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Cuando nos enamoramos, nos convertimosen padres o entablamos alguna relación significativa, es común tener un cambio en la visión del mundo que da forma a nuestras acciones. 

Pongamos por caso los padres que toman en brazos a su primer hijo o hija recién nacido. No hay un manual de instrucciones para todas las circunstancias que puedan encontrar, pero su marco guía es la relación de amor de los padres con sus hijos. Con su encíclica Laudato si', el Papa Francisco nos invita a comprender más profundamente nuestra relación con Dios, los demás y el resto de la creación, y vivir en consecuencia. "Todo está conectado", nos recuerda (LS 91).

Dios usa la creación para llevarnos a una relación de amor con Él, sobre todo por medio de los sacramentos. Vivimos esto más poderosamente en la Eucaristía, el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Cristo, recibidos bajo la apariencia de pan y vino, donde "lo creado encuentra su mayor elevación" (LS 236). Dios nos invita a abrazar la creación en este plano más profundo por el culto que le rendimos (LS 235). Nuestra relación con Cristo —fortalecida al recibirlo dignamente en la sagrada Comunión— nos ayuda a comprender nuestras relaciones con los demás y con la creación.

El Papa Francisco nos advierte en contra de colocarnos "en el centro", pensando que no necesitamos de Dios ni de interesarnos por otras criaturas (LS 122, 68, 69). Pero también rechaza la idea de que, en cuanto al ser humano, "conviene reducir su presencia en el planeta e impedirle todo tipo de intervención" (LS 60). El Santo Padre afirma, en cambio, que los seres humanos poseen "un valor peculiar por encima de las demás criaturas" y comparten una responsabilidad clara por el mundo que se nos ha confiado (LS 119, 242). Cuando cualquiera de nuestras relaciones sufre desequilibrio —con Dios, los demás o el resto de la creación— todas nuestras relaciones sufren.

Vemos evidencia de este desequilibrio a gran escala hoy. Basándose en sus predecesores, el Santo Padre analiza con gran detalle el mal estado que manifiesta la creación. Nuestra relación distorsionada con Dios ha infectado nuestra relación con la tierra, evidenciada por la contaminación, falta de agua potable, residuos tóxicos e inmensos desechos materiales. Por ejemplo, "se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y 'el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre'" (LS 50).

Lo que el Santo Padre llama a menudo una "cultura del descarte" llega incluso al extremo de ver y tratar la vida humana como desechable. Los ancianos son marginados, y la vida de las personas discapacitadas se considera menos digna de ser vivida (LS 123). Se olvida la verdad fundamental de que "el valor inalienable de un ser humano va más allá del grado de su desarrollo", lo cual conduce a la destrucción de bebés no deseados en el útero y a los experimentos en el laboratorio con niños embrionarios (LS 136, 123). A veces, incluso los esfuerzos para aliviar el sufrimiento de ciertas poblaciones ocasionan ofensas contra la vida humana. El Papa Francisco advierte, por ejemplo, contra la presión internacional que hace que la promoción de la anticoncepción, el aborto y otras prácticas nocivas sea una condición para la ayuda económica.

A  veces, los esfuerzos que buscan proteger el medio ambiente y otras criaturas ignoran o incluso atacan la dignidad particular de los seres humanos. Aunque estamos llamados a cuidar la creación, el Santo Padre deja claro que este enfoque no sólo es incoherente, sino que "pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente" (LS 91). Citando la encíclica del Papa Benedicto XVI Caridad en la verdad, el Papa Francisco explica, además:

Dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades: "Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social." (LS 120)

El Papa Francisco no respalda un ambientalismo secular; él tiene una idea más amplia, que refleja los sentimientos de otro predecesor suyo, san Juan Pablo II. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, el gran santo nos recordó que "una sociedad pacífica no puede ignorar el respeto a la vida, ni el sentido de la integridad de la creación" (énfasis en el original, 7). Más adelante se dirigió a los católicos directamente, recordándonos nuestra "importante obligación de cuidar toda la creación" (16).

Si estamos llenos del amor de Dios, comenzará a florecer una cultura de encuentro y solidaridad. El Papa Francisco subraya, "Estamos hablando de una actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe estar plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después" (LS 226). Con esta actitud del corazón, ni tratamos a otros seres humanos como desechables ni desatendemos ninguna dimensión de la creación de Dios. Por medio de una conversión del corazón, reparando nuestras relaciones con Dios, los demás y toda la creación, podemos combatir los muchos contaminantes que envenenan nuestro corazón y nuestro mundo.

 


*Extractos de Laudato si' (Sobre el cuidado de la casa común) © 2015 y "Mensaje de Su Santidad Juan Pablo II para la celebración de la XXIII Jornada Mundial de la Paz" © 1990 Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano. Usados con permiso. Todos los derechos reservados.

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