Hora santa en honor del apóstol san Pablo

PROCESIÓN

Reunida la asamblea, se entona un canto mientras el sacerdote o el diácono, revestido de capa pluvial y acompañado por unos ministros asistentes, entra al presbiterio. Toda la asamblea se arrodilla mientras el celebrante se pone el velo humeral y camina hacia el Sagrario. Luego, trae el Santísimo Sacramento, lo pone en la custodia y lo expone sobre el altar.

El celebrante se arrodilla delante del altar e inciensa el Santísimo Sacramento. Cuando se termina la canción de entrada, se hace un momento de oración en silencio.

ORACIÓN INICIAL

Después el celebrante se va a su cede y desde allí hace la Oración Inicial:

Dios Todopoderoso y Eterno,
que en Cristo tu Hijo
has mostrado tu gloria al mundo;
guía el trabajo de tu Iglesia:
Ayúdala a proclamar tu nombre,
a perseverar en la fe
y llevar tu salvación a todas las personas
en todo el mundo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Todos: Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA

Primera Lectura

Efesios 3, 2-12
Se ha revelado actualmente el misterio de Cristo,
que consiste en que los paganos son partícipes de la misma promesa.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios

Hermanos: Han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios, que se me ha confiado en favor de ustedes.  Por revelación se me dio a conocer este designio secreto que acabo de exponerles brevemente.  Y al leer esto, podrán darse cuenta del conocimiento que tengo del designio secreto de Dios realizado en Cristo.

Este es un designio que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, pero que ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: es decir, que por el Evangelio, también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo.  Y yo he sido constituido servidor de este Evangelio por un don gratuito de Dios, que me ha sido concedido con toda la eficacia de su poder.

A mí, el más insignificante de todos los fieles, se me ha dado la gracia de anunciar a los paganos la incalculable riqueza que hay en Cristo, y dar a conocer a todos cómo va cumpliéndose este designio de salvación, oculto desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.

El lo dispuso así, para que la multiforme sabiduría, sea dada a conocer ahora, por medio de la Iglesia, a los espíritus celestiales, según el designio eterno realizado en Cristo Jesús, nuestro Señor, por quien podemos acercarnos libre y confiadamente a Dios, por medio de la fe en Cristo.

Palabra de Dios.

Todos: Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Salmo 71, 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15. 17
o bien del salmo 33, 2-3. 4-5. 6. 7. 8-9

R.  El Señor me libró de todos mis temores.

                       Bendigo al Señor en todo momento,
            su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
            que los humildes lo escuchen y se alegren.

R.  El Señor me libró de todos mis temores.

Cuando el justo grita, el Señor lo escucha
            y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
            salva a los abatidos.

R.  El Señor me libró de todos mis temores.

Contémplenlo y quedaran radiantes,
            el rostro de ustedes no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
            y lo salva de sus angustias.

R.  El Señor me libró de todos mis temores.

El ángel del Señor acampa
            en torno a sus fieles, y los protege.
Prueben y vean qué dulce es el Señor
            dichoso el que se acoge a él.

R.  El Señor me libró de todos mis temores.

Oración en silencio.

Segunda Lectura

Romanos 10, 9-18
¿Cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie?
¿Y cómo va a haber quienes se lo anuncien, si no son enviados?

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos

Hermanos: Basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse.

En efecto, hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación.  Por eso dice la Escritura: Ninguno que crea en él quedará defraudado, porque no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él.

Ahora bien, ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él?  ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él?  ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie?  ¿Y cómo va a haber quienes lo anuncien, si no son enviados?  Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias!

Sin embargo, no todos han creído en el Evangelio.  Ya lo dijo Isaías: Señor, ¿quién ha creído en nuestra predicación?  Por lo tanto, la fe viene de la predicación y la predicación consiste en anunciar la palabra de Cristo.

Entonces yo pregunto: ¿Acaso no habrán oído la predicación?  ¡Claro que la han oído!, pues la Escritura dice: La voz de los mensajeros ha resonado en todo el mundo y sus palabras han llegado hasta el último rincón de la tierra.

Palabra de Dios.

Todos: Te alabamos, Señor.

Oración en silencio.

Aclamación Antes del Evangelio

Evangelio

Juan 17, 11. 17-23
Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo.

Lectura del santo Evangelio según san Juan

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros.  Santifícalos en la verdad.  Tu palabra es la verdad.  Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo.  Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados en la verdad.

No sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado.

Yo les he dado la gloria de tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno.  Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí”.

Palabra del Señor.

Todos: Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración en silencio.

Lectura

Homilía de Su Santidad Benedicto XVI
Celebración de las Primeras Vísperas
de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo
(Basílica papal de San Pablo extramuros, 28 de junio de 2007)

Al inicio de la carta a los Romanos, como acabamos de escuchar, saluda a la comunidad de Roma presentándose como "siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación" (Rm 1, 1).  Utiliza el término siervo, en griego doulos, que indica una relación de pertenencia total e incondicional a Jesús, el Señor, y que traduce el hebreo 'ebed, aludiendo así a los grandes siervos que Dios eligió y llamó para una misión importante y específica.

San Pablo tiene conciencia de que es “apóstol por vocación”, es decir, no por auto-candidatura ni por encargo humano, sino solamente por llamada y elección divina.  En su epistolario, el Apóstol de los gentiles repite muchas veces que todo en su vida es fruto de la iniciativa gratuita y misericordiosa de Dios (cf. 1 Co 15, 9-10; 2 Co 4, 1; Ga 1, 15).  Fue escogido “para anunciar el Evangelio de Dios” (Rm 1, 1), para propagar el anuncio de la gracia divina que reconcilia en Cristo al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás.

Por sus cartas sabemos que san Pablo no sabía hablar muy bien; más aún, compartía con Moisés y Jeremías la falta de talento oratorio.  “Su presencia física es pobre y su palabra despreciable” (2 Co 10, 10), decían de él sus adversarios.  Por tanto, los extraordinarios resultados apostólicos que pudo conseguir no se deben atribuir a una brillante retórica o a refinadas estrategias apologéticas y misioneras.  El éxito de su apostolado depende, sobre todo, de su compromiso personal al anunciar el Evangelio con total entrega a Cristo; entrega que no temía peligros, dificultades ni persecuciones: “Ni la muerte ni la vida —escribió a los Romanos— ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8, 38-39).

De aquí podemos sacar una lección muy importante para todos los cristianos.  La acción de la Iglesia sólo es creíble y eficaz en la medida en que quienes forman parte de ella están dispuestos a pagar personalmente su fidelidad a Cristo, en cualquier circunstancia.  Donde falta esta disponibilidad, falta el argumento decisivo de la verdad, del que la Iglesia misma depende.

Oración en silencio.

PLEGARIA UNIVERSAL

Adaptado del Bendicional

Celebrante:
Oremos juntos a Dios, nuestro Padre misericordioso, quien ungió a su propio Hijo con el Espíritu Santo para enseñar la Buena Nueva al pobre, para curar a los que tienen el corazón lastimado y confortar a los que sufren.  Con gran confianza nosotros decimos:

R.  Envíanos, Señor.

Lector:

Dios de Misericordia eterna, tu voluntad es que todas las personas se salven y lleguen al conocimiento de tu verdad; te agradecemos por haber enviado al mundo a tu Hijo único como nuestro Maestro y nuestro Redentor.   R.

Tú enviaste a Jesucristo para predicar la Buena Nueva al pobre, para proclamar la liberación de los cautivos y anunciar el año de gracia; concede que la gracia de tu Iglesia pueda llegar a todas las personas de cada lengua y nación.  R.

Tú que llamas a las personas de la oscuridad a tu luz admirable, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo; seamos capaces de ser verdaderos testigos del Evangelio de Salvación.  R.

Danos corazones honrados y sencillos, que estén abiertos a tu Palabra; haz nuestras vidas y las vidas de todo el mundo ricas en obras de santidad.  R.

Todos:

Dios amoroso,
Tú llamaste a cada uno de nosotros por nuestro nombre
y nos diste a tu único Hijo para salvarnos.
En tu fidelidad,
enviaste el Santo Espíritu
para completar la misión de Jesús
en medio de nosotros.

Abre nuestros corazones a Jesús.
Danos la valentía para hablar en su nombre
a todos los que están cerca de nosotros
y la generosidad de compartir su amor
con aquellos que están muy lejos.

Rezamos para que cada persona
en todo el mundo
sea invitada a conocer y amar a Jesús
como Salvador y Redentor.
Que el amor transforme cada elemento de nuestra sociedad.

Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Amén.

Oración en silencio.

Hacia el final de la exposición, el celebrante se arrodilla enfrente del altar, delante del Santísimo Sacramento.  Mientras se arrodilla se entona el canto Tantum Ergo (o cualquier otro himno Eucarístico apropiado) mientras se inciensa el Santísimo Sacramento.  Cuando se termina el himno, el celebrante se pone de pie y canta o dice:

Oremos.

Después de una pausa, el celebrante prosigue diciendo:

Señor, Dios nuestro,
enséñanos a vivir en nuestros corazones
el Misterio de la Pascua de tu Hijo,
por el cual, Tú redimiste al mundo.
Cuida amorosamente los regalos de gracia
que por tu amor hemos recibido
y llévalos a su culminación
en la gloria del cielo.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.

Todos: Amén.

Una vez dicha la oración, el celebrante toma el velo humeral, hace genuflexión, toma la custodia y, sin decir nada, traza la señal de la cruz con la custodia.

RESERVA DEL SANTÍSIMO

Después se saca el Santísimo Sacramento de la custodia y se reserva en el sagrario.  Reservado el Santísimo, el ministro dice las Alabanzas al Santísimo Sacramento, que a  la vez son repetidas por la asamblea.

Bendito sea Dios.
Bendito sea su santo nombre.
Bendito sea Jesucristo, Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea su sacratísimo Corazón.
Bendita sea su preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su santa e inmaculada concepción.
Bendita sea su gloriosa asunción.
Bendito sea el nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.

Dichas las Alabanzas al Santísimo Sacramento, se entona un canto o himno.  Terminado el canto o himno, el celebrante y los ministros asistentes, mirando al altar, inclinan la cabeza y se retiran.