Entrenamiento para Catequistas - Colecchi

catechetical-sunday-2015-poster-english-spanish-animatedProteger la dignidad humana: Los diez mandamientos

por Stephen M. Colecchi
Director de la Oficina de Justicia y Paz Internacional
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos

Cuando la mayoría de las personas piensan en la protección de la dignidad humana, no piensan en los diez mandamientos. Puede ser que señalen la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por las Naciones Unidas en 1948. O, si son estudiosos de la enseñanza social católica, podrían mencionar el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (Compendio) (nos. 105-159). Podrían referirse específicamente a Pacem in terris, la última encíclica que San Juan XXIII escribió en 1963. La mayoría de nosotros creemos que los conceptos de dignidad humana y derechos humanos son un fenómeno moderno, pero en realidad tienen raíces antiguas, raíces que se pueden remontar a los diez mandamientos.

El Catecismo de la Iglesia Católica explora los diez mandamientos, vinculándolos al énfasis contemporáneo de la Iglesia en la dignidad humana y los derechos humanos. Es un excelente ejemplo de cómo la "tradición viva" de la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, arraiga su enseñanza en las Escrituras pero sigue abierta a las complejas realidades de la sociedad humana moderna. Este artículo explora el vínculo entre los diez mandamientos y la protección de la dignidad humana en la actualidad.

El primer mandamiento

"Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí" (Catecismo, no. 2084).

A primera vista, este mandamiento parece puramente de carácter religioso, pero está profundamente relacionado con la dignidad de la persona humana. Todas las personas están obligadas a amar y seguir a Dios con todo nuestro corazón, mente y alma. Nada más da a la vida significado y dirección últimos. La dignidad humana exige que las personas tengan el derecho de buscar la verdad. Ningún gobierno o restricción de la sociedad puede legítimamente limitar este derecho, excepto para preservar el "bien común" de la sociedad. Un corolario necesario de este mandamiento hoy es la defensa de la dignidad humana y el derecho a la libertad religiosa (véanse nos. 2106-2109). El derecho a la libertad religiosa está pasando una seria prueba en el Medio Oriente hoy en día, donde cristianos y otras minorías religiosas enfrentan persecución. Incluso es puesto a prueba en nuestra propia nación a medida que nuestra cultura se vuelve más secular y deja de respetar el papel legítimo del pluralismo religioso en la escena pública.

El segundo mandamiento

"No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios" (no. 2142).

El Catecismo declara: "El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso" (no. 2150). El honor de Dios nos obliga a tratar su nombre con reverencia, y la dignidad humana exige que a las personas se les diga la verdad.

El tercer mandamiento

"Recuerda el día del sábado para santificarlo" (no. 2168).

En la superficie, este mandamiento parece ser únicamente una obligación religiosa sin ninguna relevancia para la dignidad humana o los derechos humanos. Pero, por supuesto, esto no era así en el antiguo Israel, ni tampoco hoy en día. Además de sus exigencias religiosas, era una ley laboral básica. El resto del mandamiento dice: "Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo" (no. 2167). El Deuteronomio 5:14 dice en parte: "No harán trabajo alguno ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu buey, ni tu asno, ni tu ganado, ni el extranjero que hospedes en tu casa; tu esclavo y tu esclava descansarán igual que tú". ¡Incluso los esclavos tenían el día libre para descansar en la antigüedad!

El Catecismo nos recuerda una verdad demasiado a menudo olvidada por los empleadores de hoy: "A pesar de las presiones económicas, los poderes públicos deben asegurar a los ciudadanos un tiempo destinado al descanso y al culto divino. Los patronos tienen una obligación análoga con respecto a sus empleados" (no. 2187). La dignidad humana exige periodos adecuados de descanso y respeto al derecho de los trabajadores a descansar.

El cuarto mandamiento

"Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar" (no. 2197).

El Catecismo nos recuerda que "la familia es la célula original de la vida social" (no. 2207). "La comunidad política tiene el deber de honrar a la familia, asistirla" (no. 2211). Así que la dignidad humana no sólo exige que honremos a nuestros padres; exige que la sociedad y el gobierno apoyen la institución de la familia en sí, una institución que se encuentra bajo gran tensión en el mundo actual. Las familias sufren por un sistema económico que a menudo compromete la capacidad de los padres de criar sus familias en condiciones de dignidad, y por influencias culturales que atentan contra los valores básicos que las familias necesitan para prosperar. A medida que nuestra sociedad envejece, este mandamiento "recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres" (no. 2218), responsabilidades que la sociedad en su conjunto tiene la obligación de apoyar a través de políticas públicas que promuevan el cuidado de los ancianos.

Este mandamiento también tiene implicaciones para la "familia humana". No sólo somos miembros de una familia inmediata o extendida; también somos miembros de familias locales, nacionales y globales. La dignidad humana trae consigo el "deber de los ciudadanos de cooperar con la autoridad civil al bien de la sociedad" (no. 2239). "La corresponsabilidad en el bien común exig[e] moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país" (no. 2240).

El quinto mandamiento

"No matarás" (no. 2258; Compendio, nos. 488-520).

La conexión de este mandamiento con la protección de la dignidad humana es clara. Toda persona tiene derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. El Catecismo señala que este derecho también exige la "legítima defensa de las personas y las sociedades" (no. 2263) y continúa diciendo que "la defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar perjuicio" (no. 2265).

El Catecismo asume algunos casos especiales en que la dignidad humana y el derecho a la vida se ven amenazados. Las enseñanzas de la Iglesia sobre el aborto y la eutanasia son bien conocidas, aunque no siempre bien comprendidas y respetadas. Del mismo modo, la Iglesia es clara en su enseñanza contra la eutanasia. Menos conocida es la oposición al uso de la pena de muerte cuando se dispone del encarcelamiento para proteger a la sociedad de asesinos (no. 2267). Sobre la base de este mandamiento, la Iglesia rechaza el secuestro, el terrorismo y la tortura, señalando que la tortura "es contraria al respeto de la persona y de la dignidad humana" (no. 2297).

Este mandamiento también tiene implicaciones para la protección de la dignidad humana del flagelo de la guerra. Tomando nota de que "el respeto y el desarrollo de la vida humana exigen la paz", el Catecismo afirma que la paz no es "sólo ausencia de guerra", sino que es obra de la justicia (no. 2304). Más allá de esta obligación positiva de ser "constructores de la paz", el Catecismo reconoce el derecho del Estado a emplear la fuerza con fines de defensa, pero sólo bajo las "condiciones estrictas" de la tradición de la guerra justa. La dignidad humana exige que el uso de la fuerza sea el último recurso y que sólo se emplee en formas cuidadosamente limitadas (no. 2309). La tradición de la guerra justa no existe para justificar la guerra, sino para limitar el recurso a la guerra y para limitar la pérdida de vidas. Proteger la dignidad humana puede exigir el uso de la fuerza, pero la dignidad humana también está profundamente amenazada por la guerra. En referencia a las armas de destrucción masiva, incluidas las armas nucleares, biológicas y químicas, el Catecismo es claro. Estas armas son incompatibles con la protección de la dignidad humana. Su uso es un "crimen" (no. 2314).

Proteger la dignidad humana y el derecho a la vida en virtud de este mandamiento también sugiere que el mundo necesita examinar seriamente la "carrera de armamentos" y las injusticias y las "desigualdades excesivas de orden económico o social" que conducen a la guerra. Paradójicamente, las enormes sumas gastadas en defensa roban a la humanidad los recursos necesarios para abordar las causas subyacentes de la guerra (nos. 2315, 2317).

El sexto mandamiento

"No cometerás adulterio" (no. 2331).

Este mandamiento no tiene que ver simplemente con la infidelidad, aunque sin duda tiene que ver con eso. La falta de fidelidad en el matrimonio compromete la dignidad humana de ambos miembros de la pareja, pero hay más en este mandamiento. La prohibición tiene implicaciones para la sexualidad más amplia y para la relación entre los dos sexos. El Catecismo dice que los hombres y las mujeres tienen "dignidad personal de igual modo" (no. 2334). Este mandamiento implica esta igualdad, pues cualquiera de los dos miembros de la pareja puede ser perjudicado por su transgresión.

La fornicación entre personas no casadas, la pornografía, la prostitución y la violación degradan a la persona humana y dañan la dignidad humana (nos. 2353-2356). En nuestra cultura de hoy, trágicamente hay una comercialización de la sexualidad que conduce a convertir a las personas en objetos. Las personas son tratadas como cosas que pueden ser descartadas, y demasiado a menudo lo son. Nadie debe ser tratado como un objeto, sobre todo como un objeto para el placer de otro. La dignidad humana exige más.

Todas las personas, tanto las heterosexuales como las homosexuales, están llamadas a la castidad (nos. 2337 y ss.). Las disciplinas de la castidad protegen contra la explotación de otra persona como un objeto. El Catecismo señala que las personas con orientación homosexual deben ser tratadas con el respeto debido a cada persona en virtud de la dignidad humana: "Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta" (no. 2358).

El séptimo mandamiento

"No robarás" (no. 2401).

Al igual que el sexto, el séptimo mandamiento tiene una aplicación obvia en la protección de la dignidad humana. Usted no roba a los demás. Ellos tienen derecho a sus posesiones. Pero resulta que la aplicación de este principio es más compleja.

Los bienes de la tierra están destinados a toda la familia humana. El "derecho a la propiedad privada" no elimina esta verdad fundamental (no. 2403). Las autoridades políticas tienen el derecho de regular los derechos de la propiedad privada con el fin de servir al "bien común" de todos (no. 2406). Robar es malo, pero también es "un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales reducirlos por la violencia a la condición de objeto de consumo o a una fuente de beneficio" (no. 2414).

El papa Francisco ha hablado con frecuencia sobre nuestra cultura "del descarte" que atenta contra la dignidad humana y la integridad de la creación misma. El Catecismo enseña: "El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación" (no. 2415). A menudo la gente diferencia entre respeto a las personas y respeto a la creación, pero en realidad son interdependientes. Una sociedad que considera la creación desechable es propensa a considerar a las personas también desechables, y viceversa. No podemos "robar" la creación a las generaciones futuras con prácticas explotadoras más de lo que podemos "robar" la dignidad de una persona tratándola como un engranaje en la rueda de la economía.

Bajo la rúbrica de este mandamiento, el Catecismo articula la "doctrina social" de la Iglesia, especialmente en lo relacionado con la economía (nos. 2419 y ss.). Rechazando las "ideologías totalitarias" tanto del "socialismo" como del "comunismo" por ser incompatibles con la dignidad humana, el Catecismo también reconoce que el "mercado" tiene sus limitaciones y necesita "regulación". Según el Catecismo, "El salario justo es el fruto legítimo del trabajo" (no. 2434). Negar al trabajador un salario suficiente para mantener una familia con dignidad es "robarle".

La Iglesia utiliza una lente gran angular para examinar las exigencias de este mandamiento. Así como las personas ricas tienen obligaciones hacia las personas pobres, las naciones ricas tienen obligaciones hacia las naciones en desarrollo más pobres (nos. 2437 y ss.). El Catecismo cita las palabras particularmente poderosas de san Juan Crisóstomo: "No hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida" (no. 2446).

El octavo mandamiento

"No darás testimonio falso contra tu prójimo" (no. 2464).

Proteger la dignidad de otras personas exige que rechacemos no sólo el "falso testimonio y perjurio" en asuntos legales, sino que también rechacemos el "juicio temerario" y la "maledicencia" que destruyen "la reputación y el honor del prójimo" (nos. 2476 y ss.). El papa Francisco ha advertido en repetidas ocasiones de los peligros de las murmuraciones, y una vez remachó este punto en una meditación: "Las murmuraciones matan más que las armas" (13 de septiembre de 2013, w2.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2013/documents/papa-francesco_20130913_murmuraciones.html).

Este mandamiento, asimismo, tiene implicaciones sociales para la dignidad humana y los derechos humanos. En nuestra era de los medios de comunicación, el Catecismo afirma: "La información de estos medios es un servicio del bien común. La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad". El derecho a la información fidedigna crea en los "responsables" de la prensa responsabilidades especiales de transmitir la verdad y evitar la "difamación", y exige a los gobiernos regular los medios de manera adecuada para proteger la disponibilidad de la información y evitar su manipulación o mal uso (nos. 2494 y ss.). Con el auge de la Internet y la World Wide Web, estas responsabilidades también recaen sobre todos nosotros cuando publicamos artículos y fotografías en sitios de los medios sociales. Proteger la dignidad humana exige proteger la reputación de las personas y transmitir información veraz.

El noveno mandamiento

"No codiciarás... la mujer de tu prójimo" (no. 2514).

En esta era de la igualdad entre los sexos, podríamos añadir: no codiciarás el marido de tu prójimo tampoco. Este mandamiento parece similar al sexto, pero el Catecismo señala que este noveno mandamiento tiene más que ver con la "pureza de corazón" y que está estrechamente relacionado con el décimo. También recuerda la conexión con la sexta bienaventuranza: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (no. 2518). Al igual que los otros mandamientos, hay una aplicación tanto personal como social: la pureza de corazón conduce a la modestia que "protege el misterio de las personas y de su amor" y "exige una purificación del clima social" (nos. 2522, 2525). Tristemente, la pureza no es tan valorada en nuestra cultura como lo era antes. Su ausencia puede conducir a convertir a las personas en objetos y a la manipulación de los instintos más básicos a través de la publicidad y los medios de comunicación, lo cual lleva a violaciones de la dignidad de la persona humana.

El décimo mandamiento

"No codiciarás... nada que sea de tu prójimo" (no. 2534).

El décimo mandamiento completa el noveno, y al tratar de "intención del corazón", junto con el noveno, resume todos los mandamientos. El dinero y el poder no deben convertirse en falsos ídolos en nuestra vida y cultura. Las posesiones no nos deben poseer. El Catecismo es bastante directo sobre los peligros: "El décimo mandamiento prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría al prójimo en sus bienes temporales" (no. 2536). La envidia es un pecado grave que roba a la vida su verdadero significado: amor a Dios y amor al prójimo. El Evangelio nos llama al "desapego" de las posesiones materiales y del poder, a una pobreza de corazón que nos haga libres verdaderamente para amar a Dios y a otras personas. La dignidad humana es herida por una búsqueda de lo que no satisface realmente. La envidia y la codicia pueden fracturar las relaciones y, en una escala social y global, pueden llevar a graves injusticias y desigualdades.

Conclusión

Proteger la dignidad humana y los derechos humanos, especialmente de los que están en los márgenes de la sociedad, puede ser una tarea desalentadora. Para ayudar a los católicos estadounidenses a entender la problemática de la pobreza en el país y en el extranjero, la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos ofrece dos iniciativas: Pobreza USA (povertyusa.org/es/) y Catholic Relief Services - Lead the Way (crs.org/get-involved/lead-way). La segunda es una asociación con Catholic Relief Services. Estos programas ayudan a los católicos a orar, aprender, actuar y conectar.

Algunas personas piensan que los mandamientos simplemente dicen lo que se debe y no se debe hacer, pero son mucho más. La tradición viva de la Iglesia encuentra en ellos señales a lo largo del camino que conducen a un mayor respeto personal y social por la dignidad humana. Tienen una profunda relevancia para los individuos y para las sociedades que buscan promover la dignidad humana y los derechos humanos de todos.


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Los textos de la Sagrada Escritura utilizados en esta obra han sido tomados de los Leccionarios I, II y III, propiedad de la Comisión Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Conferencia Episcopal Mexicana, copyright © 1987, quinta edición de septiembre de 2004. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.

Las citas del Catecismo de la Iglesia Católica, segunda edición, © 2001, Libreria Editrice Vaticana–United States Conference of Catholic Bishops, Washington, D.C. Reproducidas con permiso. Todos los derechos reservados.

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