Entrenamiento para Catequistas - Garvey

catechetical-sunday-2015-poster-english-spanish-animatedLa libertad religiosa y la práctica de la caridad

por John Garvey, J.D.
Presidente
Universidad Católica de América

La libertad religiosa ha estado bastante presente en las noticias últimamente y, por desgracia, las noticias no han sido buenas.

Parte de esas noticias han provenido de dentro del país. Mucho se ha dicho y escrito, por ejemplo, acerca de las muchas instituciones cristianas (entre ellas la mía) que han presentado denuncias contra el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS). Creemos que el mandato anticonceptivo del HHS viola nuestra libertad religiosa al obligarnos a ofrecer a nuestros estudiantes y empleados, como uno de nuestros beneficios de salud, cobertura de prescripción de anticonceptivos, abortivos tempranos y esterilizaciones quirúrgicas.

Las noticias del extranjero han sido aún más inquietantes. Consideremos la grave situación de los cristianos y otras minorías religiosas en Irak. El 10 de junio de 2014, el grupo extremista conocido como el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS) se apoderó de la ciudad de Mosul. ISIS ofreció a los cristianos de la ciudad una dura elección: convertirse, pagar un impuesto o enfrentarse a la espada. Las puertas de las casas y negocios cristianos fueron marcadas con la letra árabe "N" de nasrani (la palabra árabe para "cristiano"). ISIS incautó propiedades de la Iglesia Católica caldea y reemplazó las cruces de la Catedral Ortodoxa Siria con banderas negras. El 18 de julio de 2014, la fecha límite que ISIS dio a los cristianos para convertirse o pagar el impuesto, la ciudad quedó vacía de cristianos por primera vez en 1,600 años.

Mujeres cristianas y yazidíes han sido violadas, esclavizadas y obligadas a contraer matrimonio por los extremistas de ISIS. Los cristianos que huyeron fueron despojados de sus propiedades, y lugares sagrados, como la tumba de Jonás, han sido destruidos. Monjas y niños han sido secuestrados por soldados de ISIS. Hay informes —e imágenes gráficas— de ejecuciones sumarias.

Estas brutales violaciones de la libertad religiosa nos desafían a considerar por qué creemos que la libertad religiosa es importante, y cómo podemos defenderla conceptual y prácticamente.

Derecho a la libertad religiosa

Entre todas las soluciones propuestas para ayudar a las minorías religiosas perseguidas en Irak, ningún político, ningún editorial periodístico, ningún reportero de televisión ha sugerido que las minorías religiosas de Irak renuncien a su fe y se conviertan a la interpretación particular del islam del Estado Islámico. Esta sería una solución rápida y simple a la amenaza planteada por ISIS. Pero es una suposición tácita de que la conversión forzada es demasiado repugnante incluso para considerarla.

Creemos que cristianos y yazidíes, musulmanes sunitas y chiítas, kaka'is y baha'is, todos tienen derecho a estar libres de la coacción en asuntos de fe y tienen derecho a no ser obstaculizados en la práctica de su religión. Creemos que el libre ejercicio de la religión es tan importante que no se debe sacrificar incluso para asegurar un bien incomparable como la seguridad física.

Esta idea se expresa en la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Se encuentra en el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Se repite en el artículo 10 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.

El concepto de derecho a la libertad religiosa es tan familiar que puede parecer evidente en sí mismo. Pero se basa en una cierta comprensión de Dios y la naturaleza humana. Dios, por amor a nosotros, nos hizo para sí y a su imagen. Es porque tenemos ese fin y esa naturaleza que necesitamos del derecho a la libertad religiosa.

El hombre está hecho para Dios

No ofrecemos a todas las actividades humanas el mismo grado de protección que damos al ejercicio de la religión. Por ejemplo, no hemos consagrado en nuestra Carta de Derechos o la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE el derecho de ir a pescar. No es que haya nada malo con la pesca. Simplemente no es lo suficientemente importante como para ser protegida como derecho constitucional. El gobierno podría regularla o prohibirla por completo por razones que no estarían por encima de la práctica de la religión. (Bastaría decir, por ejemplo, que la oferta de bacalao o salmón estaba disminuyendo.)

Esto sugiere que creemos que la religión es algo especialmente bueno o importante. Es, de hecho, la razón para la que los seres humanos están hechos. Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica, los seres humanos fueron creados para conocer, amar y servir a Dios (Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], segunda edición [Washington, DC: Libreria Editrice Vaticana (LEV)-United States Conference of Catholic Bishops (USCCB), 2001], no. 1721).

Las Escrituras están llena de exhortaciones a conocer, amar y servir a Dios. El primer mandamiento que el Señor da a Israel es adorar solamente a Dios: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto y de la esclavitud. No tendrás otros dioses fuera de mí" (Éxodo 20:2-3). En el Evangelio, Cristo reafirma que el primero y más grande de los mandamientos es: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Mt 22:37). El salmista nos recuerda varias veces bendecir al Señor (Sal 104:1), darle gracias (Sal 105:1) y alabarlo (Sal 106:1). San Pablo nos llama a ofrecernos "como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, porque en esto consiste el verdadero culto" (Rm 12:1). Una imagen particular de la persona humana surge de estos pasajes. Como lo expresó el teólogo ortodoxo Kallistos Ware, "Es mejor definir al hombre como un animal 'eucarístico' que como un animal 'lógico'" (Kallistos Ware, The Orthodox Way, 53-54; versión del traductor). Los seres humanos están hechos para dar gracias a Dios.

Así pues, evitar que los seres humanos se dediquen a Dios es primero una ofensa contra Dios. Como Dios nos hizo para sí, tenemos el deber de darnos a él. Dios no sugirió que no tengamos otros dioses delante de él; lo mandó. Debido a que esta exigencia de Dios sobre nosotros precede a cualquier exigencia que una comunidad humana puede tener sobre nosotros, nuestro deber de devoción a Dios conlleva, en relación con otras personas, el derecho fundamental a la devoción religiosa (Concilio Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa [Dignitatis humanae], nos.1, 3, www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651207_dignitatis-humanae_sp.html).

Vemos un claro ejemplo de esto en el relato de la emancipación de Israel de Egipto. Cuando Moisés exige la liberación de Israel, dice a Faraón: "Así dice Yahvé, el Dios de Israel: Deja salir a mi pueblo para que celebre fiesta en mi honor en el desierto" (Ex 5:1, NBJ). La exigencia de libertad gira sobre el hecho de que la exigencia de Dios sobre Israel es mayor que la de Faraón. Santo Tomás Moro ofrece otro ejemplo. Moro era el Lord Canciller de Inglaterra bajo Enrique VIII. Se negó a firmar el Acta de Sucesión, que anuló el matrimonio de Enrique con Catalina de Aragón. Fue declarado culpable de traición y martirizado por su negativa. Pero Moro justificó su desobediencia como un acto de obediencia más alta. Murió diciendo: "Muero siendo buen siervo del rey, pero de Dios primero".

El hombre está hecho a imagen de Dios

En algunas culturas y algunos periodos históricos, la gente ha adoptado este punto (acerca de nuestro deber para con Dios) con un entusiasmo intransigente. Si la religión es un deber que debemos a Dios, dicen algunos, podríamos estar mejor si el Estado nos obligara a observarla. Es mucho más importante que el límite de velocidad de cincuenta y cinco millas por hora, por ejemplo, y tenemos a la policía para hacer cumplir esa regla. ¿Por qué no también los mandamientos acerca de la oración, el ayuno, la práctica de la virtud y la prevención del vicio?

Aquí, vemos que la cuestión de la protección de la libertad religiosa hace un segundo supuesto sobre los seres humanos. El derecho al libre ejercicio de la religión se basa en el hecho de que Dios hizo a los seres humanos a su imagen y semejanza (Gn 1:26; CIC, no. 1700). Al igual que Dios, los seres humanos están dotados de razón y de libre albedrío. Esto nos da la capacidad de iniciar y dirigir nuestra propia búsqueda de Dios, y de elegir libremente dedicarnos a él.

Como nuestros pensamientos son libres, es en última instancia inútil coaccionar a una persona en materia religiosa. Como explicó la Declaración sobre la libertad religiosa del Concilio Vaticano II, no se puede obligar a una persona a creer en Dios o aceptar un conjunto de doctrinas, porque "la verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las almas" (Dignitatis humanae, no. 1). Tampoco se puede obligar a alguien a dedicarse verdaderamente a Dios, incluso si se le puede obligar a realizar actos de devoción. "El ejercicio de la religión, por su propia índole, consiste, sobre todo, en los actos internos voluntarios y libres, por los que el hombre se relaciona directamente a Dios" (Dignitatis humanae, no. 3).

Quizás aún más importante, negar la libertad religiosa (al imponer o prohibir la religión) es una afrenta a la dignidad humana, porque relacionarnos libremente a Dios es esencial para ser humano.

Como criaturas racionales con la capacidad de reflexionar sobre nosotros mismos y el resto de la creación, los seres humanos hacemos naturalmente preguntas que nos orientan hacia Dios. "¿De dónde venimos?" "¿Hay algo más allá de la muerte?" "¿Cuál es nuestra relación con esa realidad última?" (Nostra aetate, no. 1). Las respuestas a estas preguntas tienen implicaciones para la forma en que vivimos nuestra vida. Cuando los seres humanos no pueden relacionarse —o no se relacionan— a Dios en sus pensamientos, palabras y acciones, no pueden vivir una vida plenamente humana.

La libertad religiosa es, pues, un reconocimiento de la gran dignidad de la persona humana. San Ireneo, un obispo del siglo II que vivió una violenta persecución a la Iglesia, observó que toda la historia de la salvación revela que "no hay coacción con Dios". De haberlo deseado, Dios podía haber creado a cada persona con todo el depósito de la fe "descargado" en su mente, todas las virtudes preinstaladas, y su albedrío permanente fijo en Dios. Al reflexionar sobre por qué Dios no escogió hacer esto, san Ireneo concluyó que si los seres humanos no venían a Dios por medio de sus propios esfuerzos,

[los seres humanos] ni se gozarían con el bien, ni valorarían su comunión con Dios, ni desearían hacer el bien con todas sus fuerzas, pues todo les sucedería sin su impulso, empeño y deseo propios, sino por puro mecanismo impuesto desde afuera. De este modo el bien no tendría ninguna importancia, pues todo se haría por naturaleza más que por voluntad, de modo que harían el bien de modo automático, no por propia decisión. (Ireneo, Contra las herejías, Libro 4, Capítulo 37)

La cuestión que plantea Ireneo es que Dios nos hizo a su imagen para que podamos ser algo verdaderamente maravilloso. No estamos hechos para recibir cosas buenas pasivamente de Dios. Tenemos el honor de cooperar en nuestra propia perfección (Gaudium et spes, no. 17) y participar de la vida divina (Lumen gentium, no. 2).

Si utilizamos nuestras facultades para buscar a Dios y dedicarnos a él, al final de nuestra vida podemos esperar repetir las palabras de san Pablo: "He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida" (2 Tm 4:7-8). Nosotros protegemos la libertad religiosa porque creemos que los seres humanos (con la ayuda de la gracia) realmente son capaces de esto.

La libertad religiosa y la práctica de la caridad

He argumentado que el derecho a la libertad religiosa se basa en varios supuestos sobre Dios y la persona humana. Como Dios nos hizo para sí, tenemos el deber de adorarlo que precede a cualquier exigencia humana. Como Dios nos hizo a su imagen, como agentes morales libres, no podemos prosperar sin la libertad de buscar a Dios.

No todos están de acuerdo con estos puntos de vista. Lo más importante que podemos hacer para asegurar la libertad religiosa en nuestra sociedad es convencer a nuestros conciudadanos de la verdad de los supuestos en que ella se asienta. Si alguien no cree en un Dios de amor, no es probable que ponga el servir a Dios por encima de otros fines respetables, como la prosperidad material o el servicio al país. Alguien que dude de que estamos hechos a imagen de Dios puede carecer del respeto por la dignidad humana que fundamenta el derecho a perseguir libremente la verdad.

El "argumento" para estos supuestos no es un silogismo, sino una demostración. Mostramos la imagen de Dios, y nuestra semejanza con él, mediante la práctica de la caridad. "Dios es amor". Esto nos fue revelado con suma perfección, explica san Juan, cuando "Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que vivamos por él" (1 Jn 4:8-9). Cuando alimentamos al hambriento, vestimos al desnudo, cuidamos a los enfermos, visitamos a los encarcelados, imitamos el amor de Dios.

Y al imitar el amor divino, manifestamos el amor divino. Cuando la gente experimenta la caridad motivada por el amor de los creyentes a Dios, experimenta la bondad de Dios. A lo largo de la historia de la Iglesia, su práctica de la caridad ha sido el testimonio más convincente de la bondad de Dios y el valor de la devoción religiosa. El emperador del siglo IV Juliano el Apóstata, por ejemplo, observó que era "la benevolencia con los extranjeros, el cuidado que da a las tumbas de los muertos y la pretendida santidad de su vida" de la comunidad cristiana lo que atraía a la gente a la fe ("To Arsacius, High-Priest of Galatia", traducción de W.C. Wright, Julian, vol. 3 [Cambridge: Harvard University Press, 1923]; versión del traductor). Aun cuando la experiencia de la caridad no lleve a otros a creer en Dios, demuestra que la devoción religiosa es una contribución invalorable para el bien común.

Al mismo tiempo, a través de la práctica de la caridad, los creyentes manifiestan la gran dignidad de la persona humana, la suya propia y la de las personas a las que ministran. Al servir a los demás por un amor fundado en la fe, damos testimonio de la capacidad de la persona humana para dedicarse libremente a Dios y participar en la vida divina del amor. Nuestra práctica de la caridad afirma la dignidad de aquellos a los que servimos al demostrar que lo que necesitan, tanto como alimento, cobijo y atención de salud, es amor, porque los seres humanos han sido creados por Dios, que es amor.

En su primera encíclica, Deus caritas est, el papa Benedicto XVI dijo que "la mejor defensa de Dios y del hombre consiste precisamente en el amor" (no. 31, w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20051225_deus-caritas-est.html). Y la mejor defensa de Dios y del hombre es la mejor defensa de la libertad religiosa.


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