Por Richard M. Doerflinger



El Papa Juan Pablo II, en su encíclica de 1995 El Evangelio de la Vida (Evangelium Vitae), da una voz de alarma. En medio de una sociedad que se vanagloria de ser culta y progresista en asuntos de derechos humanos, dice, estamos en peligro de rendirnos ante la "cultura de la muerte". Los debates modernos sobre el aborto y la eutanasia son síntoma y punto de inicio de algo mucho más profundo e insidioso –una visión del mundo que nos llevará a abandonar nuestros ideales sobre la dignidad humana y la igualdad, "retornando así a una época de barbarie que se creía superada para siempre" (EV, 14).

¿Qué quiere decir el Santo Padre con eso? ¿Qué evidencia existe de que alguna ideología se esté infiltrando en nuestras aspiraciones de progreso para la humanidad, y contaminando las discusiones sobre los variados aspectos que afectan la vida humana? ¿y qué clase de reto nos plantea lo anterior como defensores de la justicia social y como creyentes?

Dos retos

Para responder esas preguntas, consideremos los sucesos recientes en dos temas que a primera vista pueden parecer muy disímiles: las investigaciones en embriones humanos, y el suicidio asistido.

Estos temas difieren no sólo porque se relacionan con extremos opuestos del espectro de vida (gestación y muerte), sino porque también implican cuestionamientos muy distintos. Con las investigaciones en embriones humanos, la pregunta que debe responderse es ¿Son realmente "vida humana"? Aún cuando todos estemos de acuerdo en respetar la vida humana, ¿no será este pequeño producto de la concepción solamente un conglomerado de unas cuantas células, muy poco desarrollado para darle categoría de "humano"? ¿Pesa más la indefinición del estatus de esta entidad, que las necesidades de tantas personas cuyas vidas podrían salvarse con los tratamientos que se descubran mediante las investigaciones en embriones humanos?

En el otro extremo del espectro, tenemos el argumento contrario. Se dice que los enfermos y ancianos son personas con los mismos derechos que los demás, derechos que sí importan. Estas son las mismas personas cuyas necesidades de tratamientos especiales (para males como Parkinson y Alzheimer, por ejemplo) pesan más que los intereses puramente "potenciales" del embrión humano. Y porque ellos son personas que merecen respeto, se continúa diciendo, sus deseos de cómo terminar sus vidas merecen nuestro respeto y hasta nuestra ayuda.

Los dos temas parecen tener poco en común. Pero hay que verlos más de cerca.

No es suficiente ser humano

En el año de 1999, la administración del Presidente Clinton lanzó una campaña para conseguir fondos federales a fin de financiar investigaciones que implicaban la destrucción de embriones humanos vivos. Eso en sí no es sorprendente: por largo tiempo, investigadores sin principios han codiciado el embrión humano para tomarlo de conejillo de indias en una gran gama de experimentos, y la Administración por su parte, no ha ocultado su irrespeto por la vida humana antes de nacer.

Lo que es realmente sorprendente, sin embargo, es que los promotores de la campaña no oculten que esos experimentos destruyen vidas humanas. La National Bioethics Advisory Commission [Comisión Nacional Asesora en Bioética] del Presidente Clinton (NBAC, por sus siglas en inglés), reconoce que el proyecto involucrará al Gobierno en la destrucción de embriones humanos. Y sin embargo, cuando Harold Shapiro, director ejecutivo de la NBAC, le comunicó al Presidente Clinton el informe sobre este punto, dijo que en nuestro país existía un "amplio consenso" sobre que "los embriones humanos merecen respeto, por ser una forma de vida humana". Por otra parte, en el año de 1994, durante un panel de los National Institutes of Health [Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés)], se llegó a una conclusión similar: de acuerdo al Panel del NIH sobre Investigaciones con Embriones Humanos, el embrión en sus etapas iniciales "merece serias consideraciones morales por ser una forma de vida humana en desarrollo". Sin embargo, ambos grupos favorecen unánimemente el matar esos embriones para fines de investigación. Desde cualquier punto de vista, esta es una manera bastante extraña de mostrar "respeto".

Entonces, ¿por qué hacer esas declaraciones, si están a favor de investigaciones que destruyen embriones humanos? Parece ser que los hechos los obligan a ello. La condición de "humano" del embrión en sus primeras etapas se hace cada vez más difícil de negar. Hace 20 años, investigadores (y algunos teólogos) trataron de probar la teoría de que las primeras dos semanas del desarrollo humano no eran más que una etapa "pre-embrionaria", una masa de células bastante desorganizada, sin individualidad alguna. Pero los datos que han arrojado las investigaciones científicas niegan esta teoría, ya que muestran señales que se ven posteriormente en el embrión, que son manifestaciones de desarrollos que ocurrieron durante las primeras etapas. Testimonios científicos presentados ante el Panel sobre Investigaciones con Embriones Humanos confirman que el desarrollo humano es continuo, desde la etapa unicelular en adelante. Hasta el Subdirector para asuntos científicos del Panel, un reconocido practicante del aborto, aceptó que el término "pre-embrionario" era "ridículo".

Pero ni siquiera estos hallazgos han aplacado al monstruo de los experimentos letales. Los promotores contraatacan diciendo que algunas vidas humanas no vale la pena protegerlas o valorarlas –especialmente cuando la vida o la salud de "personas reales" están en juego.

El Panel para la Investigación con Embriones Humanos, por ejemplo, apoya una teoría propuesta por uno de sus miembros, el ético Ronald Green, del Dartmouth College. El está a favor de lo que denomina (según el título de uno de sus artículos) "una revolución cCopérnica en nuestras mentes sobre el inicio y el fin de la vida". Dice que es tiempo de darnos cuenta que no existe nada que pueda dar respuesta a nuestras preguntas sobre la vida y la muerte. De hecho, dice que no hay nada inherente a ningún ser humano, que requiera que lo respetemos como persona. Cualquier decisión de reconocer los derechos de un ser humano como "persona", es un convenio social, basado en un interés egoísta: Al negar la "esencia de persona" a este ente, para poder someterlo a experimentos letales, ¿realmente podremos beneficiar a gente como nosotros, sin socavar la disposición de la sociedad de vernos a la vez a nosotros como "personas"?

De esta manera, se invierten las normas éticas tradicionales sobre experimentación con seres humanos. La sociedad no podrá volver a decir que ciertas cosas nunca deberán hacerse a seres humanos, independientemente de los posibles beneficios que reportaría el experimento. Si esos beneficios son lo suficientemente importantes, ¡se justificarán diciendo que esos seres, en primer lugar, carecían de derechos humanos! En consecuencia, los seres humanos más débiles y dependientes, se redefinen como simple material de investigación, para el beneficio de los más poderosos.

Falsa Libertad

Y entonces, ¿qué sucedería con aquellas personas ancianas y enfermas, a las que resulta imposible mantener activas y saludables, aún con la ayuda de células robadas a un embrión? Si ellos quieren poner fin a sus sufrimientos mediante el suicidio asistido, ¿ayudarlos a eso no sería una forma de respeto a su persona y su autonomía, de acuerdo a la tendencia de nuestra sociedad?

Tal vez no. Pues si estamos hablando de autonomía, ¿por qué no respetamos también los deseos de cualquier persona que desee quitarse la vida? Independientemente de las condiciones de salud o de las expectativas de vida, siempre habrá personas que deseen morir, por razones para ellos muy valederas. Muchas de estas personas atraviesan situaciones de gran sufrimiento, comparable con el dolor que ocasionan enfermedades terminales, y que los afligirá por un tiempo mucho más largo, y frente al cual tienen poco efecto tratamientos con drogas como la morfina. La mayoría de ellos padecen de depresión clínica –similar a la mayoría de personas suicidas con enfermedades terminales. ¿Por qué entonces se insiste en la prevención del suicidio para todas estas personas, y sin embargo se les ofrece suicidio asistido a los pacientes de enfermedades terminales?

A Faye Girsh, directora ejecutiva del Hemlock Society, una vez le hicieron la siguiente pregunta: ¿Por qué se le ofrece suicidio asistido solamente a pacientes con enfermedades terminales? Ella respondió: Porque de hecho ellos no están viviendo realmente. Pero ese juicio disminuye el valor de las vidas de todos esos pacientes, no sólo de los pocos que puedan tener deseos suicidas. Es un juicio del que difieren fieramente ancianos y otros ciudadanos con enfermedades terminales, quienes generalmente se oponen al suicidio asistido, con más fuerza que los que lo apoyan.

La campaña para el suicidio asistido no está basada en la autonomía. Está basada en la visión de que algunas vidas humanas valen menos que otras, y por tanto son menos merecedoras de protección. Al legalizar el suicidio asistido para un grupo seleccionado de ciudadanos vulnerables, la sociedad da como un hecho que los deseos de suicidio de algunas personas son inherentemente razonables y justificables –porque viven la clase de vida que la sociedad no ve justificación de defender.

Si alguien tiene dudas sobre lo anterior, debe leer el último libro escrito con la colaboración de Derek Humphry, fundador de Hemlock Society. El libro se titula Freedom to Die [Libertad para Morir], lo cual es una ironía, ya que en uno de sus últimos capítulos, llamado "El Argumento Oculto", Humphry revela que, en realidad ,de lo que se trata todo es de eliminar ancianos "improductivos", que él considera son una gran carga para los recursos de la sociedad. Dice: "en el análisis final, será el factor económico, no la búsqueda de ampliar las libertades individuales ni el aumento de la autonomía, lo que hará del suicidio asistido una práctica aceptable." Predice que en el futuro, el suicidio asistido seguirá siendo "voluntario", pero que los pacientes ancianos sabrán lo que es "moralmente correcto que sus familiares hagan" tan pronto ellos se conviertan en una carga para otros.

La señora Girsh, también ha sacado a colación ya el caso de la eutanasia no voluntaria, para los pacientes que no han pedido morir, sugiriendo la necesidad de que haya un "fallo judicial", en los casos "que sea necesario acelerar la muerte de... un progenitor demente, ¿o un cónyuge o hijo severamente discapacitado y bajo gran sufrimiento". Y la Hemlock Society continúa exhaltando a los Países Bajos, como modelo de política humanística de eutanasia –aún mucho después de un estudio del propio gobierno holandés que mostró que miles de ciudadanos holandeses habían sido matados por sus médicos sin ni siquiera haber pedido morir.

Esto parece contradictorio. En una campaña que defiende la "autonomía", ¿ por qué ha resultado tan fácil el paso de eutanasia voluntaria a involuntaria? Quizás porque, si de veras pensamos que es la autonomía lo que da sentido a la vida, no se hallará sentido alguno en la vida de personas que –debido a edad, demencia o incapacidad–gozan de poca autonomía para desenvolverse. Las personas que no están en condiciones de pedir su muerte, se convierten en las personas que consideramos la necesitan más.

Según esta ideología, aún cuando los pacientes ancianos y enfermos puedan formar parte de nuestra humanidad, lo que realmente cuenta es su incapacidad para vivir de acuerdo a los estándares de vida que nosotros–los fuertes, inteligentes y saludables– hemos definido como norma. En lugar de recibir de la sociedad cuidados, comodidades y apoyo moral, deberán recibir el estímulo para que reconozcan que su vida no vale nada. Al terminar con su vida, liberarán más recursos para que nosotros podamos hacer buen uso de ellos –de la misma manera en que los indefensos embriones sirven al bien común donando células y órganos vitales que necesitamos para nuestra propia salud y vitalidad.

Libertad: su propio enemigo

El Santo Padre ha dicho que la libertad tiene una deuda con la vida y la verdad. "La libertad reniega de sí misma, se autodestruye y se dispone a la eliminación del otro cuando no reconoce ni respeta su vínculo constitutivo con la verdad." (EV, 19). De la misma manera, cuando la libertad olvida que sus raíces están en el respeto absoluto hacia la vida de cada ser humano, adquiere "un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás y contra los demás." (EV, 20).

Estas aseveraciones podrían considerarse abstracciones, con poca aplicación inmediata en el práctico mundo de hoy. Pero se ven bien ilustradas por los debates sobre estos dos temas. Con relación a las investigaciones con embriones, se conoce la verdad sobre el grado de humanidad del embrión, pero se la deja de lado para hacer espacio a una mayor libertad para otros. En el caso del suicidio asistido, la libertad de una persona se vuelve contra su propia vida, e irónicamente pavimenta el camino hacia una mayor opresión del débil por parte del fuerte.

En ambos temas, la libertad y el progreso se invierten, a fin de despojar a nuestros semejantes de sus derechos, y colocarlos a un lado, como objetos desechables. Paradójicamente, la sociedad que se dedique a practicar tal libertad sin raíces, y tal progreso egoísta y elitista, "se transforma en Estado tirano, que presume de poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano, en nombre de una utilidad pública que no es otra cosa, en realidad, que el interés de algunos." (EV, 20).

Una visión alternativa

¿Qué alternativa hay para esta cultura, en la que el fuerte redefine y explota las vidas de los débiles, para construir su nueva sociedad?

Podemos comenzar, reconociendo con mentes claras la gratuidad de la vida humana. Podemos aceptar la condición humana, y el hecho de que a todos se nos ha concedido esa condición a fin de que nos respetemos y cuidemos mutuamente. Esto requiere de cierto grado de humildad, y de reconocer que no estamos en control de la vida humana. (ésta, de hecho, es la verdadera revolución copérnica: Copérnico les demostró a sus contemporáneos que ellos no eran el centro del universo, sino que giraban alrededor del sol. No somos dioses con el poder de determinar el significado de lo bueno y lo malo y el derecho a ser personas, por nosotros mismos.)

Este no es solamente el enfoque de un creyente religioso. En respuesta a la pregunta: "¿A quién pertenece cada vida?, podríamos decir que una vida humana no es algo que podemos poseer, como una propiedad. Mi vida no es un bien que yo poseo, como otros objetos –soy yo, en mi realidad corporal. Pues si yo puedo ser poseído, aún por mí mismo, entonces podría ser comprado y vendido, y me convertiría en un mero objeto. La vida humana tiene una dignidad inherente, y debe ser tratada con el máximo respeto, si los derechos humanos han de tener algún significado.

Esa es una postura de la "ley natural" sobre el respeto a la vida. Pero como nos recuerda el Papa Juan Pablo II, ¡ cuantas cosas más podemos decir como personas de fe! Para nosotros, la vida no es solamente algo que se nos da, es el primer y más preciado don, recibido de un Creador que nos ama con amor insuperable. ¿Qué, entonces, es la vida humana, bajo esta visión? Es, en las palabras del Santo Padre, " manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria... en el hombre se refleja la realidad misma de Dios." (EV, 34).

"Respeto" es una palabra muy escasa, para definir la actitud que los cristianos debemos adoptar frente a la vida humana. Debemos tener reverencia hacia la vida, y el sentido de una enorme responsabilidad por el precioso don del que somos guardianes. Sabemos que tendremos que dar cuenta en la eternidad sobre la manera en que hemos tratado ese regalo.

Las teorías dañinas sobre la vida y la muerte pueden refutarse con hechos y argumentos. Sólo se puede derrotar toda una cultura de la muerte con una más rica e irresistible cultura del amor. Una cultura que se regocije en la vida, que la busque en sus formas más vulnerables y dependientes, a fin de proveerle nuestros cuidados allí donde más se necesite.

Una persona de fe ha de mirar a los humanos y sus situaciones con más claridad y profundidad que los demás. Mirará más allá del poco desarrollo de un embrión, hasta ver la pertenencia misma a la especie humana, que somos todos – pero mirará aún más profundo hasta esa chispa de divinidad que nos hace a todos una sola familia humana bajo un Padre de amor. Mirará más allá de los horribles hechos del asesino hasta su dolor o su infancia torturante –lo que puede hacer igual cualquier psicólogo moderno– pero llegará más profundo, hasta el hijo o hija por cuyos pecados Jesús murió, y que está prisionero en el mismo misterio de culpa y redención en el que todos vivimos.

Al final, los hechos y argumentos por sí solos no nos salvarán de la cultura de la muerte– aunque Dios sabe que también necesitamos de ellos. Lo que nos salvará es el amor– un amor que es nuestro pálido reflejo del infinito amor que nos dio vida a todos. A medida que empezamos a caminar, con cierta inquietud, en un nuevo Milenio, nuestro reconocimiento de lo divino será la única fuerza lo suficientemente fuerte para rescatar la idea fundamental del valor de la vida y de los derechos del hombre. No necesitamos otra cosa que un Evangelio de la vida.



El Sr. Doerflinger es el Director Adjunto para Desarrollo de Políticas, Secretaría de Actividades Pro-Vida, en la Conferencia Nacional de Obispos Católicos.