Una cuna para su bebé

Audra Nakas

9 de mayo 2014

“Oye, ¿qué haces?”

Me aferré con fuerza a mi rosario.

“Tan solo estoy rezando por quienes están dentro”, dije mirando el edificio de Planned Parenthood. Estaba participando en 40 días por la vida y cada viernes a la tarde rezaba frente a la clínica de abortos. Ese día de otoño en especial, una mujer y su amiga estaban en la acera hablando alborotadas. Me sentí un poco intimidada cuando se me acercaron y me preguntaron qué hacía, porque antes jamás había tratado de aconsejar a nadie en la acera. Nunca olvidaré la conversión que siguió.

La mujer me explicó que estaba pensando en tener un aborto porque le preocupaba no poder cubrir las necesidades de otra hija. A partir de lo que la mujer me contaba, quedaba claro que había vivido toda la vida en la pobreza y el sufrimiento que a menudo la acompaña en la forma de violencia, drogas y una familia deshecha. Ahora sentía que no tenía otra opción más que abortar. Desgarrada me dijo: “Debo devolverle mi bebé a Dios”.

Había escuchado antes la relación entre el aborto y la pobreza. El director de una clínica de ayuda para embarazadas contó un relato sobre una mujer que había abortado porque no tenía una cuna para su bebé. En su informe de febrero de 2014 sobre “Aborto inducido en Estados Unidos”, el Instituto Guttmacher, una organización de investigación asociada históricamente con Planned Parenthood, indica que el 42 por ciento de las mujeres que se realizan abortos tienen ingresos por debajo de la línea de pobreza (en 2014 era de $11,670 por año) y un veintisiete adicional tiene ingresos hasta casi el doble del nivel de pobreza oficial (bajo $24,000). El 77 por ciento de las mujeres menciona la inhabilidad para mantener económicamente a un hijo como motivo de su decisión.

Sin embargo nunca me había topado cara a cara con la desesperación. Esta mujer tenía fe en Dios y comprendía que había vida en ella. Pero incluso así y con el deseo de tener una hija, no pensaba que hubiera otra opción realista que no fuera el aborto. Comprendí que ese día en la batalla por salvar vidas y almas, filosofar sobre el concepto de persona y el derecho a la vida no es suficiente; no le da a una madre temerosa una cuna para su bebé.

Por supuesto, la labor de caridad que brindan las clínicas de ayuda para embarazadas es vital. También tenemos la responsabilidad de ayudar a prevenir y mitigar la pobreza que nos lleva a este tipo de situación en primer lugar. Como demuestra la sabiduría de la Doctrina Social de la Iglesia, si deseamos establecer una verdadera cultura de la vida, nuestra labor para promover la dignidad de la vida humana debe incluir cada aspecto de la justicia social, en especial la preocupación por los pobres.

Aunque quizás nunca sepa lo que la mujer finalmente decidió, me sentí esperanzada y con una vitalidad renovada porque ella y su amiga me agradecieron las oraciones y se llevaron el número de teléfono que les di para la clínica de ayuda para embarazadas. Recé para que esta mujer encontrara la compasión y el apoyo material que necesitaba para escapar de las garras de la pobreza y traer a la vida a su hijo por nacer.
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La columnista invitada Audra Nakas es estudiante de último año en Catholic University of America y fue pasante en las oficinas de la Campaña para el Desarrollo Humano de USCCB.