Material didactico - Christopher Chapman

Catechetical Sunday 2016 Poster in Spanish

La Palabra de Dios como fuente de oración

por Christopher Chapman

En Romanos 8:26, san Pablo nos dice, "Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene". La noticia, aunque parte de la graciosa revelación de Dios, no es nada del otro mundo. Confirma algo que la mayoría de nosotros ya intuye: nuestra vida de oración no es como debe ser. Nos distraemos con facilidad, egoístas en nuestros deseos, impuros en nuestras intenciones. Incluso los Apóstoles reconocían estos problemas en sí mismos. De ahí su petición en Lucas 11:1, "Señor, enséñanos a orar".

En respuesta a su petición, Jesús les enseña, y por extensión a todos nosotros, lo que conocemos como el "Padre Nuestro".

En esa oración, Jesús identifica el "danos hoy nuestro pan de cada día" como una de las peticiones que debemos dirigir al Padre. Hay muchos significados contenidos en esta única petición, la más obvia de las cuales (al menos para los católicos) es una alusión a la Eucaristía (Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], no. 2836). Pero hay otro tipo de "pan de cada día", al que Jesús se refiere cuando Satanás lo tienta en el desierto. Allí, Jesús, como se registra en Mateo 4:4, rechaza la invitación de Satanás a convertir las piedras en pan con una cita de Deuteronomio 8:3: "No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios".

La Eucaristía es esencial para el florecimiento humano. Pero, como Jesús deja claro en este pasaje, la Palabra de Dios es igual de esencial para nuestra existencia y nuestra vida. Si queremos pedir "lo que nos conviene", tenemos que meditar en ella y "masticarla" todos los días.

El propósito de la oración

Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica en sus primeras páginas, "el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre" (CIC, no. 27). Continúa citando este hermoso pasaje de Gaudium et Spes (GS 19): "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento".

Este profundo y permanente deseo humano de conversación y comunión con Dios es finalmente respondido por Jesucristo. Y es dentro de la Iglesia que encontramos los medios completos de crecimiento con y hacia Dios, lo cual incluye la Sagrada Escritura.

Por la fe, afirmamos y creemos que "La sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo", y que la "Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los Apóstoles" (CIC, no. 81).

El Catecismo afirma también, en palabras de Dei Verbum 11, "[que] como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra" (CIC, no. 107).

Adviértase que tanto en la creación del hombre como en la inspiración de la Sagrada Escritura, hablamos de Dios exhalando.

En primer lugar, con respecto al hombre, "el relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que 'Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente'" (CIC, no. 362, Gn 2:7).

En segundo lugar, en lo que respecta a la Sagrada Escritura, san Pablo recuerda tanto a san Timoteo como a nosotros que "toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud..." (2 Tm 3:16). La palabra que usa Pablo allí para inspiración es el griego theopneustos, que se traduce literalmente como "exhalada por Dios".

Estos dos pasajes de la Escritura nos ayudan a ver que la conversación y comunión entre el hombre y Dios está estrechamente relacionada con la Sagrada Escritura. Estamos hechos para inhalar y exhalar las palabras de Dios, las cuales están todas relacionadas con la Palabra de Dios, Jesucristo, "su Verbo único, en quien él se da a conocer en plenitud" (CIC, no. 102).

La exhortación de la Iglesia

San Jerónimo afirmó, "La ignorancia de la Escritura es la ignorancia de Cristo". Es una declaración profunda en su simplicidad y perspicacia. Pero ¿la tomamos en serio? ¿Qué tan bien conocemos realmente a Jesucristo? ¿Qué tan bien conocemos las Escrituras? Estas preguntas están íntimamente relacionadas. Si no conocemos bien a Jesús, ¿es posible conversar bien con él? ¿No es la conversación lo que es la oración? ¿No debe nuestra lectura y escucha de la Escritura ser una parte íntima de nuestra conversación con Dios?

En el Catecismo, la Iglesia llama a los cristianos a superar ambas deficiencias a través de la lectura orante de la Sagrada Escritura:

"La Iglesia 'recomienda insistentemente a todos sus fieles [...] la lectura asidua de la Escritura para que adquieran "la ciencia suprema de Jesucristo" (Flp 3:8) [...]. Recuerden que a la lectura de la sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras'. Los Padres espirituales parafraseando Mt 7:7, resumen así las disposiciones del corazón alimentado por la palabra de Dios en la oración: "Buscad leyendo, y encontraréis meditando; llamad orando, y se os abrirá por la contemplación'" (CIC, nos. 2653-2654)

No necesitamos mirar muy lejos para saber cómo es este tipo de oración embebida en la Escritura; Jesús mismo está saturado completamente con la Escritura cuando ora, habla y enseña. No se puede encontrar más grande ejemplo que Jesús en la cruz: En el cenit de su misión y en medio de una agonía inimaginable, escuchamos a Jesús hablando al Padre, en realidad orando en voz alta, las primeras palabras del salmo 22: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Es como si la Escritura sangrase de él incluso cuando la sangre sale de su cuerpo. La Palabra de Dios habla las palabras de Dios.

A lo largo de su ministerio, Jesús también usó la Escritura para iluminar la mente y el corazón de sus oyentes, llevándolos, a su vez, a una relación más estrecha con Dios.

Por ejemplo, en Lucas 20, lo vemos discutiendo con los principales sacerdotes y los escribas. En el versículo 9, comienza la parábola del dueño de la viña que arrienda la viña a unos labradores. El dueño pone a cargo a varios siervos, que son maltratados por los labradores. Finalmente el dueño envía a su hijo amado, a quien matan los labradores. Los oyentes responden con un "Dios no lo quiera" —una interesante respuesta—, y Jesús "clavando en ellos la mirada, dijo: 'Pues, ¿qué es lo que está escrito: "La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido? Todo el que caiga sobre esta piedra se destrozará, y aquel sobre quien ella caiga quedará aplastado"'.

Estas palabras de Jesús se refieren directamente a Isaías 8:14-15. Jesús sabía esto, no sólo en su naturaleza divina desde toda la eternidad, sino también en su naturaleza humana a través de la oración y el estudio. Su meditación de la Escritura, que también puede decirse que es su oración de la Escritura, produce frutos de sabiduría.

Encontramos que el mismo tipo de íntima familiaridad con la Escritura fluye de la Santa Madre. En el Evangelio de Lucas, María responde a la abrumadora y singular gracia que le comunica san Gabriel Arcángel con un cántico de alabanza: el Magnificat. Sin embargo, en una inspección más cercana, vemos que esta canción espontánea es una variación sobre el cántico de alabanza entonado por Ana que aparece en 1 Samuel 2:2-10. Ana cantó su alabanza cuando, después de años de infertilidad, concibió a Samuel. Largo tiempo le había pedido a Dios por el don de un hijo, y cuando Dios respondió a sus oraciones, un cántico fue su alegre acto de agradecimiento.

La experiencia similar de María —recibir un niño milagroso como un don del Señor— se expande en su corazón y su mente, hasta que, inspirada por el Espíritu Santo, trae a la mente la canción de Ana y la hace suya en una nueva y magnífica oración. Lucas registra esto en 1:47-55. Aunque el Magnificat de María es una manifestación extraordinaria de la interacción de la gracia de Dios y la Escritura, nos da un ejemplo práctico de lo que sucede cuando meditamos en la Escritura y cómo puede ello dar fruto en nuestra vida y la vida de los demás.

En el Catecismo se nos recuerda que la oración es un "drama" (CIC, no. 2598). Es este drama lo que yace en el corazón de la oración humana, y es la Escritura la que está destinada a iluminar y guiar nuestra oración. Al leer la Sagrada Escritura entramos en un diálogo con Dios que es una conversación real. Dios espera que lo interroguemos, que lo descubramos y que pongamos dedicación a su Palabra. A cambio, él nos promete que encontraremos sabiduría. Realmente está a nuestro alcance si la pedimos.

Un ejemplo contemporáneo

Como afirmábamos al principio, "nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene". En Isaías, el Señor revela, "Así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes, y mis pensamientos a sus pensamientos" (Is 55:9).

Entonces ¿cuál es nuestra esperanza? Es la Revelación de Dios. Él desea que conozcamos sus caminos. Nos invita a reflexionar y orar, y luego también nos muestra el camino. Lo que debemos hacer, como el salmista, es prometer a Dios, "En tus ordenanzas quiero meditar y mirar a tus caminos. En tus preceptos tengo mis delicias, jamás me olvidaré de tus palabras" (Salmo 118:15-16). Cuando hacemos eso, Dios entonces trabaja con nuestros esfuerzos, ayudándonos a descubrir en su Palabra más de lo que nunca esperábamos encontrar. "La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón" (Hb 4:12). En efecto, la Escritura es tan dinámica como nuestra vida.

En un blog franco y elocuente, Abraham Villela ilustra este punto contando el día en que un breve pasaje de la Escritura, usado por un catequista, traspasó su mente y su corazón cuando tenía quince años.

Explica: "Yo tenía 15 años, y era un devoto del rock metálico que llevaba camisetas de bandas, como Marilyn Manson, a clase y a Misa. No tenía ningún interés en la iglesia. Recuerdo que le dije sin rodeos a una catequista el primer día de clase que no quería estar allí, que iba a sentarme en la esquina y escuchar música en mi reproductor de CD portátil...".

Un día, sin embargo, Villela se olvidó de llevar sus auriculares a clase. Sin nada más que ocupara su atención, se encontró escuchando a la maestra por primera vez.

"Lo que pasó después", continúa, "cambió la dirección no sólo de mi vida, sino de mi destino eterno. Mi catequista tomó su Biblia y leyó 1 Pedro 5:7: "Dejen en sus manos todas sus preocupaciones, pues él cuida de ustedes".

Como Villela recuerda en su ensayo, desde temprana edad había luchado con una ansiedad que lo consumía y lo "paralizaba". Pero, al escuchar aquellas palabras de san Pedro, escribe, "Mi corazón se sintió traspasado y me sentí lleno de paz. No es que no creyera en Dios, pero nunca pensé que él creía en mí. Fue un momento Hebreos 4:12".

Cortado por la espada "viva y eficaz" de la Escritura, Villela empezó a sollozar. Entonces, después de clase, se acercó a la catequista: "Con los ojos llorosos, le pregunté si ella creía que Dios nos cuida, si realmente quiere que le confiemos nuestras preocupaciones. Creo que se dio cuenta de que Dios me había hablado en esa clase y, emocionada, me dijo que ella cree que sí, que él hace eso".

Ese encuentro no curó mágicamente la ansiedad de Villela. Sigue luchando con ella hasta la fecha. Pero la oración y la meditación en la Palabra de Dios le han dado luces profundas sobre el sentido de su cruz y han traído consuelo a su vida.

"La ansiedad que experimento es una oportunidad para encontrar a Dios en la oración", concluye. "Si cada vez que experimentase ansiedad me detuviese a orar, sería mucho más santo de lo que nunca podría imaginar. Es como cuando san Pablo le pidió al Señor que le quitase la 'espina clavada en su carne' y el Señor le respondió que "mi poder se manifiesta en la debilidad" (2 Co 12:9).

La Escritura es una realidad constante y penetrante en la vida de todo discípulo, desde Abraham Villela hasta la Madre de Dios. El deseo de Dios, para cada hombre y cada mujer, es que las palabras del profeta Jeremías se hagan de todos ellos: "Siempre que oí tus palabras, Señor, las acepté con gusto; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón" (Jr 15:16).

Un encuentro con Dios a través de la Escritura no debe ser un evento de una sola vez o un feliz accidente para aquellas especiales almas privilegiadas a quien Dios escoge. Está ligado con el discipulado: una amorosa demanda de Dios a todos los que buscan seguir a Cristo. Para responder a esta demanda, debemos comprometernos a la lectura y oración regular de la Biblia. El salmo primero nos revela que la persona feliz "ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos" (Sal 1:2). Que así sea con nosotros.

Algunas sugerencias prácticas:

  • Rezar el oficio divino: Buscar una opción en línea —hay buen número de ellas— o comprar un juego.
  • Buscar un estudio de la Biblia que presente una introducción a la Historia de la Salvación.
  • El Rosario es una oración profundamente bíblica. Hay muchas ayudas —en línea e impresas— que vinculan pasajes bíblicos con cada misterio para intensificar el contenido de la Escritura.
  • Comprometerse a la lectura de los Evangelios, un capítulo por día, o leer toda la Biblia en un año con una ayuda en línea.


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