Nostra Aetate - Rabino Greenberg

catechetical-sunday-2015-poster-english-spanish-animatedCatólicos y judíos: Dónde hemos estado, a dónde tenemos que ir

por el rabino Eric J. Greenberg

La historia de las relaciones entre católicos y judíos ha sido un relato dramático de proporciones bíblicas.

A partir de la narración del Génesis acerca de Caín y Abel, sabemos que los hermanos se han peleado y se han matado unos a otros a lo largo de la historia humana, a menudo por razones poco claras. Pero al mismo tiempo, el Génesis nos presenta otra narración, la de José y sus hermanos, una historia de profunda reconciliación.

Cuando se trata de la complicada relación entre cristianos y judíos, hay mucho que los estudiosos aún no entienden sobre la naturaleza de la división entre los seguidores judíos de Jesús y las otras sectas judías que existieron al final del periodo del Segundo Templo hace dos mil años.

Lo que sí sabemos es que, en algún momento después del siglo II E.C., el cristianismo y el judaísmo comenzaron una separación dolorosa y amarga. Esta división confrontacional fomentó hostilidades y, finalmente, condujo a la persecución y muerte de millones de judíos durante una serie de cruzadas, inquisiciones y la Shoah —el término hebreo para el Holocausto— de 1939 a 1945. Fue durante este periodo, la Segunda Guerra Mundial, que más de seis millones de judíos fueron asesinados. ¿Su delito? Eran judíos.

Las secuelas del Holocausto sirvieron como punto de inflexión en las relaciones entre católicos y judíos. Al igual que el resto de la humanidad, la Shoah provocó mucho examen de conciencia entre las personas religiosas de buena voluntad que se esforzaron denodadamente por comprender la persecución selectiva y el asesinato de millones de personas a causa de la fe con que se identificaban.

Estos pensadores religiosos trataron de entender y explicar cómo un Dios amoroso podía permitir una maldad tan indecible contra millones de hombres, mujeres y niños inocentes. En la comunidad cristiana, líderes religiosos, filósofos y pensadores comenzaron a explorar cómo la historia cristiana de antagonismo y odio hacia los judíos plantó las semillas para la Shoah.

Este extraordinario proceso de autorreflexión llevó al papa Juan XXIII en 1962 a convocar el Concilio Vaticano II. El concilio emprendió un reexamen oficial de la historia antijudía de la Iglesia y buscó un nuevo camino de entendimiento entre el judaísmo y el cristianismo (así como otras religiones). Finalmente, se redactó y aprobó un transcendental documento del Vaticano en 1965. Este llamó a una profunda reconciliación entre católicos y judíos. El documento, conocido como Nostra aetate, declara que el antisemitismo es un pecado contra Dios en cualquier momento o lugar, confirma la validez del pacto de Dios con Moisés y el pueblo judío, y llama a un mayor respeto y entendimiento entre católicos y judíos. Nostra aetate rechaza la falsa afirmación deicida de que todos los judíos son responsables de la muerte de Jesús.

Cuando, diez años más tarde, el Vaticano puso en marcha la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, nació una nueva era de comunicación y asociación, en que líderes judíos y católicos podrían reunirse como iguales de manera regular. Podrían discutir modos de educarse mutuamente y a sus respectivas comunidades de fe acerca de cómo entenderse mejor unos a otros y trabajar en cooperación para el beneficio de la humanidad después de dos mil años de conflictos.

Desde entonces, una sucesión de papas ha seguido construyendo sobre los cimientos de Nostra aetate, llevando la relación entre judíos y católicos a alturas cada vez mayores.

Sin lugar a dudas, el papa Juan Pablo II dirigió una revolución que transformó las relaciones entre la Iglesia Católica y el pueblo judío. Fue la persona adecuada en el momento adecuado. Como Karol Wojtyla, se crió en Polonia con muchos amigos judíos. Fue testigo presencial de la muerte y destrucción de una comunidad judía polaca de mil años durante el Holocausto.

La historia de vida de Wojtyla impregnó sus acciones para reconciliar a su iglesia con el pueblo judío. Fue el primer papa en visitar una sinagoga, la Gran Sinagoga de Roma. Fue el primero en visitar el Muro de los Lamentos, el sitio más sagrado del judaísmo. Estableció relaciones diplomáticas con el Estado de Israel. Acuñó el término “queridos hermanos mayores” aplicado a los judíos. Validó como eterno e imperecedero el Pacto de Dios con Moisés y el pueblo judío hecho en el monte Sinaí hace unos 3,500 años.

Su sucesor, el cardenal alemán Joseph Ratzinger, llevó adelante este proceso de reconciliación cuando fue elegido papa en 2005, tomando el nombre de Benedicto XVI. Al igual que el Isaac bíblico al volver sobre los pasos de su padre Abraham como se relata en el Génesis, el papa Benedicto XVI también visitó la Gran Sinagoga de Roma y oró en el Muro de los Lamentos, reafirmando así la importancia de estas acciones y comenzando un proceso de normalización de estos viajes como parte de la evolución de las relaciones entre católicos y judíos.

Pero Benedicto no se limitó a volver sobre los pasos de Juan Pablo. En cierto modo, se acercó aún más. Se convirtió en el primer papa en visitar sinagogas en la ciudad de Nueva York y Colonia. Como el único papa alemán que fue testigo presencial del Holocausto, formuló una serie de declaraciones cruciales contra el antisemitismo y la negación del Holocausto.

Como en cualquier relación en evolución, hubo algunos obstáculos serios durante el papado de Benedicto que suscitaron gran preocupación en judíos y católicos. Tal vez el más polémico fue su decisión de ampliar el uso de la liturgia latina de 1962 anterior a Vaticano II, que incluye la oración antijudía de Viernes Santo. La decisión del papa Benedicto provocó preocupación mundial tanto en judíos como en católicos. Su oración de Viernes Santo reescrita para la liturgia latina de 1962 todavía se titula hasta hoy “Para la conversión de los judíos”, una cuestión que necesita resolución. Asimismo, Benedicto provocó reacción mundial cuando levantó la excomunión de cuatro obispos de un grupo cismático antisemita. Sin embargo, al mismo tiempo, el papa Benedicto emitió profundas y positivas declaraciones teológicas e históricas sobre el judaísmo. Dijo que la Iglesia Católica debería dejar de tratar de convertir judíos (Papa Benedicto XVI, Jesús de Nazaret – Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección [Madrid: Ediciones Encuentro, S.A., 2011], 60). Reinterpretó pasajes problemáticos en los Evangelios de Mateo y Juan, rechazando las imágenes negativas y falsas acusaciones contra el pueblo judío. Es el primer papa en citar “Pirkei Avot”, el antiguo texto rabínico llamado “La Ética de los Padres”, usándolo como modelo para los católicos. Cuando el papa Benedicto conmocionó al mundo en febrero de 2013 con el anuncio de su renuncia —el primer papa en hacerlo en 600 años—, los judíos se preguntaron en voz alta qué sucedería con el diálogo entre católicos y judíos. Muchos expresaron su preocupación de que el próximo papa tendría poca comprensión de las relaciones entre católicos y judíos, y que la relación se marchitaría. Pero para gran sorpresa de la comunidad judía y el mundo en general, los cardenales hicieron historia al elegir al primer papa de las Américas y el primer papa jesuita, el cardenal Jorge Bergoglio de Buenos Aires. Y como se vio después, el cardenal Bergoglio tenía profundas amistades con judíos y rabinos en Argentina. De hecho, uno de sus amigos más cercanos es un rabino con quien escribió un libro sobre las relaciones entre católicos y judíos.

Tuve el privilegio de desempeñar un papel en la publicación de este libro en inglés en los Estados Unidos. Al leer el libro, sabía de antemano su pensamiento ilustrado y positivo sobre las relaciones entre católicos y judíos, y supe que podría llevar la relación a alturas aún mayores. También tuve el honor de ser invitado al Vaticano para presenciar la investidura del recién nombrado papa Francisco. Durante su primera reunión interreligiosa al día siguiente, pude sentir de cerca la calidez y la espiritualidad del nuevo papa.

El papa Francisco no ha decepcionado. A un año de su papado, ya ha llevado las relaciones entre católicos y judíos al siguiente nivel. Ya ha visitado Israel y Jerusalén. Ha invitado a sus muchos amigos judíos varias veces a pasar unos días con él en Roma.

¿A dónde vamos desde aquí?

Con Francisco al timón, hay una oportunidad increíble para abordar temas importantes que están sobre el tapete para continuar con esta reconciliación histórica y construir relaciones aún más profundas.

Como se observó, el título de la problemática oración de Viernes Santo sigue siendo hoy “Por la conversión de los judíos”. Esto debe ser tratado tan pronto como sea posible. ¿Podría haber otros textos de oración que también necesiten una segunda mirada a la luz de Nostra aetate?

Todavía tenemos mucho trabajo que hacer en el aprendizaje de lo que significa ser socios. Todavía se toman de manera unilateral, por uno de los lados, decisiones que afectan nuestra relación, sin consulta ni aviso previo. Tal vez la cuestión más importante consiste en crear y mantener programas que eduquen a los miembros de ambas religiones sobre las conquistas históricas alcanzadas en los últimos cincuenta años. Esto debe incluir programas interreligiosos integrados en la formación regular de sacerdotes y rabinos para que estos puedan enseñar a sus propios feligreses el nuevo paradigma de respeto y entendimiento entre hermanos y hermanas amorosos en las relaciones entre católicos y judíos.

Al profundizar nuestro diálogo y confianza, también podremos entender mejor a través de un diálogo honesto y respetuoso nuestras diferencias religiosas fundamentales en lo que toca a una serie de cuestiones “polémicas” en el ámbito social y del ciclo de vida.

Por ejemplo, el judaísmo y el catolicismo generalmente ven cuestiones como la homosexualidad, el aborto y lo que constituye una “guerra justa” a través de lentes religiosas diferentes. La confianza y el diálogo honesto permitirán a cada lado conocer y entender la creencia religiosa del otro sin tratar de cambiar su posición.

En un sentido más amplio, aún nos queda mucho trabajo por hacer para reparar un mundo profundamente quebrantado que se llena cada vez más de inocentes que sufren, opresión, odio, pobreza, violencia y guerra. Más que nunca, las personas religiosas de buena voluntad deben unirse contra los extremistas que persiguen y matan en nombre de su religión, afirmando que sólo su visión es la correcta, y que los no creyentes merecen la muerte.

Mientras nos preparamos para conmemorar el quincuagésimo aniversario de Nostra aetate, tenemos una oportunidad histórica para revisar y celebrar juntos las profundas mejoras en las relaciones entre católicos y judíos en el último medio siglo, y dedicarnos aún más a profundizar nuestros lazos en el futuro.


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