua, me estoy quemando, mi estómago." "¡Silencio ahí!" gritó el oficial. Y se acercó a mi padre y le gritó que se callara. Pero mi padre no lo escuchó y siguió llamándome. El oficial le asestó un violento golpe en la cabeza. Yo no me moví. Tenía miedo. Mi cuerpo tenía miedo de recibir también un golpe. Ahora mi padre hizo un sonido de estertor, y era mi nombre que estaba tratando de pronunciar. Podía ver que aún respiraba, pero con espasmos. No me moví. Cuando me acosté, luego del pase de lista, pude ver sus labios temblorosos, murmurando algo. Inclinado sobre él, pasé más de una hora observándolo. Grabando en mi mente su rostro ensangrentado, su cráneo lacerado. Pero tuve que irme a mi cama. Trepé a mi litera, arriba de la de mi padre, que aún estaba vivo. Era el 28 de enero de 1945. Me desperté al amanecer del 29. En el lugar de mi padre había otro inválido. Debieron de llevárselo antes del amanecer, y puesto en el crematorio. Tal vez aún respiraba. No hubo oraciones en su tumba, ni se encendieron velas en su memoria. Su última palabra fue mi nombre. Un llamado al cual no pude responder.
He llegado a conocer muy bien al profesor Elie Weisel. Lo suficiente como para preguntarle, después que ganó el Premio Nobel: "Usted ha pasado su vida entera denunciando el Holocausto. ¿Es acaso el hecho de que su padre lo llamara cuando estaba agonizando, y usted fallara en responderle, lo que lo impulsa a esto?" Y él me contestó: "Sí."
Ojalá que nunca fallemos en responder al llamado –el llamado de los débiles, suplicando por la vida.
Su Eminencia, el Cardenal John J. O'Connor fue el querido arzobispo de Nueva York hasta su muerte en mayo del 2000, y pasado director del Comité de Actividades Pro-vida, del National Conference of Catholic Bishops.