23 de febrero de 2018

Mirando las noticias y leyendo los titulares, podemos sentirnos impotentes al ver la desoladora falta de respeto por la vida humana. ¿Cómo respondemos cuando nuestros esfuerzos parecen pequeños frente a la cultura de la muerte?

Para poder defender y proteger la vida humana, primero debemos considerar quiénes somos nosotros, en lo más profundo. Dios nos crea a su imagen y semejanza, lo cual significa que estamos hechos para estar en relación amorosa con Él. Cambiar la cultura es un proceso de conversión que comienza en nuestro propio corazón.

El tomar conciencia de lo mucho que Dios nos ama suscita una respuesta de amor que nos acerca a Dios y, al mismo tiempo, nos impulsa a compartir su amor con los demás.

Para los cristianos, nuestra identidad y nuestra misión son dos caras de la misma moneda; al igual que los apóstoles, estamos llamados a ser discípulos misioneros.

Esto no implica dejar nuestro trabajo o mudarnos a otro país. Para la mayoría de nosotros, nuestro campo misionero es la vida cotidiana.

A menudo nos medimos según falsos estándares: por qué y cuánto hacemos, nuestros éxitos o fracasos, cómo nos tratan los demás, el grado de nuestro placer o independencia, etc. Y cuando estos sustitutos cambiables resultan insuficientes, o si nos enfrentamos a desafíos y sufrimientos, podemos sentirnos indefensos, solos o abandonados; podemos vernos tentados a pensar que nuestra vida ha perdido valor o importancia.

El amor de Dios, es personal, real, inmutable, y la verdadera fuente de nuestra valía, identidad y dignidad. La cuestión no es quién soy sino de quién soy.

Cuando una persona está enfrentando grandes pruebas, tenemos que acercarnos, acompañarla en su camino, interceder por ella y estar abiertos a compartir el amor de Cristo como él lo indique.

Cuando una mujer queda embarazada, y su novio amenaza con irse si continúa con el embarazo, debemos caminar amorosamente con ella. Cuando los padres de niños pequeños necesitan un descanso, tenemos que considerar cómo ayudar y actuar en consecuencia. Cuando familiares o amigos se enferman gravemente, debemos asegurarles que Dios sigue ofreciéndoles algo en esta vida, y que ellos siguen teniendo un propósito. Debemos estar constantemente con ellos en cada paso del camino.

Nuestra vida a menudo es cambiada por el testimonio de otras personas; entonces así, también la vida de otros puede cambiar por medio de nuestro testimonio y amistad auténtica con ellos. A veces nuestras acciones hablan por sí mismas; otras veces, las palabras son necesarias. Pero Jesús siempre sabe hablar al corazón de cada uno; basta con ir por donde Él nos conduce.

Vayamos, pues, sin temor. Dios está siempre con nosotros.



Esta edición del Foro Asuntos de Vida ha sido adaptada y resumida de "Edificar una cultura de vida", publicada originalmente por el Secretariado de Actividades Pro-Vida de USCCB en el Programa Respetemos la Vida 2017-2018: www.usccb.org/culture-of-life.