Aprender a llorar

Tom Grenchik

19 de diciembre de 2014

Unos amigos hace poco adoptaron a una pequeña niña, “Annie”, de otro país. Como era de esperarse, Annie se ha convertido en el centro de atención de sus flamantes padres y de sus nuevos tres hermanos. Me contaron algo curioso: le llevó algún tiempo a Annie aprender a llorar en su nuevo hogar.

Me explicaron que, en algunos orfanatos repletos, los niños aprenden que llorar no genera una respuesta inmediata. Hay demasiados niños necesitados y pocos cuidadores para ayudar. Los pequeños aprenden rápidamente que si nadie responderá, llorar no da resultados positivos. Por lo tanto, si un niño se cae, se lastima o necesita algo, simplemente lo internaliza. Estos niños aprenden a no llorar para pedir ayuda. Parece ser que otros padres adoptivos también han tenido la misma experiencia.

El relato me hizo pensar en cuántas cosas damos por sentado. El sonido que todo padre o madre espera en la sala de parto es el primer llanto de su bebé. Esto anuncia la presencia del recién nacido. Y ese llanto será respondido innumerables veces durante su vida.

Llorar para pedir ayuda es humano. Cuando sufrimos o nos sentimos abrumados, es saludable y adecuado llorar para pedir ayuda. Y es humano desear responder a quienes sufren. Como creyentes, sabemos que esto no es solo una respuesta humana al sufrimiento, es nuestra obligación cristiana servir a los necesitados.

Nuestra cultura, sin embargo, se ha insensibilizado ante muchos que lloran. Idealizamos a los fuertes y hermosos, y solemos ignorar a los débiles e imperfectos.

En nuestra propia vida, ¿hemos aprendido a no llorar para pedir ayuda y a ignorar a quienes lo hacen?  Piensa en la persona que se siente sola y está enferma, y quizás se siente tentada de creer que es una “carga”. Piensa en la familia que cuida a un niño discapacitado, que quizás necesita ayuda de sus vecinos y de la comunidad parroquial pero cree que a nadie le importa. Piensa en las madres o padres de niños abortados que, al lidiar con su dolor, pueden erróneamente creer que la Iglesia es el último lugar donde buscar ayuda. Piensa en la familia que ha perdido su fuente de trabajo o enfrenta problemas económicos pero se siente avergonzada de pedir ayuda. Mira a tu alrededor y escucha esos llantos.

Llorar para pedir ayuda es bueno. Annie felizmente lo ha aprendido y mantiene ocupada a su familia con este maravilloso descubrimiento: la gente a su alrededor responderá con amor. Y su familia está encantada de poder responder.

Que todos aprendamos (o volvamos a aprender) que es humano pedir ayuda y no sintamos vergüenza de necesitarla. Que seamos conscientes de aquellos a nuestro alrededor que quizás no tienen la habilidad o libertad de pedir la ayuda vital que necesitan, en especial durante el tiempo de Navidad. Y que siempre estemos dispuestos a responder los pedidos que escuchamos.



Tom Grenchik es el subdirector del Secretariado de Actividades Pro-Vida de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. Para más información sobre las actividades pro vida de los obispos, visite www.usccb.org/prolife.

Si tú o alguna persona que conoces ha sido afectada por un aborto, encuentra esperanza y ayuda en esperanzaposaborto.org  o llama al 888-456-HOPE (4673).