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¿POR QUÉ DEBO CONFESAR MIS PECADOS A UN SACERDOTE?


por Padre Ian Bozant
Arquidiócesis de Nueva Orleans

En unamentalidad moderna en Estados Unidos, se ha puesto considerable énfasis en la privacidad. En tal sentido, la idea de confesar los pecados a otra persona puede parecer extraña o incluso innecesaria. A menudo, el argumento más común en contra de esta idea es que Dios Todopoderoso sabe todas las cosas y deseos de todas las personas que se acercan a él en la oración, por lo que parece suficiente simplemente confesar los pecados y pedir perdón en la oración privada. Aunque el pecado venial puede, de hecho, ser perdonado de muchas maneras, la Iglesia Católica enseña que es necesario confesar los pecados mortales a un sacerdote en el Sacramento de la Confesión para recibir el perdón de Dios. Esta enseñanza está basada en nuestra realidad fundamental como seres humanos, en la Sagrada Escritura, así como en un conocimiento de los efectos personales y comunales del pecado.

Muchos señalarán el siguiente pasaje de la Escritura como una refutación de la posición de la Iglesia Católica: "Porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre él también, que se entregó como rescate por todos" (1 Tm 2:5-6). ¿Por qué, entonces, debe uno acercarse a un mediador adicional —un sacerdote— para recibir el perdón? La respuesta aquí es que el sacerdote no es un mediador adicional; más bien, él es el agente del único mediador, pues representa la persona de Cristo en la Confesión. Es nuestro Señor Bendito el que perdona los pecados en y a través de la persona del sacerdote. Aun así, Cristo como el único mediador y como el Hijo de Dios tiene la prerrogativa divina de elegir cómo desea mediar su plan de salvación y perdón para el mundo. Cristo, como el único mediador, elige usar a otros en la realización de su trabajo en la persona del sacerdote.

Se podría decir en un nivel muy natural que una de las razones de que nuestro Señor Bendito haya elegido instituir la Confesión de esta manera es porque somos humanos. A menudo, una parte muy importante del proceso de curación proviene de poder nombrar nuestra transgresión y falta y luego al expresar eso a otros. Exponer estas faltas y pecados ocultos a la luz de la misericordia de Cristo es una función esencial en la curación que Nuestro Señor Bendito desea ofrecer. Además, a menudo se encuentra un gran consuelo en verbalizar estas faltas ante otro y escuchar las palabras de perdón pronunciadas por los labios de otra persona. Dios Todopoderoso reconoce nuestra humanidad y nuestra necesidad de comunión con los demás y, por tanto, instituye el Sacramento de la Confesión para ajustarse a nuestra naturaleza y necesidades humanas.

Más importante aún, las propias Escrituras ilustran que nuestro Señor Bendito dio a sus apóstoles el poder de perdonar los pecados: "Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: 'La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo'. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: 'Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar" (Juan 20:20-23). Por lo tanto, con mucha claridad, se puede ver el encargo específico que nuestro Señor Bendito dio a sus apóstoles de perdonar los pecados de los demás, pero ellos no podían hacer esto por su cuenta, por lo que envió al Espíritu Santo sobre ellos. Es interesante observar aquí que este pasaje es sólo uno de los dos pasajes que ilustran a Dios Todopoderoso soplando sobre el hombre, siendo el otro cuando Dios sopla sobre el hombre en la creación (cf. Génesis 2:7), lo cual ilustra la importancia del Sacramento de la Confesión. Pero este encargo a los apóstoles de perdonar los pecados de los demás no se limita sólo a ellos. Nuestro Señor Bendito quería que este encargo continuase a lo largo de los siglos y fuera llevado a cabo por los sucesores de los apóstoles (cf. Mateo 28:9-20), para que la oferta del perdón de Cristo estuviese al alcance de todas las personas. Pocos negarían que el mandamiento que se encuentra en Mateo 28 de bautizar a todas las naciones se limitaría sólo a los apóstoles a pesar de que son ellos a los que se habla en el pasaje. Asimismo, este poder de perdonar o no perdonar los pecados es una parte del oficio apostólico y es un instrumento de la Iglesia para remitir o retener los pecados cometidos después del Bautismo. Por lo tanto, el sacerdote participa de la propia obra redentora de la misión de Cristo sin reemplazarlo como el único mediador entre Dios y el hombre. Aquí, uno puede preguntarse por qué es necesaria la persona del sacerdote o cuál era la motivación de nuestro Señor Bendito cuando instituyó el Sacramento de la Penitencia.

En la exhortación apostólica postsinodal Reconciliatio et paenitentia, el papa Juan Pablo II profundiza en la noción del pecado y sus efectos. Primero y ante todo, el pecado tiene un profundo efecto sobre el pecador: "Por ser el pecado una acción de la persona, tiene sus primeras y más importantes consecuencias en el pecador mismo, o sea, en la relación de éste con Dios —que es el fundamento mismo de la vida humana— y en su espíritu, debilitando su voluntad y oscureciendo su inteligencia" (Juan Pablo II, Reconciliación y penitencia [Reconciliatio et Paenitentia] [RP] [https://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_02121984_reconciliatio-et-paenitentia_sp.html], no. 16]). Sin embargo, este aspecto personal del pecado no es su único efecto. A través de los escritos de san Pablo, la verdad de que toda persona bautizada es miembro del cuerpo de Cristo se repite una y otra vez (cf. 1 Corintios 12:12-31, Colosenses 1:18, 2:18-20, Efesios 1:22-23, 3:19, 4:13, etc.). Miembros de un solo cuerpo, las gracias y las victorias alcanzadas por un miembro redundan en la gloria de todos los miembros; sin embargo, lo contrario también es cierto. Cuando un miembro del cuerpo peca, los otros miembros se ven afectados. La manera más obvia en que el pecado afecta a los demás es cuando ese pecado va dirigido claramente hacia otro: calumnia, asesinato, robo, etc. No obstante, el papa Juan Pablo II señala también que el pecado tiene un efecto social en formas más sutiles que éstos: "Hablar de pecado social quiere decir, ante todo, reconocer que, en virtud de una solidaridad humana tan misteriosa e imperceptible como real y concreta, el pecado de cada uno repercute en cierta manera en los demás. […] En otras palabras, no existe pecado alguno, aun el más íntimo y secreto, el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente a aquel que lo comete. Todo pecado repercute, con mayor o menor intensidad, con mayor o menor daño en todo el conjunto eclesial y en toda la familia humana" (RP, no. 16). Por lo tanto, todos y cada uno de los pecados afectan de alguna manera a todo el cuerpo de Cristo.

Es precisamente esta verdad la que puede ayudar a comprender la necesidad de confesar los pecados a un sacerdote. Ciertamente, el sacerdote representa la persona de Cristo que ofrece el perdón de Dios Todopoderoso al penitente de acuerdo con el mandamiento de nuestro Señor en el Evangelio de Juan discutido anteriormente. Pero el mismo sacerdote no pierde su humanidad o su pertenencia al cuerpo de Cristo cuando oye la confesión de los penitentes y pronuncia las palabras de absolución. Por lo tanto, el sacerdote es un representante de la Iglesia y a la vez funciona también en nombre de Dios. De esta manera, el sacerdote puede reconciliar al penitente con Dios mismo que ha sido ofendido por los pecados confesados, pero el sacerdote puede también reconciliar al penitente con la Iglesia cuyos miembros, de alguna manera mística, se han visto afectados por esos mismos pecados. Reconociendo la verdad de su pertenencia al cuerpo de Cristo, el penitente debe desear reparar de alguna forma el efecto que el pecado ha tenido sobre los demás miembros del cuerpo de Cristo. Confesar los pecados al sacerdote satisface esta exigencia de verdadera contrición y devuelve al penitente a una relación correcta con Dios y su santa Iglesia.

A menudo, muchos se oponen a la idea de confesar los pecados a otra persona. La gente se siente incómoda y avergonzada de decir a otros los errores que ha cometido, pero, en cierto sentido, esto es apropiado. Cada persona culpable de pecado debe avergonzarse, al menos de alguna manera, de su transgresión y sentir un poco de pesar por los pecados que ha cometido. Esto ayuda a preparar el alma del penitente para el perdón de Dios Todopoderoso y es en sí mismo una gracia que conduce el alma de vuelta a una relación correcta con nuestro Señor Bendito, ¡lo cual debe ser una fuente de gran consuelo! Siempre puede haber algo de turbación y miedo cuando uno se acerca al confesionario, pero, con gran humildad, el sacerdote abre las puertas de la misericordia de Dios al penitente contrito, llenando el alma de gracia y reparando el lazo con Dios Todopoderoso y su Iglesia que fue dañado por el pecado.


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Las citas de la Sagrada Escritura han sido tomadas de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Utilizadas con permiso. Todos los derechos reservados.