Segunda Parte: La Visión de fe Para Los Jóvenes Adultos
Hijos e Hijas de la Luz: Plan Pastoral para el Ministerio con Jóvenes Adultos
12 noviembre, 1996, United States Conference of Catholic Bishops.
La Iglesia, como comunidad, lleva a cabo la misión de Jesús entrando en la realidad cultural, religiosa y social de los pueblos...ella puede predicar la necesidad que todos tienen de la conversión, de afirmar la dignidad de la persona y de buscar la manera de erradicar el pecado personal, las estructuras opresoras y las injusticias.
Plan Pastoral Nacional para el Ministerio Hispano, No. 13
Aceptar La Invitación De Dios
La fe nos dice que todo lo bueno es posible porque Dios obra por
nosotros. Dios nos escoge y coloca en cada corazón humano el deseo por
Él. Dios nos invita a transformarnos en un pueblo santo, a participar y
encontrar apoyo en una comunidad de creyentes y a contestar "sí"
continuamente a la invitación de Jesús que nos dice "Ven y sígueme" y,
de esta forma, hacer posible esta transformación (Lc 18:22). Este "sí"
significa, como lo dijo Aída Salgado, una joven de Texas, "compartir con
los demás al Cristo que bajó de la cruz para habitar dentro de cada uno
de nosotros". Es convertirse en un pueblo de gran fe—en hijos e hijas
de la luz.
Es esta profundización de la espiritualidad perso-nal mediante la fe en
Jesucristo la que provee la base y la visión para la vida. En este mundo
de valores cambiantes, Jesucristo nos ofrece una base sólida. Él es la
única constante que no cambia. En momentos de confusión o de duda,
nuestro compromiso de seguir la senda de Jesucristo nos puede traer una
visión llena de esperanza para nuestro mundo. En medio de los muchos e
impredecibles cambios de la vida, las tradiciones de la Iglesia hacen
eco de los sueños y esperanzas que tiene Dios para los jóvenes adultos.
El Llamado A La Santidad—Crecer En Jesucristo
¿Qué significa ser una persona santa o espiritual? Sencillamente,
es el llamado de Dios a estar en unión con Cristo. "Ya se te ha
dicho... lo que es bueno y lo que el Señor te exige: Tan solo que
practiques la justicia, que sepas amar y que te portes humildemente con
tu Dios" (Mi 6:8). Ser santo es vivir de acuerdo al Evangelio—tener como
base a Cristo Jesús. Ser un pueblo que muestre una tierna compasión,
bondad, humildad, mansedumbre y paciencia es un desafío perenne (cf. Col
3:12). Es un llamado a aceptar las bienaventuranzas—ser pobre en
espíritu, consolar, ser paciente, ser misericordioso, trabajar por la
paz (ver Mt 5:3-11). Esto significa escuchar la palabra de Jesús y
meditar sobre ella; significa participar en la eucaristía y en la vida
sacramental de la Iglesia. Significa orar en forma individual y en
comunidad y hacerlo regularmente.24 Es una invitación a
llevar un sentido más acentuado de la presencia de Jesucristo al ritmo
cotidiano: a la escuela o al trabajo, a la crianza de una familia y a
las actividades cívicas.
El camino hacia la santidad es la senda que nos lleva a encontrar y
saciar el hambre por encontrar significado y hacer algo provechoso con
nuestras vidas. Ese camino nos impulsa a ir más allá de nosotros mismos
para servir a nuestras familias, a nuestras relaciones, trabajo y
comunidades, así como a nuestra Iglesia; a buscar celosamente la
justicia para el pobre, el marginado, el bebé nonacido, el anciano, el
que sufre y el acongojado. "La vocación para amar, entendida como una
verdadera apertura a nuestros semejantes, y en solidaridad con ellos, es
la más básica de las vocaciones. Es el origen de toda vocación en la
vida".25 Es inseparable del amor a Dios.26
Esta profundización de la fe en Jesucristo nos conduce a una visión de
lo que la vida puede ser. Probablemente se requieran actos de valentía
para conseguir grandes cosas para la humanidad. En este camino no
estamos solos. Compartimos la lucha con todos los creyentes: "Estoy en
un campo de batalla por mi Señor. Prometo servirlo hasta la muerte"
(Espiritual africano). El "llamado de los laicos a la santidad es
[entonces] un regalo del Espíritu Santo.[Nuestra] respuesta es un regalo
para la Iglesia y para el mundo".27
Los jóvenes de hoy tienen una desventaja...Detrás de cada una de estas vidas, hay una historia y un rostro...Somos la generación que ha crecido en medio de familias fragmentadas. Tenemos amigos y amigas homosexuales que quieren ser aceptados por lo que son. Tenemos amigos que tienen luchas internas acerca de us propia sexualidad y aun así sienten que no pueden discutirlo. Tenemos familiares y amigos divorciados; tenemos amigas solteras que están esperando un hijo...
Matthew T. Dunn, Beavercreek, Ohio
El Llamado A Vivir En Comunidad—Nutrir La Fe
El desafío de ser transformado en una persona santa no se enfrenta solo,
sino dentro de una comunidad de fe. Los jóvenes adultos repetidamente
nos han manifestado su deseo de encontrar y participar en comunidades en
las cuales se sientan aceptados y acogidos, en donde las personas
tengan valores y creencias similares a las suyas. Este anhelo de formar
parte de una comunidad lo sentimos todos en lo más íntimo de nuestro
ser. Es algo básico en el ser humano, no es "algo sobreañadido sino una
exigencia" de nuestra naturaleza.28 Dentro de la comunidad,
desarrollamos nuestro potencial, nuestros talentos, nuestra identidad y
respondemos a los muchos desafíos que conlleva ser mujeres y hombres
santos. Comunidad no es sólo un principio abstracto, sino una realidad
concreta vivida diariamente en el hogar, en la universidad, dentro de la
sociedad y en organizaciones, movimientos y parroquias.
Comunidad es la promesa de Dios a aquellos que aceptaron su bondadosa
invitación a vivir el Evangelio y ser luces para el mundo. Reclamados
por Cristo y bautizados en el Espíritu Santo, todos nos hemos convertido
en miembros plenos de la Iglesia, merecedores del amor, respeto y apoyo
de la comunidad cristiana en pleno.29 Esta comunión de fe es una comunión de carismas, dones y talentos, un lugar donde participan los jóvenes adultos, no sólo recibiendo sino también contribuyendo.30
Esta comunión de la Iglesia, enraizada en el amor de Dios, ofrece a los
jóvenes adultos la visión, propósito y bases necesarias para recibir la
sanación que anhelan, en medio de esas experiencias dolorosas de la
vida.
Personas de todas las edades manifiestan la necesidad de reconciliación y
sanación por causa de relaciones fallidas, del abuso y la adicción, el
libertinaje sexual, la violencia callejera, los hogares quebrantados o
violentos, la falta de trabajo, la discriminación en todas sus formas,
el rechazo y la soledad. La redención de Cristo es esencial para esta
sanación. Es en la comunidad de fe donde el poder sanador de Jesús toca a
cada persona y, por ella, a los vecindarios, ciudades y a la sociedad.
Por medio de los sacramentos—sobretodo, por la reconciliación y la
eucaristía—los jóvenes adultos encuentran la presencia sanadora del
Señor y reciben el valor y la gracia para enfrentar los muchos desafíos
que conlleva vivir un estilo de vida cristiano.
El llamado a la santidad y comunidad cristiana exige una reciprocidad en
las relaciones. Mientras que los jóvenes adultos aspiran ser mucho más
fieles a su nueva vida en Cristo, así también la Iglesia toda se empeña
en celebrar los dones que ellos traen. La Iglesia reconoce que el
Espíritu Santo obra a través de ellos, con su energía, crea-tividad,
participación y liderazgo. De igual forma, estamos llamados a escuchar
su dolor. La Iglesia debe ser receptiva a aprender de sus experiencias,
ansiedades, incertidumbres, y de sus cuestionamientos constructivos y
honestos. "El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia... sobre
todo de los pobres y de cuantos sufren, son gozo y esperanza, tristeza y
angustia de los discípulos de Cristo".31
Creo que la Iglesia puede ser el lugar tranquilizante a donde los jóvenes regresan en los momentos críticos de inseguridad o de búsqueda. Necesitamos un lugar seguro en donde hablar sobre la fe y la falta de fe, y una comunidad que nos apoye y nos diga que los interrogantes y la incertidumbre son parte de ese caminar.
Heather Thomae, Little Rock, Arkansas
El Llamado Al Servicio—Vivir La Fe En El Mundo
El desafío de la fe es ser un testigo fidedigno del poder del Evangelio
en el mundo contemporáneo. Nos sentimos inspirados por los relatos de
esos jóvenes adultos cuyo entusiasmo y servicio sirven para construir el
reino de Dios en la tierra. Su sed de aprender, sus esfuerzos por
llevar una vida honrada, su respeto por las diferencias entre los
pue-blos, el cuidado de sus hijos y de los bebés que están por nacer,
así como por su servicio en labores misioneras o voluntarias son un
testimonio digno de la función de los jóvenes adultos que viven su fe.
En varias ocasiones hemos hecho mención al llamado a ser adultos
cristianos, y recientemente, lo hemos reiterado en nuestro documento
sobre los laicos, titulado Llamados y Dotados para el Tercer Milenio.
En él señalamos las características de la madurez cristiana: tomar
conciencia del valor de la educación, especialmente de la habilidad de
tomar decisiones certeras basadas en las enseñanzas de la Iglesia; la
necesidad de una catequesis adulta y de otros medios para el desarrollo
de la fe; la importancia de conocer bien los talentos de uno para
usarlos de forma más efectiva; el vivir con misterios y ambigüedades; y
la participación en el ámbito familiar, comunal, gubernamental y social
de manera que los principios bíblicos de justicia, compasión y
misericordia se mantengan fielmente vivos. Estos aspectos de la madurez
cristiana llaman a los hombres y mujeres a comprender que "somos
llamados a ser fieles, no necesariamente a triunfar".32
Para los jóvenes adultos, así como para todos los adultos católicos, la
fe católica se vive dentro de "las dinámicas ordinarias de la vida—el
cuidado de la familia, la responsabilidad en el trabajo, el ejercicio de
la ciudadanía".33 Esto es lo que significa ser discípulo. El
mundo es el lugar en donde hombres y mujeres cumplen con su vocación
cristiana. La misión de la Iglesia no está dirigida a sí misma, sino a
nutrir y formar a aquellos que "son llamados por Dios para contribuir,
desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante
el ejercicio de sus propias tareas".34
Con el llamado a la santidad, a la vida en comunidad y al servicio
mediante una vida de fe, la Iglesia en pleno da el apoyo necesario a los
jóvenes adultos para que se conviertan en discípulos de Cristo,
viviendo su fe, nutridos por la Iglesia y proclamando con los profetas
de antaño: "El espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para
traer Buenas Nuevas a los pobres, para anunciar a los cautivos su
libertad y a los ciegos que pronto van a ver. A despedir libres a los
oprimidos y a proclamar el año de la gracia del Señor" (Lc 4:18-19).
Cuando respondi al llamado de Cristo que escuché en la oración, la Escritura y la tradición de la Iglesia, decidí que la única respuesta verdadera sería una de servicio...Empecé a enseñar a otros jóvenes adultos aquello que me ayudó tanto a mí...Me de cuenta que muchos jóvenes empezaron a tratar de resolver seriamente los cuestionamientos de su fe y que luego empezeron a seguir fielmente a Cristo.
Lisa Klewicki, Glendale, California
El que ha sido evangelizado evangeliza a su vez. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensablo que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia.
Evangelii Nuntiandi, No. 24