La Recepción de la Sagrada Comunión en la Misa
La Iglesia entiende la Procesión de la Comunión y, de hecho toda procesión litúrgica, como un signo de la Iglesia peregrina, el cuerpo de aquéllos que creen en Cristo, en su camino hacia la Jerusalén Celestial. A lo largo de nuestras vidas, nosotros, los que creemos en Cristo, nos movemos en el tiempo hacia ese momento en que seremos llevados de este mundo por la muerte y entraremos en el gozo de nuestro Señor, al Reino eterno que nos ha preparado.
La asamblea litúrgica de los bautizados que vienen a reunirse para la celebración de la Eucaristía es un testigo, una manifestación, de la iglesia peregrina. Cuando nos movemos en procesión, particularmente, en la procesión para recibir el cuerpo y la sangre de Cristo en la Comunión, somos un signo, un símbolo de esa Iglesia peregrina “en camino”. Para algunos, sin embargo, la experiencia de la Procesión de la Comunión es mucho más prosaica y hasta análoga con el hacer cola en el supermercado o en la Dirección General de Vehículos Motorizados. Una percepción como ésta es una comprensión terriblemente incorrecta y empobrecida de una acción religiosa significativa.
La Procesión de la Comunión es una acción del Cuerpo de Cristo. Los miembros de la comunidad, respondiendo a la invitación del mismo Cristo por medio del Sacerdote que actúa “en la Persona de Cristo” 1 (Bienaventurados aquéllos que han sido llamados a la cena del Señor) 2, donde se dará el compartir el alimento sagrado, recibido en el cuerpo y la sangre de Cristo, señal y fuente de unidad. De hecho, cada vez que nos disponemos para recibir el cuerpo y la sangre del Señor, nos unimos a los innumerables rangos de todos los bautizados que han muerto antes que nosotros, nuestros seres queridos, los santos canonizados y no canonizados a lo largo de los siglos, quienes en algún momento de la historia formaron parte de este gran multitud de creyentes.
Esta acción del cuerpo de Cristo, la Iglesia reunida para la Eucaristía, se manifiesta y se apoya en el Himno de la Comunión, un himno de alabanza a Cristo cantado al unísono por las voces de quienes creen en Él y comparten Su vida. La Institución General del Misal Romano toma muy en serio este himno, estableciendo que debe empezar en el momento de la Comunión del sacerdote y que debe extenderse hasta que la última persona haya comulgado.
Sin embargo, algunas personas consideran que cantar este himno es una intromisión en su propia oración, su propia acción de gracias privada después de la Comunión. Sin embargo, este himno es oración, la oración de acción gracias comunitaria de los miembros del Cuerpo de Cristo, mutuamente unidos. Una y otra vez, las plegarias litúrgicas y las normas de la Instrucción General enfatizan este concepto fundamental de la unidad de los bautizados, resaltando que cuando nos reunimos para participar en la celebración Eucarística, venimos no como individuos sino como miembros unidos del Cuerpo de Cristo. En cada una de las Plegarias Eucarísticas, aunque la petición se presenta con pequeñas diferencias, se le pide a Dios que envíe Su Espíritu Santo para hacernos un solo cuerpo, un solo Espíritu; la Instrucción General invita a los fieles a que “actúen, pues, como un solo cuerpo tanto al escuchar la Palabra de Dios, como al tomar parte en las oraciones y en los cantos y, en especial, al ofrecer comunitariamente el sacrificio y al participar todos juntos en la mesa del Señor” (IGMR # 96), describe como uno de los propósitos del canto de entrada a la Misa intensifica la unión de los que se han reunido 3. Del Cántico de Comunión dice que su función es expresar abiertamente la unión espiritual de los comulgantes por medio de la unidad de sus voces, y de resaltar el carácter comunitario de la Procesión de Comunión 4.
Para algunos de nosotros es difícil aceptar esta insistencia en que la Misa es la acción de una comunidad en lugar de un acto individual de nuestra propia fe y piedad; sin embargo, es importante que hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para que así sea. El propio Cristo en la última Cena le imploró a Su Padre: "Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me has dado…para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado"(Juan 17:11b; 21) 5. El Bautismo nos ha unido a Cristo y a nuestro prójimo como la vid a sus ramas. La vida de Cristo, el Espíritu Santo, nos anima a cada uno de nosotros de manera individual y a todos colectivamente y guía nuestros esfuerzos por llegar a ser uno en Cristo.
Finalmente, el hecho de que la Procesión de Comunión es una acción profundamente religiosa nos dice algo sobre la manera en que debemos participar en esta procesión. Somos el Cuerpo de Cristo, avanzando para recibir a Cristo que nos hace uno con Él mismo y con nuestro prójimo. Nuestra procesión debe avanzar con dignidad; ¡nuestro comportamiento debe ser como el de aquéllos que saben que han sido redimidos por Cristo y que están viniendo a recibir a su Dios!
La Institución General solicita a la Conferencia Episcopal de cada país que determine la postura corporal de la Comunión y el acto de reverencia que se ha de realizar por cada persona en el momento de recibirla. En los Estados Unidos, los obispos han decidido que "[l]a norma… es que los fieles reciban la Sagrada Comunión de pie, a no ser que alguno de los fieles desee recibir la Comunión de rodillas" y que se haga una venia como signo de reverencia por parte de aquellas personas que la reciben (n. 160). Esta norma se basa en una Instrucción de la Santa Sede sobre la Eucaristía: "En la distribución de la sagrada Comunión se debe recordar que 'los ministros sagrados no pueden negar los sacramentos a quienes los pidan de modo oportuno, estén bien dispuestos y no les sea prohibido por el derecho recibirlos' (Código de Derecho Canónico, c. 843 § 1; cf. c. 915). Por consiguiente, cualquier bautizado católico, a quien el derecho no se lo prohiba, debe ser admitido a la sagrada Comunión. Así pues, no es lícito negar la sagrada Comunión a un fiel, por ejemplo, sólo por el hecho de querer recibir la Eucaristía arrodillado o de pie" (Redemptionis Sacramentum, n. 91).
Quienes reciben la Comunión pueden hacerlo tanto en la mano como en la lengua; sin embargo, la decisión final está en la persona que la recibe, no en la persona que la distribuye. Si la Comunión se recibe en la mano, las manos deben estar completamente limpias. Si uno es diestro, la mano izquierda debe descansar sobe la mano derecha. La hostia será luego depositada sobre la palma de la mano izquierda y luego tomada por la mano derecha hasta llevarla a la boca. Si una persona es zurda, se hará del modo contrario. Es inapropiado tomarla con los dedos directamente de la mano de la persona que la distribuye.
La persona que distribuye la Comunión dice a cada persona que se aproxima y de manera que se oiga, "El Cuerpo de Cristo". Esta fórmula no debe ser alterada ya que es una proclamación que invita a una respuesta de fe de parte de la persona que la recibe. El comulgante debe responder de manera audible "Amén", indicando, por su respuesta, su creencia de que este pequeño pedazo de pan y el vino de este cáliz son en realidad el cuerpo y la sangre de Cristo, el Señor.
Cuando uno recibe la Comunión del cáliz, la persona que distribuye la Comunión hace la misma proclamación y el comulgante nuevamente responde "Amén" . Cabe notar que no está permitido que una persona introduzca la hostia que ha recibido dentro del cáliz. Si, por alguna razón, el comulgante no puede o no desea beber del cáliz, debe recibir la Comunión sólo en la forma de pan.
Parece apropiado concluir esta reflexión sobre la Procesión de Comunión y la recepción de la Comunión con una cita del Catecismo de la Iglesia Católica:
"En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (Cf. 1Co 12, 13). La Eucaristía realiza esta llamada: ‘El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan’ (1 Co 10, 16- 17).
Si ustedes mismos son Cuerpo y miembros de Cristo, son el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y reciben este sacramento suyo. Responden "Amén" (es decir, ‘sí’, es verdad) a lo que reciben, con lo que, respondiendo, lo reafirman. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo" y respondes "Amén". Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu "Amén" sea también verdadero" (San Agustín , sermón 272)” (CCC n. 1396).
Notas
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“In Persona Christi” .
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Invitación hecha por el sacerdote y a la cual los fieles responden humildemente con “Señor, no soy digno…)
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“Esta unidad se manifiesta claramente en la uniformidad de gestos y posturas de los fieles” (IGMR 96).
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“Mientras el sacerdote recibe el sacramento, empieza el canto de la Comunión, el cual, por la unión de voces, debe expresar la unión espiritual de quienes están comulgando, demostrar la alegría del corazón y poner de relieve el carácter comunitario de la procesión de los que van a recibir la Eucaristía. El canto se prolonga mientras a los fieles se administra el Sacramento” (IGMR 86).
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Las referencias bíblicas se adoptan de la Biblia de Jerusalén.