Entrenamiento para Catequistas - Hilgartner

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El sacramento de la Penitencia y la Reconciliación: El perdón en cuatro sencillos pasos

por Mons. Richard B. Hilgartner
Director ejecutivo del Secretariado de Culto Divino de la USCCB

En toda relación llega un momento en que algo va mal y una persona o un grupo hiere u ofende al otro y la relación se daña. Ya se trate de una relación personal entre familiares o amigos, o una relación más estructurada entre un individuo y un grupo u organización, se requiere algún proceso de curación o reparación para restaurar la relación. A veces se necesita apenas una disculpa —"Lo siento"—, pero en algunos casos se requiere un acto o gesto más significativo para demostrar buena voluntad o intento de compensar la acción dañina.

El Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación (como se le llama en el Catecismo de la Iglesia Católica) es uno de los medios por los que nuestra relación con Jesucristo y la Iglesia es curada, restaurada y en última instancia fortalecida. El sacramento es conocido por varios nombres: el libro litúrgico que contiene el ritual se llama Ritual de la Penitencia, pero se lo conoce comúnmente como "Confesión", "Penitencia" o "Reconciliación". Esos nombres diferentes centran la atención en los diversos elementos del sacramento: confesar el pecado, hacer penitencia, reconciliar al pecador. Algunos de esos elementos requieren el trabajo y esfuerzo del penitente (el que se confesa), pero el acto principal de perdonar y reconciliar pertenece solamente a Dios. Hay cuatro acciones principales en la celebración del Sacramento de la Reconciliación, todas los cuales contribuyen de alguna manera a la curación que se produce: confesión del pecado, expresión de contrición o pesar por el pecado, hacer penitencia ("satisfacción") que expresa el deseo de evitar el pecado, y absolución del pecado. Esencialmente hay dos "movimientos" en el Sacramento: nuestro movimiento hacia Dios, y el de Dios hacia nosotros.

El encuentro de Jesús con Zaqueo (véase Lc 19:1-10) demuestra el doble movimiento en obra en el Sacramento de la Reconciliación. Se necesita la voluntad de ambas partes para reconciliar con el fin de lograr la curación, y cuando se celebra el Sacramento de la Reconciliación, el pecador hace un movimiento hacia Jesucristo, y el Señor mismo hace un movimiento para acoger, abrazar y perdonar al pecador. Zaqueo sabía quién era: "jefe de publicanos y rico". Los publicanos hacían su dinero tomando su parte de los impuestos que cobraban, así que eran particularmente despreciados porque su trabajo era motivado a menudo por el beneficio personal. Zaqueo debe de haber sido bueno en lo que hacía, porque san Lucas nos dice que era un hombre rico. Zaqueo se subió al árbol, pues, como nos dice san Lucas, quería "ver a Jesús". Al hacer eso, sabía que también Jesús lo vería, y de esa manera da un paso adelante. Jesús entonces entra en la vida de Zaqueo, y el proceso de curación y conversión se manifiesta en la intención de Zaqueo de hacer restitución. Para ser claros, Zaqueo no inicia necesariamente el proceso, pero su movimiento es en sí mismo una respuesta a alguna indicación de la invitación y gracia de Dios.

Para comprender el obrar del perdón, también hay que comprender la obra del pecado. San Agustín describe el pecado como "una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna". (Contra Faustum manichaeum,PL 42, 428; véase también CIC no. 1849.) El pecado ofende a Dios y daña las relaciones con los demás. El pecado es la elección de hacer el mal o evitar el bien. Colaboramos activamente en el acto de pecar (porque es una decisión consciente), y así debemos participar activamente en el proceso de ser perdonados del pecado.

Cuando se habla de la reconciliación, en referencia tanto a la concepción teológica como a la práctica sacramental católica, hay que partir de la primacía de la obra de Dios y el libre don que fluye de su amor por su pueblo. Es Dios el que perdona, y es Jesús el que encarna ese perdón en su ministerio y predicación, y en su pasión, muerte y resurrección. De él fluye el don del perdón para los que creen. Este "primer" acto de reconciliación se denomina justificación. El perdón humano (es decir, tal como nosotros nos perdonamos unos a otros) es la respuesta a lo que ya se ha realizado en Cristo.

La justificación es la amplia actividad de redención y perdón en que funciona la acción específica del Sacramento de la Reconciliación. Los Praenotanda del Ritual de la Penitencia establecen el contexto del perdón sacramental dentro de un marco más amplio: en primer lugar está Cristo como reconciliador y en segundo lugar está la Iglesia como un "lugar de reconciliación" (Ritual de la Penitencia, nos. 3–5; véase también Kenan Osborne, Reconciliation and Justification: The Sacrament and its Theology[Reconciliación y justificación: El sacramento y su teología], 1990). Si el obrar del Sacramento de la Reconciliación se comprende de forma incorrecta, podría conducir a una falsa sensación de "controlar" la gracia del perdón en la vida de uno simplemente al confesar y recibir la absolución, o de ganar la gracia del perdón por actos de satisfacción. El Ritual de la Penitencia enfatiza que la justificación es la acción de Dios en Cristo Jesús. El sacramento es un lugar donde esa justificación se hace manifiesta al creyente de una manera particular.

Sólo dentro de este contexto apropiado de la primacía de la obra de Dios en Jesucristo es entonces posible ver el modo en que el Ritual de la Penitencia describe los cuatro pasos —y nuestro trabajo— en el "proceso del perdón": confesión, contrición, satisfacción y absolución. La celebración del Sacramento, en circunstancias normales, es el "Ritual de reconciliación de penitentes individuales", también conocido como "confesión privada", en que el pecador individual se reúne con un sacerdote que está ante el rostro de Jesucristo que ofrece misericordia y perdón. En esta forma la "obra" del pecador (los tres primeros actos) y la "obra" de Dios en Jesucristo (a través de la absolución del sacerdote) están claras, pues las diversas partes fluyen directamente de una a otra (cabe señalar que los mismos elementos están presentes en las llamadas "celebraciones comunales" —que se encuentran en los capítulos II y III del Ritual de la Penitencia—, pero este artículo limita su alcance a la celebración individual del sacramento). Además de los elementos esenciales, la celebración del ritual también incluye una bienvenida y saludo, la lectura de la Palabra de Dios y la proclamación de alabanza a Dios.

La confesión implica admitir y nombrar el pecado cometido. Es en este acto que el penitente nombra sus pecados, reconociendo el juicio de Dios sobre sus acciones. Para algunos, especialmente los que están celebrando el Sacramento por primera vez o después de largo tiempo, esto puede parecer embarazoso, pues es difícil admitir las propias faltas. Sin embargo, el Catecismo de la Iglesia Católica señala que incluso en un nivel estrictamente humano, confesar los pecados puede ser una experiencia liberadora (CIC, no. 1455) como un medio de aligerarse de esas cargas. En general, existe la expectativa de que la confesión del pecado sea integral y exhaustiva, y el sacerdote puede ayudar a guiar al penitente a través de tal proceso, y puede ofrecer consejo sobre el proceso de conversión del pecado.

La contrición es la expresión de dolor por el pecado. El simple hecho de acercarse al Sacramento de la Reconciliación puede en cierto sentido ser una expresión de contrición. La contrición "aparece en primer lugar" en la obra del Sacramento (véase CIC, no. 1451), pero la expresión del "acto de contrición" por lo general sigue después de la confesión del pecado. El Concilio de Trento definió la contrición como"un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar" (Concilio de Trento, Sesión XIV, De Sacramento Paenitentiae, Capítulo 3: Denz. 1673-1675). El pecador expresa el deseo de una relación correcta con Dios, lo cual implica hacer la voluntad de Dios. La contrición se produce mediante la comprensión de la naturaleza de la relación de uno con Dios como una invitación y un llamado al discipulado, y la conciencia de las maneras en que uno no ha vivido a la altura de ese llamado. El pecador que desea el perdón de Dios busca al Señor porque reconoce que superar el pecado y resistir la tentación no vienen de las propias capacidades sino con la ayuda de Dios.

La satisfacción por el pecado es la manera en que el pecador muestra su "firme propósito de enmienda", lo cual significa que el pecador demuestra con la acción la intención de curar el daño causado por el pecado. Cuando alguien daña a otro, el proceso de reconciliación en esa relación implica hacer restitución, y ese gesto en sí mismo es un remedio curativo. En la celebración del Sacramento, se ofrece al penitente un acto sugerido de penitencia como un medio de hacer satisfacción. A veces, la penitencia que se sugiere es un gesto concreto para reparar un pecado en particular, pero en otras ocasiones la penitencia puede ser algo más amplio, como un acto particular de caridad. Incluso puede ofrecerse una penitencia que implique oración o devoción, porque esa oración ayuda al pecador a reorientar su vida a la presencia de Jesucristo y su amor por el pecador que brota de su Cruz. Una vida cristiana integrada es aquella en que las acciones se derivan de la oración. La expresión de contrición del pecador y su demostración de firme propósito de enmienda manifiestan juntos esa integración en su vida.

La absolución del pecado es ofrecida por el sacerdote que actúa in persona Christi, "en la persona de Cristo". El verdadero poder del Sacramento es este momento encarnacional en que el poder curador de Cristo en su perdón recibe un rostro real y una voz real en la persona del sacerdote. Uno puede orar a Dios para pedir perdón en cualquier momento, y todos están invitados a hacerlo como una forma de buscar y encontrar perdón por las faltas cotidianas menores, es decir, los pecados veniales, pero sólo en la celebración sacramental se ofrece el don del perdón en una forma tan concreta. La oración de absolución del sacerdote dice, "Dios… te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Esto pone en claro la oración por los dones de Dios ("del perdón y la paz"), pero la declaración "yo te absuelvo" es mucho más poderosa que una invocación o petición de perdón. El poder de ofrecer absolución se origina cuando Jesús da a los apóstoles la autoridad para perdonar (véanse Mateo 16:19, Juan 20:23).

El proceso de buscar, recibir y celebrar la misericordia y el perdón de Dios debe ser fuente de alegría. Es difícil admitir las propias faltas, y a veces incluso más difícil pedir perdón. Sin embargo, el papa Francisco nos recuerda que no tiene que ser algo que temer, porque el Señor siempre está listo y anhelante de otorgar su amor curador:

[C]uando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: "Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores". ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. (Papa Francisco, Evangelii gaudium no. 3)

¡Los pastores, catequistas y padres nunca deben cansarse de extender esta invitación con amor y genuina alegría!


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