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IV. LA OMNIPRESENCIA
CULTURAL DE LA
PORNOGRAFÍA: PANORAMA
Y TENDENCIAS
“Puesto que reconozco mis culpas, / tengo siempre presentes
mis pecados”. (Sal 50:5)
L
a Iglesia siempre ha tenido el deber de “escrutar a fondo los
signos de la época” e “interpretarlos a la luz del Evangelio”.
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La
pornografía, aunque no es nueva, es un “signo” particularmente
oscuro del mundo moderno, que daña a incontables hombres,
mujeres, niños, matrimonios y familias. Hoy en día se la puede considerar
una
estructura de pecado
.
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Es tan omnipresente en sectores de nuestra
sociedad que es difícil evitarla, todo un desafío eliminarla, y tiene efectos
negativos que van más allá de las acciones de cualquier persona. Al mismo
tiempo, al igual que con cualquier pecado, la prevalencia de la pornografía
en nuestra sociedad tiene sus raíces en los pecados personales de individuos
que la producen, la difunden y la ven, y al hacerlo la perpetúan aún más
como una estructura de pecado. En los párrafos siguientes, nosotros como
pastores evaluamos su presencia en nuestra sociedad. A imitación de Jesús,
el Médico divino, examinamos la enfermedad de la pornografía con el fin
de ofrecer una cura apropiada: la misericordia y el amor abundantes de
Dios dados en los sacramentos y en el acompañamiento de la Iglesia a los
que se esfuerzan firmemente por alcanzar la pureza.
Una variedad de víctimas
Hay muchas víctimas de la pornografía. Cada persona que aparece en ella
es amada por Dios nuestro Padre, y es hija o hijo de alguien. Su dignidad es
maltratada cuando es usada para el placer y lucro de otros. La pornografía
tiene conexiones con el tráfico sexual y la explotación sexual comercial
en todo el mundo,
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un mal que nosotros, como obispos, hemos conde-
nado enérgicamente.
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Muchas víctimas de tráfico sexual (en su mayoría
mujeres y niñas) son obligadas a ejercer la prostitución, que puede incluir