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Catechetical Sunday, Prayer: The Faith PrayedJesús nos enseña a rezar el Padre Nuestro

por Dennis Johnson


Todavía tengo la pequeña cruz que la señora Patterson (mi catequista parroquial) me dio hace unos cuarenta años por haber recitado exitosamente el Padre Nuestro como parte de mi preparación para la primera comunión. Junto con esta, mis compañeros y yo también recibimos una pequeña tarjeta con la famosa cita de Tertuliano que identificaba el Padre Nuestro como "el resumen verdadero del Evangelio" (Tertullian, De oratione 1: PL 1,1155). La señora Patterson explicó que los regalos eran para que siempre recordemos que la oración del Señor, si bien va dirigida al Padre, fue dada a nosotros por Cristo como una forma de estar cerca a Dios y al prójimo. Nunca he olvidado esta lección o las imágenes de estos recuerdos de mi infancia que todavía inundan mi corazón cada vez que recito el Padre Nuestro.

Al igual que yo, muchos católicos aprendieron el Padre Nuestro cuando eran niños. De hecho, esta oración probablemente fue una de las primeras recitaciones formales que hemos memorizado, y que poquito a poco se convirtió en algo clave en nuestro "depósito diario" de oraciones, especialmente cuando el pozo espiritual se seca o cuando las palabras o la espontaneidad se nos escapan. Por varias razones importantes, el Padre Nuestro ofrece una perfecta rogativa de uso múltiple. En primer lugar, el texto tiene su origen en la propia enseñanza de Jesús a sus apóstoles —los que a su vez la compartieron— y que se ha transmitido como parte de nuestro patrimonio eclesial desde entonces. El Padre Nuestro atraviesa tanto la oración formal de la liturgia (por ejemplo, la Misa, la Liturgia de las Horas, los sacramentos, etc.), como también la oración personal de prácticamente cada católico. Independientemente del lugar, tiempo, cultura, lengua, o generación, el Padre Nuestro es esencialmente una pieza clave de la espiritualidad cristiana. Es, en efecto, nuestra primera oración común y se atesora universalmente entre los que siguen a Jesucristo.

El obispo africano del siglo III san Cipriano de Cartago describe el Padre Nuestro como "nuestra oración más espiritual" (San Cipriano, Sobre la oración del Señor, trad. T. Herbert Bindley [Londres, 1914], 26). San Agustín de Hipona expandió esta idea cuando sugería que, cuando oramos de manera correcta y adecuada, "nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración [del Señor]" (Carta de san Agustín a Proba, Ep. 130, 9, 18-10, 20; CSEL 44, 60-63). La mística española santa Teresa de Ávila describe la composición del Padre Nuestro como tan completa que "en tan pocas palabras está toda la contemplación y perfección encerrada, que parece no hemos menester otro libro sino estudiar en éste. Porque hasta aquí nos ha enseñado el Señor todo el modo de oración y de alta contemplación, desde los principiantes a la oración mental y de quietud y unión" (Santa Teresa de Ávila, Camino de perfección, trans. y ed. E. Allison Peers [edición crítica del P. Silverio de Santa Teresa, C.D., de dominio público], Ch 37, #1). Y, en nuestra era moderna, a la beata Madre Teresa de Calcuta se le ha atribuido recordarnos que "todas las formas de la oración del Señor, por supuesto, tienen el mismo significado. Es la oración que une a los cristianos alrededor del mundo y centra sus corazones en su amoroso Padre celestial cuyo reino se basa en el perdón de los pecados, la provisión del pan y la liberación del mal [versión del traductor]" (A Life for God, ed. LaVonne Neff [Publicaciones Siervo, 1995], cita anónima).

El Padre Nuestro enfatiza ciertos fundamentos del discipulado que son de vital importancia para nosotros como católicos, especialmente para los que participamos en la pastoral catequética. Estos elementos: la relación, el destino, la intimidad, el enfoque en los demás, la voluntad divina, la alimentación y el entrelace estrecho de la misericordia, la reconciliación, la justicia y la paz subrayan prioridades específicas de evangelización que son particularmente relevantes para esta época histórica, especialmente mientras caminamos para llevar a cabo el Año Extraordinario de la Misericordia. Cada elemento es digno de nuestra consideración a la luz del texto del Padre Nuestro.

Los evangelios de Lucas y Mateo ofrecen versiones del Padre Nuestro. "San Lucas da de ella un texto breve (con cinco peticiones), San Mateo nos transmite una versión más desarrollada (con siete peticiones). La tradición litúrgica de la Iglesia ha conservado el texto de San Mateo" (Catecismo de la Iglesia Católica, segunda edición [Washington, DC: Libreria Editrice Vaticana-United States Conference of Catholic Bishops, 2001], no. 2759):

Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan cotidiano; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal (Mt 6:9-13, Nueva Biblia de Jerusalén [NBJ]).


EL PADRE NUESTRO PERSONIFICA UNA RELACIÓN ÍNTIMA QUE TIENE UN DESTINO

No hay nada más importante en la Iglesia de hoy que formar relaciones. La tarea de conectar a la gente con Dios, el uno con el otro y con la vida eclesial es más importante que nunca. Fue el momento definido en que Jesús enseñó que nuestra oración debe comenzar con las palabras: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre" (Mt 6:9 [NBJ]) lo que solidificó la relación íntima del cristianismo con Dios. Rogamos al Padre; oramos en solidaridad con el Hijo, quien es Dios hecho carne (ser humano igual que nosotros en todo menos en el pecado), y esta conexión que tenemos con lo divino es íntima, personal y comunitaria. Además, reconocemos que el Padre está en el cielo: un reino que buscamos y que reconocemos, pero que todavía sigue estando más allá de nosotros en su plenitud. Somos, pues, un pueblo con un destino. Consecuentemente, el saludo del Padre Nuestro nos recuerda que ¡Dios es Dios y nosotros no! Y, por eso, el nombre de Dios es santo y sagrado. Pedí a mi hija (una cuasi teóloga) de once años un resumen de lo que esto significaba, y ella me respondió: "Esto significa que somos la familia de Dios en jornada hacia el cielo". En sí, su perspectiva nos ofrece una razón suficiente para requerir que los niños memoricen el Padre Nuestro. Porque sobre todo, "la catequesis enseña al cristiano cómo orar con Cristo" (Directorio Nacional para la Catequesis [DNC] [Washington, DC: United States Conference of Catholic Bishops, 2005], 68).

EL PADRE NUESTRO NOS LLAMA A ESTAR ENFOCADOS EN LOS DEMÁS Y A ACOGER LA VOLUNTAD DE DIOS

Jesús enfatiza la postura y la mirada del cristiano en el mundo. Nosotros como discípulos de Jesús debemos enfocarnos hacia al exterior: hacia Dios y los demás. El Señor nos sugiere que pidamos "venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo" (Mt 6:10 [NBJ]). Este desafío es particularmente difícil para el catequista que está dotado con la vocación especial de ser eco del Evangelio con su propia vida. Este testimonio diario emula el reinado de Dios en la tierra. Esencialmente, nosotros [los catequistas] nos convertimos en la oración del Padre Nuestro a través de la manera en que vivimos y actuamos como testigos de fe en Cristo y en el Reino de Dios. El papa Francisco hace hincapié en este punto con sus escritos: "Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: 'El amor de Cristo nos apremia' (2 Co 5,14); ¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!' (1 Co 9,16)" (Exhortación apostólica Evangelii Gaudium [EG] [Libreria Editrice Vaticana, 2013], no. 9).

EL PADRE NUESTRO NOS INVITA A SER ALIMENTADOS HOY

Un alimento para el cuerpo y para el alma, pan para los hambrientos y alimentos para el mundo, son la culminación sencilla del adagio de Jesús: "Danos hoy nuestro pan cotidiano" (Mt 6:11 [NBJ]); y no se necesita decir nada más. Sabemos de los desafíos que enfrenta nuestra familia global. El hambre y la hambruna toman muchas formas; todas ellas sirven para destruir a la humanidad de una manera u otra. La solución de Jesús es simple: vuelve a Dios y confía en él. Busca sólo enfrentar tus necesidades diarias. Evita la tendencia a ser egoísta o aprovechar lo que pertenece a otros para su mero sustento. Jesús trae las implicaciones sociales del Evangelio a nuestra vida espiritual de oración al incluir elementos de justicia social en el Padre Nuestro. El horizonte nuestro tiene que ser comunitario cuando miramos al cielo y a la tierra porque nosotros somos cristianos.

EL PADRE NUESTRO NOS INVITA A SER JUSTOS

La sección final de la Oración del Señor es quizás la más difícil, al menos para mí. Jesús nos llama a hacer realidad nuestro compromiso. Nuestra oración debe transformarse para ser nuestra propia vida. La lex orandi (ley de la oración) en verdad se convierte en la lex credendi (ley de la creencia) cuando Jesús nos recuerda que debemos actuar con rectitud: "y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal" (Mt 6:12-13 [NBJ]). Las palabras del Señor resuenan con los principios fundamentales del Año Extraordinario de la Misericordia que ha estado perfilando la renovación de la agenda pastoral en la Iglesia durante estos últimos meses. El punto es simplemente que debemos enfocarnos en los seres humanos porque el modo en que nos relacionamos con los demás y el modo en que nos relacionamos con Dios son parte de la misma realidad. Cristo une la humanidad y la divinidad en su persona; él nos salva a través de su misterio pascual. El Padre Nuestro proporciona un momento de jubileo que enciende el reino de Dios en nuestros corazones, y es esta perfección del Reino de Dios lo que nos llama a vivir con rectitud —especialmente como catequistas— sin importar que uno sea profesional, novicio, padre o ministro.

Sabemos que la misión de la Iglesia es la evangelización. Esta contemplación del Padre Nuestro enfatiza su lugar como modelo para la formación de discípulos a través de los siglos. Aquellos que buscan ayudar a otros a conocer a Dios y a encontrar la vida en Jesucristo deben seguir utilizándolo igual que la Iglesia ha hecho desde que Cristo nos lo enseñó. La evangelización nos permite participar profundamente en la vida de los demás. Es una pastoral de compasión que nos llama a la justicia de Dios, de igual manera como hace el Padre Nuestro. Que nuestro año catequético proporcione una fuente de compasión que engendre la misericordia, que engendre el perdón, que engendre la justicia, que engendre la paz, que engendre el amor, que es Dios.




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