Entrenamiento para Catequistas - Scribner

catechetical-sunday-2015-poster-english-spanish-animatedProteger a los pobres, los migrantes y los marginados

por Todd Scribner
Coordinador de Extensión Educativa
Estados Unidos Conferencia de Obispos Católicos

Despiertos en la oscuridad de la noche, la madre de José le dice que emprenda camino hacia el norte a vivir con su tía que vive a miles de kilómetros de distancia en otro país. No es que ella quiera que él se vaya —su corazón se quiebra con la perspectiva misma de verlo partir— pero las permanentes amenazas de las pandillas y los cárteles de la droga en el barrio donde viven anticipan la muerte del muchacho si se queda. Ella se le unirá pronto, le promete, pues permanecer allí podría asegurarle la misma suerte si encuentran que ha hecho que él se marche.

Expulsada de su hogar unos tres años antes debido a una guerra civil en su país natal, Amina y lo que queda de su familia —tras el asesinato de su padre en el conflicto y la desaparición de su hermano hace tiempo— pasan ahora sus días matando el tiempo en un polvoriento campo de refugiados. Las oportunidades para el desarrollo intelectual son limitadas y las oportunidades profesionales escasas. La probabilidad de tener una vida en que los talentos dados por Dios a Amina se realicen plenamente sigue siendo sombría mientras permanezca atrapada en el campamento durante mucho más tiempo.

Estas historias podrían multiplicarse casi sin fin y relatarse con cualquier número de variaciones con respecto a sus detalles. Aunque diferentes en muchos aspectos, lo que tienen en común es que todas comienzan con el sufrimiento y muchas terminan en la misma nota. La mayoría de ellas suceden sin que las sepamos o sólo con un gesto de preocupación si las sabemos. Lamentando la muerte de cientos de refugiados que habían muerto hacía poco cerca de la isla de Lampedusa, el papa Francisco denunció la "globalización de la indiferencia", que ha condicionado que nos hayamos "acostumbrado al sufrimiento del otro". Nosotros, como pueblo católico, declaró más recientemente, estamos llamados a contrarrestar esta tendencia debilitante y participar en la misión de la Iglesia de difundir "por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser considerado inútil, fuera de lugar o descartable" (Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2015, w2.vatican.va/content/francesco/es/messages/migration/documents/papa-francesco_20140903_world-migrants-day-2015.html).

La Iglesia Católica tiene una larga tradición de acompañamiento de los migrantes en su viaje y de prestarles atención pastoral y el apoyo material necesario para iniciar una nueva vida. A partir de mediados del siglo XIX, los obispos católicos de los Estados Unidos respondieron a la afluencia de católicos irlandeses y alemanes y, más recientemente, de gran número de católicos latinos que ingresan a los Estados Unidos y establecen comunidades en todo el país. Después de la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia se dio a la tarea de reasentar refugiados, y desde entonces ha reasentado a más de un millón de personas que escapaban de países devastados por la guerra y otras situaciones extremas.

En el proceso, la Iglesia ha desarrollado una vasta infraestructura destinada a apoyar a poblaciones migrantes vulnerables. Forman parte de ella Caridades Católicas y agencias de reasentamiento relacionadas, oficinas de diversidad cultural y ministerios parroquiales de diferentes tipos. A través de abogados, que trabajan con legisladores para aprobar legislación que respete la dignidad de los migrantes, a través de trabajadores sociales y otras personas afines que dedican muchas horas a dar una cálida acogida, la Iglesia demuestra su compromiso de vivir solidariamente con los marginados, los oprimidos y los vulnerables.

Este compromiso no es producto del capricho o del simple interés egoísta, sino que tiene sus raíces en el mandamiento bíblico de acoger al forastero (Mt 25:35), y en la enseñanza moral de la Iglesia que afirma la dignidad inherente de cada persona y el papel central de la familia en la comunidad.

La acogida al forastero en las Escrituras y la enseñanza católica

A lo largo de la Biblia, el tema de la migración surge repetidamente y significa a menudo un punto de inflexión en la vida del pueblo de Dios. Abraham y Sara son llamados por Dios a migrar de la tierra de Ur a la tierra prometida de Canaán. Dios les dice, "Deja tu país, a tu parentela y a la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré. Haré nacer de ti un gran pueblo y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre y tú mismo serás una bendición" (Gn 12:1-2).

En Éxodo, Moisés saca a los hebreos de la esclavitud en Egipto, y durante cuarenta años viven como vagabundos sin patria propia. La propia experiencia migratoria de los israelitas dio origen al mandamiento de Dios de brindar atención especial al extranjero: "Cuando un forastero resida entre ustedes, en su tierra, no lo opriman. Al forastero que reside entre ustedes, lo mirarán como a uno de su pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues también ustedes fueron forasteros en la tierra de Egipto" (Lv 19:33-34, NBJ).

Los Evangelios comienzan con el relato de Mateo de la huida de José y María a Egipto porque el rey Herodes, hambriento de poder, quería matar a su hijo recién nacido, Jesús (Mt 2). Nuestro Salvador y su familia vivieron como refugiados porque su propia tierra no era segura. Reflexionando sobre la huida de la Sagrada Familia, el papa Pío XII proclamó que ella representa un arquetipo para todas las familias de refugiados que viven en el mundo de hoy (Exsul familia). Los Hechos de los Apóstoles describen a menudo a la primera comunidad cristiana como un pueblo perseguido disperso por todo el mundo.

El papel central que desempeña la migración en las Escrituras y la vida de la Iglesia ha llevado a algunos teólogos a centrarse en la migración como un contexto y fuente principal en su pensamiento, dando así origen a teologías de la migración. Una premisa fundamental de tales teologías se basa en la convicción de que "Dios, en Jesús, de tal manera amó al mundo que emigró al país lejano y distante de nuestra existencia humana quebrantada y puso su vida en la cruz, para que pudiéramos ser reconciliados con él y migrar de regreso a nuestra patria con Dios y disfrutar de renovado compañerismo a todos los niveles de nuestras relaciones". Desde esta perspectiva, la Iglesia es en sí misma entendida como una Iglesia peregrina en proceso de migrar de este mundo al siguiente, donde encontraremos la comunión con Dios. Tal entendimiento enfatiza la medida en que nuestra existencia aquí en la tierra es un proceso de reconciliación permanente con Dios y con los que nos rodean. El énfasis en la reconciliación y renovación busca contrarrestar el efecto de las barreras artificiales que separan a las personas, incluidas las fronteras nacionales, las divisiones étnicas, e incluso las diferencias religiosas.;>

Un mundo caído, y por lo tanto dividido

A pesar de que nuestro objetivo final es la comunión con Dios y con los que nos rodean, vivimos en un mundo caído, y mientras así sea, las barreras artificiales que pueden distorsionar las relaciones humanas permanecerán con nosotros. La Iglesia busca mitigar los efectos nocivos de estas realidades y por ello apoya el desarrollo de instituciones que promuevan la solidaridad y el respeto por la dignidad humana. Con respecto al fenómeno de la migración, un modo en que la Iglesia logra esto es a través de las estructuras pastorales y ministerios parroquiales arriba mencionados que acogen a los migrantes en su nueva tierra y prestan apoyo con la integración. Una segunda vía que utiliza la Iglesia para crear un sentido de solidaridad es a través del proceso de formulación de políticas públicas. Durante el siglo pasado, documentos de enseñanza de la Iglesia han desarrollado una serie de principios morales que pueden ayudar a guiar el desarrollo de la política migratoria. Estos principios son los siguientes:

I. Las personas tienen el derecho de encontrar oportunidades en su tierra natal.

Toda persona tiene el derecho de encontrar en su propio país oportunidades económicas, políticas y sociales, que le permitan alcanzar una vida digna y plena mediante el uso de sus dones. Es en este contexto cuando un trabajo que proporcione un salario justo, suficiente para vivir, constituye una necesidad básica de todo ser humano.

II. Las personas tienen el derecho de emigrar para mantenerse a sí mismas y a sus familias.

La Iglesia reconoce que todos los bienes de la tierra pertenecen a todos los pueblos. Por lo tanto, cuando una persona no consiga encontrar un empleo que le permita obtener la manutención propia y de su familia en su país de origen, ésta tiene el derecho de buscar trabajo fuera de él para lograr sobrevivir. Los Estados soberanos deben buscar formas de adaptarse a este derecho.

III. Los Estados soberanos poseen el derecho de controlar sus fronteras.

La Iglesia reconoce que todo Estado soberano posee el derecho de salvaguardar su territorio; sin embargo, rechaza que tal derecho se ejerza sólo con el objetivo de adquirir mayor riqueza. Las naciones cuyo poderío económico sea mayor, y tengan la capacidad de proteger y alimentar a sus habitantes, cuentan con una obligación mayor de adaptarse a los flujos migratorios.

IV. Debe protegerse a quienes busquen refugio y asilo.

La comunidad global debe proteger a quienes huyen de la guerra y la persecución. Lo anterior requiere, como mínimo, que los migrantes cuenten con el derecho de solicitar la calidad de refugiado o asilado sin permanecer detenidos, y que dicha solicitud sea plenamente considerada por la autoridad competente.

V. Deben respetarse la dignidad y los derechos humanos de los migrantes indocumentados.

Independientemente de su situación legal, los migrantes, como toda persona, poseen una dignidad humana intrínseca que debe ser respetada. Es común que sean sujetos a leyes punitivas y al maltrato por parte de las autoridades, tanto en países de origen como de tránsito y destino. Es necesaria la adopción de políticas gubernamentales que respeten los derechos humanos básicos de los migrantes indocumentados. (Juntos en el camino de la esperanza: Ya no somos extranjeros [Washington, DC: United States Conference of Catholic Bishops (USCCB), 2003).

Conclusión

"No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?" En su encíclica Evangelium vitae, San Juan Pablo el Grande reflexiona sobre las palabras de Caín al ser encarado por Dios por el asesinato de su hermano, y reconoce en las evasivas de Caín "las tendencias actuales de ausencia de responsabilidad del hombre hacia sus semejantes", que se reflejan a menudo en una "falta de solidaridad con los miembros más débiles de la sociedad —es decir, ancianos, enfermos, inmigrantes y niños" (Papa Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae [EV] [w2.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae.html], no. 8). ¿Somos los guardas de nuestro hermano? Sí. Somos responsables de los demás pues estamos llamados —se nos manda— a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (EV, no. 40). Esto vale no sólo para los no nacidos, los enfermos y los ancianos, sino también para el migrante solitario que no tiene donde reclinar la cabeza y simplemente necesita un poco de ayuda de alguien que se preocupe. ¿Será usted ese alguien?

Lecturas adicionales

On "Strangers No Longer": Perspectives on the Historic U.S.–Mexican Catholic Bishops' Pastoral Letter on Migration. Todd Scribner y J. Kevin Appleby, eds. Mahwah: Paulist Press.

Dan Groody, "Theology in the Age of Migration", National Catholic Reporter (September 14, 2009), ncronline.org/news/global/theology-age-migration.

Juntos en el camino de la esperanza: Ya no somos extranjeros, Carta pastoral de los Obispos Católicos de los Estados Unidos y México sobre la migración, 22 de enero de 2003, https://www.usccb.org/issues-and-action/human-life-and-dignity/immigration/juntos-en-el-camino-de-la-esperanjuntos-en-el-camino.cfm.

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Las citas de los documentos papales han sido extraídas de la página Web oficial del Vaticano. Todos los derechos reservados.

Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004; y de la Nueva Biblia de Jerusalén [NBJ] © 1998 Editorial Desclée De Brouwer, S.A., Bilbao. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.