Reza para que los católicos tengan el valor de hacer prevalecer la verdad del Evangelio y la fidelidad de la Iglesia sobre las políticas partidistas.

Reflexiona
La Doctrina social católica no brinda soluciones preparadas para cada problema político que surge en circunstancias particulares. Los católicos, y todas las personas de buena voluntad, emplearán la virtud de la prudencia al hacer juicios prácticos sobre las políticas que han de aplicar y cómo aplicarlas. Por lo cual, es esperable que los católicos disientan unos con otros sobre la manera de abordar diferentes cuestiones sociales. El desacuerdo no es un problema. El problema es abandonar la búsqueda de la verdad y la fidelidad a la Iglesia para apoyar una u otra ideología o partido político. El debate enérgico puede ser una señal de que estamos buscando la verdad juntos. Hablar de manera poco caritativa o dar una imagen falsa de nuestros hermanos católicos a propósito en el discurso público con el fin de ganar puntos políticos es casi con certeza una señal de que estamos poniendo la lealtad a una ideología política por encima de la lealtad a la Verdad. La polarización dentro de la Iglesia constituye un problema para el cuerpo político y una enfermedad espiritual en el cuerpo de Cristo.

Actúa
La polarización no es sencillamente un fenómeno "allá afuera". Hace referencia a una tendencia dentro de muchas personas de alejarse de la verdad para seguir siendo leales a su tribu política.  Pero los católicos están llamados a amoldarse a Cristo, no a los dirigentes políticos partidistas, a las personalidades de los medios de comunicación o a los influenciadores de las redes sociales. Los católicos pueden tomar medidas para despolarizar la política de nuestra nación mediante un examen de conciencia honesto y aprovechando el sacramento de la Reconciliación. ¿Hablé sin decir la verdad para derrotar a un oponente político en una discusión? ¿No traté a mi prójimo con caridad genuina? ¿No quise saber sobre un tema negándome a escuchar a mi prójimo? Cuando nos acercamos al Señor en la Confesión, la gracia de Dios nos sana como individuos y como miembros del cuerpo de Cristo.