Una luz en la oscuridad

 

Aaron Matthew Weldon

 

7 de noviembre de 2014

Una persona podría elegir abortar, o suicidarse, por diversos motivos. Una mujer soltera podría sentir que no tiene los medios para cuidar a un niño. Un esposo con una enfermedad terminal puede no querer que su esposa lo vea sufrir. Las personas sienten el impulso a realizar estos actos trágicos por motivos profundamente personales. Pero hay mucho más dando vueltas aquí. En estas historias dolorosas, en las que la gente elige en contra de la vida, se puede vislumbrar un vacío generalizado, una oscuridad espiritual. Ese vacío no se limita a las personas, sino que es parte de nuestra cultura contemporánea. Una desesperanza oculta amenaza con penetrar nuestra sociedad secular moderna de hoy.

La cultura occidental se haya inundada por un malestar espiritual que disminuye el deseo humano de preservar la propia vida, de luchar contra la muerte y de realizar los esfuerzos necesarios para construir un mundo estable para que lo disfruten las generaciones futuras. La secularización es uno de los principales factores aquí. La pérdida de esperanza en algo eterno, de fe en una realidad que trasciende lo mundano, ha creado un vacío que puede hacer parecer sin sentido la lucha contra la muerte.

La lucha por la esperanza es real para personas en muy diversas situaciones. Mientras los enfermos terminales con razón captan nuestra atención, piensa en aquellos que, habiendo sufrido años de reclusión en soledad en el sistema de justicia penal de nuestra nación, intentan matarse. Para muchas personas, seguir viviendo es una lucha. Cuando las distracciones que nos da nuestra cultura consumista dejan de funcionar, ¿dónde encontrarán esperanza las personas que sufren?

Como personas de vida, debemos ser personas de esperanza. Nuestros hogares y parroquias deben ser oasis de esperanza en el desierto espiritual de nuestro tiempo. Un encuentro con un cristiano debería acercarnos a una persona que está poseída por la esperanza en el Dios que de la muerte da vida. Sin duda, la esperanza no es un optimismo ingenuo. Nuestro Señor esperaba en Dios mientras lloraba en el Monte de los Olivos a pesar de la oscuridad que amenazaba. La esperanza cristiana se forma en la prueba del Calvario, cada vez que participamos en el santo sacrificio de la misa.

Una cultura de la vida brota de la esperanza, y sus actitudes y prácticas respaldan la esperanza. Por ejemplo, vemos una cultura llena de esperanza en las obras corporales de misericordia. Visitamos a una prisionera para recordarle, de una manera tangible, que no la hemos dejado afuera de las relaciones; que es querida. Enterramos a los muertos, llorando con los que están de luto, esperando el día en el que los difuntos resucitarán a la nueva vida en Cristo. Damos de comer al hambriento y vestimos al desnudo, a la espera del día en el que seremos compañeros en el banquete eterno del Reino de Dios.

Los cristianos deben ser personas que se detienen junto a los que han perdido la esperanza y los levantan. En un mundo que ofrece poco a quienes luchan entre la vida y la muerte, debemos acompañar a las personas en la oscuridad. Nuestra vida debe dar testimonio de la Luz que brilla en las tinieblas y que las tinieblas no pueden vencer.



Aaron Matthew Weldon es asistente de personal para el Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Para más información sobre las actividades pro-vida de los obispos, visite www.usccb.org/prolife.

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