Pascua y el Evangelio de la Vida (In English)

Deirdre A. McQuade

25 de marzo de 2013

La Pascua llegó bastante temprano este año. Para quienes vivimos en zonas climáticas templadas, el frío aún rondaba, pero comenzaban a aparecer señales de vida nueva. Esas señales del tiempo nos recuerdan que Jesucristo sufrió, murió y fue sepultado y que al tercer día resucitó y venció a la muerte.

Hace dieciocho años, en su encíclica Evangelium Vitae (El Evangelio de la Vida), el Beato Juan Pablo II nos llamó a seguir “el camino del amor y de la verdadera piedad, que la fe en Cristo Redentor, muerto y resucitado, ilumina con nuevo sentido”.

Es común que las iglesias estén repletas en los servicios de Pascua. Tal vez es porque todos los corazones humanos han sido creados por Dios para buscar la realidad de la resurrección. Todos, especialmente aquellos que han sufrido la pérdida de seres queridos, buscan consuelo y compañía ante nuestra mortalidad.

El Santo Padre continuó: “El deseo que brota del corazón del hombre ante el supremo encuentro con el sufrimiento y la muerte, especialmente cuando siente la tentación de caer en la desesperación y casi de abatirse en ella, es sobre todo aspiración de compañía, de solidaridad y de apoyo en la prueba. Es petición de ayuda para seguir esperando, cuando todas las esperanzas humanas se desvanecen” (EV, 67). Comentaba especialmente sobre los pacientes con enfermedades terminales, que corren el riesgo de eutanasia en la cultura de hoy.  Pero sus dichos son importantes para todos nosotros que necesitamos recordar nuestra mortalidad, y la victoria que ha sido ganada sobre la muerte, para tener la perspectiva correcta acerca de nuestra vida.

El Beato Juan Pablo II se refiere a la afirmación del Concilio Vaticano II de que  “la semilla de eternidad que [el hombre] lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se rebela contra la muerte”. Explica: “Esta repugnancia natural a la muerte es iluminada por la fe cristiana y este germen de esperanza en la inmortalidad alcanza su realización por la misma fe, que promete y ofrece la participación en la victoria de Cristo Resucitado… La certeza de la inmortalidad futura y la esperanza en la resurrección prometida proyectan una nueva luz sobre el misterio del sufrimiento y de la muerte, e infunden en el creyente una fuerza extraordinaria para abandonarse al plan de Dios” (EV, 67).

El Cristo Resucitado es el Único que nos fortalece para luchar contra la cultura de la muerte. No somos abandonados a nuestros recursos limitados y agotables. Él es el Único que nos ha prometido que se quedará con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Mientras conmemoramos el Año de la Fe y una “nueva primavera de evangelización”, consideremos cómo nuestra propia vida ofrece señales visibles de vida nueva. ¿Cómo les damos a los demás un motivo para creer que tienen “la semilla de eternidad irreductible a la sola materia”?  ¿La manera en que tratamos a los demás les ayuda a reconocer su propia dignidad? ¿Nuestra vida refleja las siguientes palabras del Papa Francisco sobre Jesucristo? “Sobre todo sabemos que él nos acompaña y nos carga sobre sus hombros: en esto reside nuestra alegría, la esperanza que hemos de llevar a este mundo nuestro”. Cuánto más demos un testimonio gozoso auténtico de la Resurrección, más se acercarán los demás a abrazar el Evangelio de la Vida.
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Deirdre A. McQuade es subdirectora de política y comunicaciones en el Secretariado de Actividades Pro-vida, Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos. Para más información sobre las actividades pro vida de los obispos, visite www.usccb.org/prolife.