Adulto Formacion de Fe - Stephen Binz

Catechetical Sunday 2016 Poster in Spanish

La antigua práctica dela lectio divina

por Stephen Binz

San Gregorio Magno, en el siglo VI, escribió: "¿Qué es la Escritura, sino una especie de carta del Dios todopoderoso dirigida a sus criaturas? El Emperador del cielo, el Señor de los hombres y de los ángeles, le ha enviado sus epístolas para bien de su vida; sin embargo, usted no las lee diligentemente. Estúdielas, se lo suplico, y medite diariamente en las palabras de Dios. Aprenda a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios" (Cartas, 5, 46).

La lectura de la Biblia de esta manera, como la Palabra de Dios que expresa el corazón de Dios, es lo que la iglesia antigua llamaba lectio divina. Esto es lo que quería decir Orígenes cuando escribió sobre la lectio divina en el siglo III, y lo que los escritores patrísticos en general recomendaban como una forma de oración. "Lectio Divina" es una expresión latina que significa "lectura divina" o, como más a menudo se la traduce, "lectura espiritual".

La base más importante de esta forma de orar con la Escritura es comprender la inspiración del texto. Cuando san Pablo declaró que "Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios" (2 Tm 3:16), utilizó la palabra theopneustos (exhalada por Dios). El texto sagrado es escrito por la mano humana, pero "exhalado" por Dios. Dios es la fuente primaria de la Escritura, y los escritores humanos son la fuente instrumental.

Por lo tanto, la inspiración no es sólo un carisma dado por Dios a los escritores bíblicos, sino que es una característica permanente del texto bíblico. La Biblia siempre es inspirada, así que cada vez que la tomamos en nuestras manos para leerla, sabemos que el Espíritu de Dios ha sido infundido en el texto. Por lo tanto, el Espíritu Santo dentro de nosotros nos lleva a escuchar, reflexionar y comprender en profundidad las palabras inspiradas dadas a nosotros en la Sagrada Escritura.

Como la Biblia es la Palabra de Dios —"cartas" de Dios para nosotros—, nuestra primera respuesta debe ser escuchar (lectio). Debemos atender cuidadosamente al texto, escuchándolo "con el oído del corazón", como recomendaba san Benito (Regla de San Benito, Prólogo). Si Dios está en verdad hablándonos a través del texto sagrado, entonces debemos prestar atención a las palabras con un sentido de expectativa y dejar de lado nuestras propias agendas. No importa cuántas veces podamos haber leído el pasaje en el pasado, siempre podemos esperar que Dios nos ofrezca alguna nueva sabiduría cada vez que leemos. Así que hay que escuchar el texto como si fuera la primera vez, prestando atención a lo que Dios desee para nosotros.

Escuchar la Palabra inspirada nos lleva a la reflexión (meditatio). Queremos comprender el significado del texto en el contexto de nuestra vida. Como las Escrituras son Revelación Divina, son mucho más que simple información. Al reflexionar y ponderar el texto, permitimos que el texto sea un encuentro con Dios, y nos abrimos a la significación más profunda y la gracia que Dios desea para nosotros.

Al entrar en este tipo de meditación, podríamos tratar de colocarnos a nosotros mismos en la escena. Queremos encontrar a Dios a través del texto con todo nuestro ser: nuestra mente, corazón, emociones, imaginación y deseos. A través de este tipo de reflexión, tratamos de discernir lo que Dios quiere que comprendamos o experimentemos a través del texto sagrado.

Luego, después de escuchar y reflexionar sobre la Palabra de Dios, es natural que queramos responder en oración (oratio). Nuestra oración surge en nuestro corazón como resultado de haber encontrado a Dios en el texto bíblico. Al igual que en cualquier comunicación verdadera, escuchamos y respondemos, de manera que se establezca un diálogo entre Dios y nosotros. Como dijo san Ambrosio, "En la lectio escuchamos a Dios, en la oratio hablamos con Dios".

Dependiendo de lo que hayamos escuchado que nos dice Dios en nuestra lectura reflexiva, nuestras oraciones pueden ser de alabanza, acción de gracias, lamento o arrepentimiento. Y nuestras oraciones se enriquecen cada vez más porque continuamente somos nutridos por el vocabulario, imágenes y sentimientos de los textos sagrados.

Como nuestras respuestas a la Palabra de Dios son cada vez más relaciones personales con Dios, nuestras oraciones nos llevan entonces a la contemplación (contemplatio), que es descansar en la presencia de Dios. Al igual que en cualquier relación, las palabras y el diálogo sólo se pueden mantener por un tiempo. En la presencia de Dios, nuestras oraciones llevan al silencio.

En esta contemplación silenciosa, abrimos nuestro corazón a lo que Dios quiera hacer dentro de nosotros. Después de haber sido alimentados por la Palabra de Dios, somos ahora transformados por la gracia de Dios como sólo Dios sabe hacer. Una humilde receptividad de nuestra parte permite que Dios obre su voluntad transformadora dentro de nosotros.

Antes de terminar nuestro tiempo de oración con la Palabra de Dios, nos tomamos un momento para volver a nuestra vida activa con conciencia. Pasamos de la contemplación a la acción (operatio). Debemos considerar lo que Dios quiere que hagamos como resultado de haber encontrado la Divina Presencia en la Escritura.

Al permitir que nuestra vida sea transformada gradualmente por la Escritura, nos convertimos en testigos de la Buena Nueva. La experiencia de la lectio divina profundiza la presencia de Dios dentro de nosotros a medida que tratamos de asemejarnos a Jesucristo. Así nuestra vida cotidiana se vuelve más atenta, se hace más misericordiosa y adquiere más sentido.

La lectio divina es la forma más antigua de la Iglesia de leer la Biblia. Por supuesto, esta lectura orante de la Escritura fue llamada lectio divina recién en la época de los Padres latinos, pero esta debe de haber sido la manera en que Jesús leía las Escrituras de Israel: una manera que él aprendió de la tradición judía. También los primeros cristianos leían los Evangelios de esta manera, no sólo como una forma de aprender acerca de Jesús, sino como un medio de formar su vida como sus discípulos.

Los Padres de la Iglesia hablaban de la lectio divina como una forma de reflexionar sobre la Palabra de Dios. Orígenes exhortó a sus lectores a estudiar y orar la Palabra de Dios, pidiendo ser iluminados por Dios. Jerónimo animó a su audiencia a alimentarse cada día con la lectio divina. A medida que el movimiento monástico se desarrollaba, la lectio divina era practicada como la manera diaria de comunicarse con Dios. San Benito estableció la lectio divina, junto con la liturgia, en el centro de su Regla. La tradición monástica animaba a esta lectura lenta y reflexiva de la Escritura y la consiguiente ponderación de su significado.

Otras tradiciones espirituales practicaron la lectio divina en una variedad de maneras. San Alberto estipuló que los carmelitas debían reflexionar en la Palabra de Dios día y noche. San Juan de la Cruz instó a la práctica de la lectio divina de esta manera: "Buscad leyendo y hallaréis meditando; llamad orando y os abrirán contemplando" (De officiis ministrorum 1, 20, 88). En la espiritualidad dominica, la escucha de la Palabra se convierte en preparación para dar testimonio de la Palabra. El octavo modo de orar de santo Domingo, sentado con la Escritura, lleva a su noveno modo de oración, caminando con la Escritura. San Ignacio de Loyola añadió a la lectio divina las dimensiones de imaginación, consolación y discernimiento a medida que desarrollaba los Ejercicios Espirituales. La Compañía de Jesús, más comúnmente conocida como los jesuitas, enseña que la lectio divina forma a las personas en contemplativos en acción.

En los últimos años, la lectio divina ha sido liberada de monasterios y casas religiosas para convertirse en el corazón de la espiritualidad laica. En su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el papa Francisco recomendaba la lectio divina como una "forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu" (Evangelii Gaudium, 152). La lectio divina, dijo, "consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve".

En lugar de mantener la Escritura a una distancia analítica segura, esta lectura formativa nos lleva a implicarnos de manera íntima, abierta y receptiva en lo que leemos. Nuestro objetivo no es utilizar el texto para adquirir más conocimiento, obtener consejo o formarnos una opinión sobre el pasaje. Por el contrario, el texto inspirado se convierte en el sujeto de nuestra relación de lectura y nosotros nos convertimos en el objeto influenciado y moldeado por la Escritura. Al leer con expectativa, nos abrimos para que la Palabra divina pueda abordarnos, sondearnos y formarnos en la imagen de Cristo.

Aunque algunos hoy en día tratan de crear una distinción clara entre el estudio de la Biblia y la reflexión orante de la Escritura, los escritores patrísticos cristianos nos muestran que no podemos crear este tipo de división con la Palabra de Dios. Ya sea que estemos estudiando o rezando, siempre debemos estar abriendo un camino hacia nuestro corazón para la venida de Jesús. El estudio de la Biblia hoy debe enseñar a las personas a escuchar personalmente la voz de Dios en los textos inspirados y a buscar un entendimiento y amor orante, contemplativo y formativo por la Escritura. No hay una distinción clara aquí entre el estudio y la oración.

La lectio divina es similar a la comunión eucarística en que, por su intermedio, Cristo en cierto sentido entra bajo nuestro techo, infunde en nuestro cuerpo y alma su presencia divina, y nos forma en su propio cuerpo. El papa Benedicto dice que "la lectura asidua de la sagrada Escritura acompañada por la oración realiza el coloquio íntimo en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla y, orando, se le responde con confiada apertura del corazón. Estoy convencido de que, si esta práctica se promueve eficazmente, producirá en la Iglesia una nueva primavera espiritual" (Discurso en el 40 aniversario de Dei Verbum, 16 de septiembre de 2005). En una visión de Ezequiel, Dios invita al profeta a abrir la boca y comer el rollo para que luego pueda hablar la Palabra de Dios al pueblo (Ez 3:1-4). Los escritores medievales solían comparar la lectio divina con este proceso de comer: tomar un bocado (lectio), masticarlo (meditatio), deleitarse en su sabor (oratio), y luego digerirlo para que se convierta en parte del cuerpo (contemplatio). Yo añadiría, por último, metabolizar la Palabra (operatio), de modo que pueda ponerse en práctica en formas de testimonio y servicio.



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