En el Libro del Apocalipsis, san Juan describe una visión del culto de la Jerusalén celestial: “una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie delante del trono y del Cordero” (7, 9, cursiva añadida). Esa visión es el patrón para el culto de la Iglesia en la tierra, el objeto de nuestra esperanza y un modelo para nuestra vida en común: una comunión divinamente establecida de pueblos diversos. La liturgia tiene el poder de transformarnos en hombres y mujeres que defienden la dignidad de todas las razas y etnias.
Teología
El origen de todo ser humano es el amor de Dios, y todos los seres humanos por igual y plenamente son portadores de la imagen de Dios. En la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo para la salvación de todos, “pues no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan” (2 Pe 3, 9). Esta salvación se recibe de manera particular a través de los sacramentos de la Iglesia, y el Papa Francisco nos recuerda que la invitación a los sacramentos es universal, y la misión de la Iglesia es extender esa invitación a cada hombre y mujer (cfr. Desiderio desideravi, n. 5). Además, la participación en la muerte y resurrección de Cristo a través de los sacramentos profundiza y transforma la comunión establecida en la creación: “todos nosotros, aun siendo muchos, formamos un solo cuerpo unidos a Cristo, y todos y cada uno somos miembros los unos de los otros” (Rm 12, 5). El pecado del racismo rechaza estas verdades fundamentales: nuestro origen y dignidad comunes, nuestro llamado común a la salvación y nuestro destino común en el Reino de los Cielos. El pecado del racismo rechaza las demandas de nuestra nueva vida en Cristo.
Liturgia
La liturgia, el signo e instrumento de la comunión, se alza como un faro de esperanza para la Iglesia y el mundo. La Eucaristía, el sacramento de la unidad, nos hace uno y nos da la fuerza para seguir adelante con el don de la unidad que hemos recibido. Nuestra experiencia litúrgica de comunión en la diversidad nos da un anticipo de la comunión que estamos llamados a vivir y fomentar fuera de los muros de la Iglesia. Las numerosas y diversas comunidades parroquiales de los Estados Unidos son modelos no sólo de la vida eclesial sino también de nuestra vida cívica. Queda mucho trabajo por hacer, y hay grandes esperanzas.
En 2016, se invitó a las diócesis de todo el país a celebrar un Día de oración por la paz en nuestras comunidades el 9 de septiembre, el memorial de san Pedro Claver. Algunas comunidades siguen celebrando este día, y se pueden encontrar recursos aquí. En esta página web también hay numerosos recursos para la oración, por ejemplo, un Servicio de oración para la sanación racial en nuestro país, una Hora Santa contra el racismo, un Vía Crucis para la superación del racismo, y textos de muestra para la Oración universal.
Entre sus Misas y oraciones por varias necesidades y para diversas circunstancias, el Misal Romano contiene varias Misas que están especialmente relacionadas con este tema:
- “Para fomentar la concordia” (n. 15)
- “Por la reconciliación” (n. 16)
- “Por el progreso de los pueblos” (n. 29)
- “Por la paz y la justicia” (n. 30)
Se utilizan vestimentas del color del día o del tiempo litúrgico, pero si estas celebraciones tuvieran un carácter más penitencial, se podrá llevar el color violeta. Una de las Plegarias eucarísticas “de la Reconciliación” se utiliza apropiadamente con cada uno de estos formularios. El Prefacio de la Plegaria eucarística “de la Reconciliación” I destaca la reconciliación del género humano con Dios Padre (“La reconciliación con el Padre en Cristo”) y el Prefacio de la Plegaria eucarística “de la Reconciliación” II destaca la reconciliación de los seres humanos entre sí (“El don de la reconciliación entre los hombres”).
Acción
Cuidar la dignidad de todas las razas y etnias es una tarea de individuos y comunidades. Un buen lugar para comenzar es la carta pastoral de 2018 de los obispos de los Estados Unidos contra el racismo, “Abramos nuestros corazones: El incesante llamado al amor”. En ella, los obispos reflexionan sobre la experiencia de los nativos americanos, afroamericanos e hispanos y destacan formas de que “abramos nuestros corazones de par en par”, por ejemplo, reconocer el pecado, estar abiertos al encuentro y a nuevas relaciones, y cambiar estructuras. Esta carta y los materiales de estudio que la acompañan están disponibles en USCCB.org/racism.
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