Participación litúrgica
La celebración de la Misa es un acto de toda la asamblea congregada para el culto. En la Misa, la Iglesia se une a la acción de Cristo. Nos unimos a esta acción divina a través del Bautismo, que nos incorpora al Cristo Resucitado. Esta acción, que está en "el centro de toda la vida cristiana" (Institución General del Misal Romano [IGMR], n.16) no es iniciada por nosotros mismos, sino por Dios que actúa en y a través de la Iglesia como Cuerpo del Cristo resucitado. La Liturgia está dirigida a realizar en todos los que constituyen la asamblea de culto una "participación de los fieles, es decir, en cuerpo y mente, una participación ferviente de fe, esperanza y caridad" (IGMR, n. 18). En la medida en que podemos participar de esta manera, la obra de la redención se hace eficaz personalmente para cada uno de nosotros. Por tal participación hacemos las acciones y oraciones de la Iglesia las nuestras propias; entramos más plenamente en comunión personal con la acción redentora de Cristo y un culto perfecto.
"En la celebración de la Misa, los fieles constituyen la nación sagrada, el pueblo que Dios adquirió par así y el sacerdocio real, que da gracias a Dios, ofrece, no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, la hostia inmaculada, y aprende a ofrecerse con ella. Procuren pues manifestar eso por el profundo sentido religioso y por la caridad hacia los hermanos que toman parte en la misma celebración…. Actúen, pues, como un solo cuerpo, tanto al escuchar la Palabra de Dios, como al tomar parte en las oraciones y en los cantos y, en especial, al ofrecer comunitariamente el sacrificio y al participar todos juntos en la mesa del Señor" (IGMR, nn. 95, 96).
La participación de cada persona en la Liturgia es importante. Cada persona debe hacer su parte.
Ministerios ordenados en la liturgia
Los obispos y sacerdotes están llamados a obrar en la Liturgia en la misma persona de Cristo, en nombre de su pueblo, pronunciando las oraciones más sagradas de nuestra fe, presidiendo la celebración de los sagrados misterios, explicando la Palabra de Dios y nutriendo al Pueblo de Dios con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El obispo tiene la obligación adicional de ser el primer pastor, el liturgista principal de la diócesis en su papel como sucesor de los Apóstoles. Por gracia de Dios, otros son ordenados al ministerio del diaconado. En la celebración de la Misa, los diáconos proclaman el Evangelio, a veces predican la homilía, y ayudan al obispo y al sacerdote en el ejercicio de sus deberes sagrados.
Otros ministerios litúrgicos
Además de los ministerios ordenados, algunos papeles en la Liturgia son asignados a laicos que ponen su tiempo y talento al servicio de la asamblea litúrgica como acólitos (monaguillos), lectores, ministros extraordinarios de la Comunión, cantores, miembros del coro, instrumentalistas, directores de canto, y ujieres. Otros contribuyen su tiempo y talento en la planificación y organización de la Liturgia; en el mantenimiento en orden y limpieza de la iglesia y las vestiduras litúrgicas, los vasos sagrados; o proporcionando decoraciones que reflejan el espíritu de la fiesta o tiempo litúrgico.
Esta variedad de oficios y papeles es deseable y se debe mantener. Es conveniente que las personas funcionen en sus roles de servicio en la Misa. Por ejemplo, si hay un diácono presente, el sacerdote celebrante o un concelebrante no debe leer el Evangelio. El lector no debe tomar el rol de monaguillo o de ministro extraordinario de la Comunión. Si es necesaria una amplia variedad de servicios, es preferible que distintas personas ejerzan esos servicios, para que los talentos y dones que Dios ha puesto en la comunidad cristiana se utilicen plenamente y esos roles de servicio no sean monopolizados por unos cuantos.
Quienes están implicados en roles litúrgicos deben estar bien preparados para esos roles y saber cuándo llevarlos a cabo con reverencia, dignidad y entendimiento. El recibir una preparación adecuada requiere un don adicional de tiempo por parte de la persona que se prepara así como por parte de las personas de la parroquia responsables de entrenar a los ministros litúrgicos. Finalmente, la tarea práctica de asignar personas a Misas concretas y de organizar la distribución de roles es otro elemento indispensable en el tejido de un ministro litúrgico bien ordenado en una parroquia.
Todos los bautizados deben comprender que parte de su deber acerca de la Liturgia es aceptar alguna responsabilidad en la Liturgia, ponerse ellos mismos y los talentos recibidos de Dios al servicio de la comunidad litúrgica siempre que sea posible. Tanto si alguien lleva las ofrendas en la Presentación; lee la Palabra de Dios; ayuda en la distribución de la Comunión o lleva la Eucaristía a quienes no pueden estar presentes en la Misa; sirve cerca del altar; proporciona música y aumenta la alegría, la solemnidad o la festividad de la celebración; o sirve a la comunidad congregada como ujier, está contribuyendo al culto de la comunidad y cumpliendo la
responsabilidad que le viene por el Bautismo.
No todos los miembros de la comunidad parroquial tendrán el tiempo, energía, fuerza o capacidad para servir en estos papeles. Sin embargo, las personas deben tener cuidado de no excusarse con demasiada facilidad. Lo que es importante es que todos comprendan que la celebración de la liturgia no es sólo responsabilidad del párroco, aunque él esté delegado por el obispo para supervisar la vida litúrgica de la parroquia. Los párrocos necesitan la ayuda de personas que estén comprometidas con su derecho y responsabilidad bautismal de dar culto.
El papel del los bautizados
El catálogo de roles especializados podría dar la impresión de que quienes no ejercitan alguno de ellos son libres de sentarse pasivamente y simplemente dejar que la Liturgia ocurra a su alrededor. Nada más lejos de la verdad. Quienes se congregan para la Liturgia no tienen el lujo de actuar como espectadores, esperando que se haga todo para ellos. "Una plena, consciente y activa participación en la Liturgia (como recomienda el Concilio Vaticano II) no es sólo su derecho, sino también su deber y responsabilidad. Tal responsabilidad incluye un involucramiento pleno durante la celebración litúrgica. Los fieles bautizados que forman la congregación están llamados a unirse en alabanza y acción de gracias en canto y palabra, a escuchar atentamente la Palabra de Dios, y a ejercitar su sacerdocio bautismal en oración por la Iglesia, por el mundo y todos los necesitados durante la Oración de los Fieles.
En la Liturgia de la Eucaristía, los fieles bautizados unen su oración a la del celebrante, ofreciendo a Cristo, la Víctima, "no solo por medio de las manos del Sacerdote sino también junto con él" y se ofrecen ellos mismos también (IGMR, n. 95). Su participación culmina en la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor, el sacramento que los une más plenamente a Cristo, su Cabeza y a unos con otros. Tenemos que estar conscientes, por tanto, que la "participación" no se refiere principalmente a la actividad o función externa durante la celebración de la Misa; más bien, se refiere a una participación profunda, interior, espiritual, de mente y corazón, llena de devoción y penetrando la profundidad de los misterios que celebramos.
En su esfuerzo sincero por participar, los presents sirven al celebrante, a los demás que sirven en roles litúrgicos y unos a otros. Su atención e implicación activa en la celebración puede sacar del celebrante y de los demás ministros lo mejor que pueden ofrecer. Su canto entusiasta y sus respuestas hechas con convicción, pueden animar a otros a cantar y a responder; su misma presencia en la celebración de la Misa cuando hay otras tantas opciones atractivas que podrían haber escogido apoya y refuerza a otros que han hecho la misma opción.
La Liturgia, por tanto, se refiere a la acción del Pueblo de Dios, cada uno con sus diferentes oficios y roles. Cuando desempeñamos nuestros roles en la Liturgia con nuestros cuerpos, mentes y corazones totalmente implicados, presentamos a Dios un perfecto sacrifico de alabanza.