Catequista al Servicio - Curtis Martin
El encuentro con Cristo mediante un testimonio auténtico de la fe y una comprensión cada vez mayor de su contenido
por Curtis A. Martin
Presidente
Cofraternidad de Estudiantes de Universidades
Católicas (FOCUS por sus iniciales en inglés)
"Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de
la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la
Iglesia"… Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la
Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar. —Papa Pablo VI, La
Evangelización en el mundo contemporáneo (Evangelii Nuntiandi [EN]),
https://www.vatican.va
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vi_exh_19751208_evangelii-
nuntiandi_sp.html
En una clase típica, un profesor se dirige a sus estudiantes y pregunta: "¿Quién me puede decir la diferencia entre ignorancia y apatía?" Después de un rato, nadie contesta. Repite la pregunta, pero una vez más no recibe ninguna respuesta. Por último, un poco exasperado, se dirige a uno de los estudiantes y dice: "Betania, dile a la clase la diferencia entre ignorancia y apatía". La joven piensa por un momento, levanta la cabeza y responde: "No lo sé y no me importa".
La obra de la evangelización debe abordar tanto el problema de la ignorancia como el de la apatía. Reconocer los distintos desafíos que presenta cada uno de estos impedimentos es un punto de partida importante. Si a las personas no les importa, ninguna enseñanza por mucha que sea resolverá el problema, pero una vez que sí les importa, enseñar el contenido de la fe es un componente indispensable e insustituible para conducir a las personas a la plenitud de la fe.
Todos y cada uno de nosotros está hecho por el Amor y está hecho para el amor. Dios nos ha creado de tal manera que tenemos un deseo irresistible de verdad, bondad, belleza y amor. Para superar la apatía, debemos atraer a los hombres y mujeres más allá de las distracciones de esta vida e invitarlos a encontrarse con la realidad para la que fueron creados. Como católicos, hemos descubierto que lo trascendente no se refiere a meras abstracciones; existe, en perfección, en una Persona. El primer paso de la evangelización es un encuentro con Jesucristo, que vino por ti, vivió por ti, sufrió y murió por ti, y resucitó para ir al cielo donde espera por ti.
No es suficiente saber acerca de Jesucristo. Tenemos que llegar a encontrarnos con él como una persona viva. Aunque este encuentro puede tomar muchas formas, en su esencia el encuentro con Jesucristo pasa a ser de un objeto para nuestra consideración a un sujeto con el cual entablamos una relación personal.
Piénsalo de esta manera. Como católicos, tenemos una relación con el papa. Él es el líder terrenal de la Iglesia, y nosotros somos miembros de la Iglesia. Oramos por él en cada misa en la Plegaria Eucarística, y desarrollamos un sentido de cercanía con él que se evidencia en la cálida acogida que recibe en todo el mundo. Pero imagina que fuiste a Roma y estabas parado en la audiencia cuando él pasó por allí. Al pasar, tendió la mano y te tocó. Esto crearía un recuerdo que duraría toda la vida. Pero ¿y si en lugar de sólo estrecharte la mano, se detuvo, se acercó y te llamó por tu nombre? Te pidió que te reunieras con él. Cuando se reunieron, te dijo que había escuchado de ti y que estaba al tanto de tu familia y de tus intereses y preocupaciones. Te invitó a empezar a reunirte con él regularmente y a que le ayudaras con su trabajo, y se ofreció a ayudarte con el tuyo. La relación de ustedes había pasado de ser real, pero formal, a una que era íntima y personal.
Del mismo modo, todos los católicos tienen una relación con Jesucristo. Sin embargo, muchos de nosotros experimentamos esta relación como formal y no como personal. Jesús, a diferencia del papa, no está limitado en su capacidad de entablar una relación íntima y personal con cada uno de nosotros, y él está invitando a cada uno de nosotros a conocerlo íntima y personalmente.
Se nos dice en el Catecismo: "Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros: 'El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí'" (Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], segunda edición, [Washington, DC: Libreria Editrice Vaticana–United States Conference of Catholic Bishops, 2001], no 478).
En otras palabras, nuestra salvación es una tarea profundamente personal por parte de Jesús. Nuestra respuesta, del mismo modo, debe ser profundamente personal, reuniéndonos con él en un encuentro personal, dando lugar a una reorientación de nuestra vida. Empiezan a importarnos las cosas que él hace. Una vez que el amor se ha apoderado de nosotros, estamos dispuestos a aprender cómo podemos conocerlo y amarlo de maneras cada vez mayores.
El Catecismo de la Iglesia Católica representa una auto-comprensión autorizada de la Iglesia Católica. Antes de cualquiera de los 2,865 artículos propuestos para la fe, el Catecismo comienza con tres frases breves. Las primeras palabras del Catecismo citan directamente a Jesucristo. "Padre, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo (Jn 17,3)" (CIC, p. 7).
A partir de esta declaración seminal, podemos ver que el catolicismo, según la propia comprensión de nuestro fundador, es esencialmente relacional. De hecho, la palabra hebrea para "relación" es yada, "conocer." Es un término rico y rotundo. Mucho más allá del conocimiento de hechos y doctrinas, incluso más allá de la relación de familiaridad o con conocidos, yada a alguien es estar en profunda, íntima, vivificante y transformadora relación de alianza con esa persona. La primera vez que se utiliza este término en la Sagrada Escritura, leemos que "Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió" (Gn 4,1, Santa Biblia Reina-Valera, 1960). Jesús define la vida eterna a la luz de una profunda, íntima, vivificante y transformadora relación de alianza con el único Dios verdadero, y Jesucristo a quien él envió.
El Catecismo expresa esto en el primer artículo. "Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, se hace cercano del hombre: le llama y le ayuda a buscarle, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia" (CIC, no. 1).
El amor despierta el deseo. Una vez que encontramos a la persona de Jesús, deseamos querer lo que él quiere. Es el amor que supera, de hecho entierra, la apatía. Nuestros corazones, una vez distraídos por mil amores menores, encuentran la perla de gran precio, y llegamos a desearlo por encima de todas las cosas.
La conexión dinámica entre el amor y la verdad se manifiesta en el más fundamental de los momentos de la historia. Jesús mismo, mientras era sometido a juicio por su vida, nos dice la razón misma de su nacimiento. "Pilato le dijo: '¿Conque tú eres rey?' Jesús le contestó: 'Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz'" (Jn 18,37).
Muy a menudo, los educadores dentro de la Iglesia nos hemos saltado este paso de despertar el deseo. Comenzamos el vitalmente importante trabajo de la instrucción sin primero haber abordado la cuestión de la nostalgia. Incluso la más suntuosa de las comidas tendrá poco atractivo para alguien que no tiene hambre. Sin embargo, para alguien que está muerto de hambre, la comida siempre parece saber mejor. Si deseamos instruir la mente, primero debemos despertar el corazón.
Una vez que alguien ha encontrado a Jesús, quiere seguirlo. Este deseo crea una apertura para la instrucción y la formación. El contenido de la fe se presenta para responder a dos preguntas básicas: En primer lugar, ¿qué debería yo saber, para que pueda pensar con la mente de Cristo? En segundo lugar, ¿en qué debería ser formado para que pueda actuar con el carácter de Cristo? La instrucción cristiana informa la mente con las verdades de la fe. La formación cristiana introduce a los creyentes a las virtudes y rasgos de carácter que les permitirán, con la ayuda de la gracia de Dios, vivir como hombres y mujeres de los cuales el mundo no es digno (véase Hb 11,38).
Dios es libre de actuar de cualquier manera que elija; sin embargo, nos ha dado una norma para difundir la fe. "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (CIC, no. 2; véase también Mt 28,18-20).
En esta "Gran Comisión", se nos instruye no a ir y hacer conversos, o creyentes, sino a hacer discípulos. Los discípulos son los que han experimentado un encuentro con Jesús y se han vuelto a seguirlo. Ellos están en el camino del discipulado y están siendo instruidos y formados en la práctica de la fe. Su vida misma es un auténtico testimonio de lo que significa ser una persona de fe. "Finalmente, el que ha sido evangelizado evangeliza a su vez. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia" (EN, no. 24).
La Nueva Primavera será un florecimiento de estos discípulos que conocen al Señor y conocen sus enseñanzas. Su vida ofrece el testimonio auténtico que permite a otros ver con los ojos de la fe.
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Las citas del Catecismo de la Iglesia Católica, segunda edición, © 2001, Libreria Editrice Vaticana–United States Conference of Catholic Bishops, Washington, D.C. Utilizadas con permiso. Todos los derechos reservados.